LA CIUDAD DE FONOLLOSA. FERNANDO SÁNCHEZ

Un domingo de diciembre normal, mi esposa, mis hijos y yo dábamos un paseo de domingo por la tarde por la ciudad baja de Cuenca (da la sensación de que la oración es redundante y de que puede que esté hasta mal hecha, pero yo no lo creo así, no es otra cosa que la insuperable trascendencia del momento cualquiera).

Fuente: portada de Ciudad del hombre.

Si usted se desvía sólo un poco de la por entonces muy navideña calle Fermín Caballero, por donde la oficina de Muface, accede sin darse cuenta al Grupo de Alfonso de Valdés, un reducto de disciplina espiritual neorrománica (apenas se ve desde fuera, hay que ir a ese lugar para tenerlo en cuenta). Su sencillez y su simplicidad, su austeridad militante, incluso aquel rosáceo/color carne de las paredes desnudas de otro tiempo, en las nada procelosas aguas de un contexto nocturno anticiclónico, me hicieron meditar de nuevo sobre la poesía de Fonollosa.

La noche favorecía la entelequia y la presión, alta, la reforzó. Y por supuesto, nadie por la calle. Desprovisto como yo estaba de cualquier perturbación, lo lógico era que me dejase llevar por ese entorno de luz crepitante y claroscuro, y sobre todo de aislamiento, aunque fuese sólo durante un instante trascendental. De esta forma, decidí acometer una breve relectura de Ciudad del hombre (1), un libro que me fascinó.

“Podemos elegir entre estar juntos/y hacernos mutuamente desgraciados/O separarnos ahora y ser también/cada uno por su lado desgraciado”. En el poema CARRER DE MAGALHAES 5, Ciudad del hombre, José María Fonollosa (2).

Inma Martín Alegre, psicóloga y escritora, en Le Miau Noir/El Ronroneo de la Cultura, sintetiza muy bien el concepto “Fonollosa”: “Más allá de algunas piezas de juventud, ha sido reconocido a partir de su proyecto Ciudad del hombre, formado por 287 poemas escritos entre 1947 y 1985. Una obra que, sin embargo, no se publicó hasta la década de los noventa, en dos libros: Ciudad del hombre: New York (1990) y Ciudad del hombre: Barcelona (1997). En ambos, los poemas se titulan con los nombres de las calles de estas dos ciudades, dibujando un azaroso itinerario de reflexiones, críticas y máximas que retratan la preocupaciones del hombre en la ciudad posmoderna”. Respecto a su forma, opina Martín Alegre, “es narrativo, conversacional, casi aséptico” (3).

La poesía de barcelonés José María Fonollosa (1922-1991) es una paradoja. Narra el viaje del urbanita a ninguna parte del callejero y, sin embargo, es un asidero fundamental para el que quiera proceder al entendimiento de todo este tinglado de la posmodernidad urbana y, sobre todo, para el vagabundo emocional. El poeta, casi sin intención, aporta los elementos que hacen posible la creación de un nuevo espacio de meditación, configurado por el cemento y por la actitud -por eso lo recordé, si es que alguna vez aquel hombre y sus cosas se me habían ido de la cabeza-.

Desde luego que no es lo mismo contar cosas de la ciudad, no es lo mismo hacer rimas infantiles de consumo fácil, que fabricar trascendencia a través de la tercera dimensión de Barcelona o de cualquier otra localidad y Fonollosa hace esto último, hace lo que él sabe y lo hace muy bien. Un poeta que, no se sabe bien por qué razón, se esfumó de la escena literaria española pública durante casi treinta años (1961-1990) y reapareció para nuestra dicha tras un encuentro providencial en 1987 con el poeta y crítico literario Pere Gimferrer (1945). José Ángel Cilleruelo, crítico, poeta y traductor, prologó Ciudad del hombre en la edición de Edhasa, 2016 y afirmaba que “la publicación de Ciudad del hombre: New York proporcionó al libro y al autor una súbita centralidad […]. Tanto las páginas culturales como los suplementos de la mayoría de periódicos informaron y reseñaron en un lugar destacado este volumen y el de 1996, Ciudad del hombre: Barcelona, ya póstumo” (4).

Por varios motivos en los que ahora no voy a entrar, siempre he desdeñado la perversión y la banalización habitual del concepto “transgresión”. Ahora, resulta que esa “transgresión” es patrimonio de cualquiera que se preste a hacer el ridículo o el idiota, o de aquellos y aquellas que se autodenominan transgresores/as por derecho divino, sin apenas bagaje intelectual/formal que lo justifique. Por el contrario, se puede transgredir, casi sin pretenderlo como digo, desde esa austeridad que destila la métrica del poeta barcelonés y, sobre todo, desde la perspectiva de esos argumentos tan prosaicos en apariencia porque él ha sido capaz de traspasar ciertos o muchos límites sin llamar la atención, en las antípodas de un cronista al uso.

Cilleruelo nos transmitía que, en efecto, el poeta catalán alcanzó una inusitada y repentina fama. Aun así, aunque sólo sea por esa capacidad de romper moldes, por la temática y por haber sido quizás una obra escondida, alejada, “secuestrada” durante tanto tiempo, Fonollosa reúne -al menos eso es lo que yo pienso- los requisitos para tenerlo en cuenta como poeta de ultraculto. “No me gustan las obras de los otros/no me gusta tampoco mi propia obra, RAMBLA DE SANTA MÒNICA 5” (5), escribe. Y eso entre tantas otras cosas es lo verdaderamente distintivo de sus apreciaciones.

Ciudad del hombre no es un poemario corriente. En los contenidos y en la temática de Fonollosa confluyen lo urbano, la muerte, el sexo, lo sucio, lo políticamente incorrecto y lo peligrosamente incorrecto (hasta donde yo interpreto, se puede argumentar cierta misoginia y cosificación de la mujer en sus versos) en esta radiografía de extrarradio de soledad, de incertidumbre, de desasosiego, de ansiedad y de devaluación y depauperación del ciudadano de a pie. Su estilo es adusto, bronco en ocasiones, narcótico, a veces desagradable (“Los viejos ya no sirven para nada”, escribe en CARRER DE CASP 2) (6), sistemático, sincero, distante, sencillo, implacable, sombrío, y terriblemente lírico a todas horas, pero lo importante al fin y al cabo es que se sabe que ante todo se trata del talante inconfundible de Fonollosa y por ese motivo lo traigo a este blog.

Su ya mítico endecasílabo blanco (versos todos de once sílabas carentes de rima), limítrofe con la prosa común (“abjuro de los sonetos donde sobra/o falta espacio para expresar la obra/en su justa extensión, la exacta, la única”) (7) es otra de sus señas de identidad, en la que “los títulos urbanos de los poemas […] están destinados a funcionar [escribe Cilleruelo] como descripción implícita del contexto en el que el poema transcurre” (8).

En definitiva, la cuestión no deja de coquetear con la otredad bien entendida. Con el concepto de “Grupo de Alfonso de Valdés” pude pensar en poética y, de repente, aparecí en un nuevo (no) lugar ante todo espectral (2), que quedó determinado entre las coordenadas de mi familia, Fonollosa y el cemento rosa, arcaico y simple de aquel recinto neorrománico.

Y aquello me conmovió.

(1) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad del hombre. Barcelona. Poesía Edhasa. Prólogo y edición de José Ángel Cilleruelo.

(2) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 77.

(3) MARTÍN ALEGRE, Inma (2016): Poemas que dejan resaca/Fonollosa y las calles del hombre. Le Miau Noir/El ronroneo de la cultura. https://www.lemiaunoir.com/fonollosa-poemas/       

(4) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 19.

(5) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 185.

(6) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 282.

(7) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 243.

(8) FONOLLOSA, José María (2016): Ciudad…, p. 33.

(9) Que diría Marc Augé en su extraordinaria obra Los no lugares, 1992.

Imagen de portada: Grupo de Alfonso de Valdés desde la calle Alicante (Cuenca).

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