Imagen de portada: detalle de Las Doscientas (Cuenca).
Agradezco públicamente la colaboración de Pilar Gómez Couso. Pilar vivió en Las Doscientas desde principios de los 60 hasta 1985, año en el que se trasladó a la calle Hermanos Becerril. Es maestra, licenciada, doctora en Filología Hispánica y amante de la tradición oral, en especial de los cuentos.
Nació en Orense, pero es “conquense de corazón”. Dice que “la televisión llegó a casa en los primeros años de la década de los 60 (1964)”, pero que ellos ya la veían “con anterioridad en casa de Inés y Pepe”, sus vecinos “del 5º derecha”, aunque –confiesa- la radio y los cuentos eran sus preferidos y la “enriquecían poderosamente”.
A la memoria de doña Teresa Couso y de don Paulino Gómez.

Las dinastías urbanas, el barrio y los bloques
Me decía Pilar Gómez Couso que sus recuerdos se remontaban “a hace justamente 60 años”: “nos entregaron las llaves a cada una de las familias (200 en concreto, de ahí el nombre tan numérico él) en el año 1960. El Gobernador Civil del momento D. Eugenio López y López, gallego de pro que, por cierto, había tenido una entrevista con mi madre en su despacho, por ser ambos paisanos (Orense); cuando se produjo la donación de las llaves [afirmaba Pilar], se mostró especialmente amable con nosotros. En aquellos momentos, el poder tener una vivienda en propiedad era, para muchas de las familias que nos mudamos allí, un logro [que costó 100.000 pesetas]”.
En lo que a mí se refiere, hasta donde llega mi conocimiento sobre el ecosistema local, y de la mano de las limitaciones que, a este respecto, me impone el haber vivido sólo (y hasta ahora) cerca de 16 años en Cuenca, el conjunto de Las Doscientas (en ningún caso se trata de una “urbanización” al uso y, en mi opinión, no reúne las características ineludibles para considerarlo como barrio y, menos aún, como distrito) no goza de una bibliografía profusa y del arraigo consecuente en los textos urbanísticos sobre la parte baja de la ciudad.
En su atractivo retrato relatado microscópico e intimista, que tiene su correlato en esta aproximación fenomenológica -de trabazón más “atonal”, que diría César Fernández (1)-, Pilar habla de buen ambiente, de vida, luz y color, de teatros a los que llamaban “leñeras” (cuando no había aún calefacción y guardaban la leña para cocinar y calentar), de personas con afán de superación y, sobre todo, de muchos amigos con los que aún mantiene –comenta- muy buena relación, y se refiere a ese conjunto como “barrio”, así que muy probablemente ella tenga la razón. Con todo, como ya he manifestado en más de una ocasión, sobre la ciudad moderna de Cuenca no se ha redactado demasiado al menos hasta hoy. En lo que a la web se refiere, únicamente veo anuncios de pisos, viviendas y alquileres en Las Doscientas.
Pilar radiografía la estructura y comenta que “había tres bloques: El 1º daba a la Plaza de toros y, teóricamente, era el mejor porque estaba en la carretera, el 2º, no tenía ningún atractivo especial, estaba justo en medio y las vistas erar bastante poco interesantes; y el nuestro, que era el más pequeño y para mí el más atractivo porque la cocina, el cuarto de baño y mi habitación tenían unas vistas extraordinarias a El Vivero Central”. En cualquier caso, el área pasó a formar parte de estas dinastías de edificios (Doscientas, Trescientas de Tarancón, Quinientas, etc.), que engrosaron el acervo urbano de la Cuenca provincial actual.
Para la persona que desconozca la zona nueva de la ciudad, este conjunto formado por tres bloques rectangulares y muy alargados –que la escritora ya ha definido con precisión- de tamaño (de)creciente, separados por una calle y por un extraño, oculto, imponente y distópico patio longitudinal (o calle interior o no se sabe bien qué), se halla al lado del parque antes llamado El Vivero (ahora, de Santa Ana), del I.E.S. San José y de la Plaza de toros, como hitos más reconocibles (apenas he visto estructuras semejantes en planteamiento y en concepto a ese patio (¿?) mencionado, del que adjunto foto en este artículo). Y también, por qué no, del “bar Boni, que tenía pintado en una de sus paredes, un idílico paisaje suizo, con sus vacas, sus montañas de un verde intenso, monocolor y su bosque de abetos -un poco fuera de contexto quizá-.”, como me explicaba la niña que escuchaba cuentos en la radio.

El color blanco, elemento de reflexión urbana
Siempre he entendido el simbolismo de los colores como un mecanismo cuando menos relevante a la hora de entender las realidades urbanas y ello lo saco a colación del blanco nuclear denso que empapa las paredes de este conjunto urbano tan singular, con excepción de algunas franjas verticales de color ocre que se repiten de forma periódica -que en ningún caso empañan esta realidad virginal– y de la ropa tendida eventualmente en algunas ventanas, que añade ese punto cromático tan entrañable.
El blanco como, sabemos, irradia sosiego, tranquilidad, etcétera, y ello es algo en lo que no me voy a detener, pero quiero hacer referencia a una serie de reflexiones a propósito de este pigmento, entre ellas la de Juan Núñez, que decía que “el blanco es en general un color al que concedemos poca relevancia ya que, en las preferencias de la mayoría de las personas, casi nadie lo menciona como su color favorito, ni tampoco como su color más odiado. Al igual que sucede con el negro, al blanco también le acompaña la duda de si es o no es un color” (2).
Ante este interesantísimo cuestionamiento del no color blanco, a veces me he planteado estas ´Doscientas’ con otra tonalidad o con una dignidad distinta -entiéndase negra, naranja, rosa o arcoíris, por ejemplo-, y en las consecuencias que ello podría tener en la percepción sobre esta pequeña realidad urbana bien implantada, que apenas llama la atención sin embargo. “Para algunos profesionales de la arquitectura y el diseño interior, el blanco es la ausencia de ornamentación, la neutralidad más absoluta […]. Describe por sí mismo y tiene una clara intencionalidad estética […]. La sencillez del blanco ayuda también a definir más claramente cuerpos y ángulos […]. Va muy ligado también a la arquitectura tradicional, a paredes encaladas que, por su poder reflectante, repelen el sol y el calor en el interior”, se afirma en la página Diariodesing (3).

La extraña dicotomía dentro/fuera
Los tres bloques mencionados, que incluyen en su seno ese lugar indefinible tan conceptual, son un prodigio de la monotonía y de la reproducción de constantes, y también por supuesto de la discreción. Están y no están, parece. En los entresijos de una hipotética política de “ver sin ser vistos”, la circunscripción impone un respeto matemático. Y de acuerdo a ese gravamen, esas unidades, a pesar de su aspecto saneado y singular, son un tanto refractarias.
“Ante todo hay que comprobar que los dos términos, fuera y dentro, plantean en antropología metafísica problemas que no son simétricos. Hacer concreto lo de dentro y vasto lo de fuera son, parece ser, las tareas iniciales, los primeros problemas de una antropología de la imaginación. Entre lo concreto y lo vasto, la oposición no es franca. Al menor toque, aparece la disimetría. Y así sucede siempre: lo de dentro y lo de fuera no reciben de igual manera los calificativos, esos calificativos que no son la medida de nuestra adhesión a las cosas”, afirma con clarividencia el filósofo francés Bachelard (4). Da la sensación, a pesar de todo y de acuerdo a estos preceptos, de que el interior de Las Doscientas es mucho más grande de lo que parece y de que la vastedad del espacio intramuros no es del todo hábil para mostrarse al exterior, que a su vez está condicionado por la realidad latente. Por eso, las nociones dentro/fuera parecen perder su razón de ser y se difuminan en la puesta en escena ultrablanca de este conjunto un tanto privativo, aunque con (muchas) ganas de darse a conocer.

Pilar, a la que conocí hace ya muchos años, es, como es obvio, la más indicada para hacer un TAC de la privacidad y descifrar hallazgos no significativos o, en su caso, patologías, si las hubiere. Ella, pues, me condujo al interior de este lugar y me explicó su metabolismo: “el piso era alegre, lleno de luz y contaba con habitaciones bastante amplias: Cocina, cuarto de baño, comedor, y tres habitaciones, entradita y pasillo: total 80 metros cuadrados además del trastero situado en la planta baja de al menos 10 metros”. Herminio Lebrero (5) me hablaba también de esa relativa amplitud de hogares muy luminosos y de edificios que por estética guardaban cierta distancia con el colmenismo franquista. Así, después de asistir en consecuencia a la insólita función de ese auténtico trampantojo, en el que siempre he tenido la impresión de que hay un espíritu que parece querer liberarse de esa materia ultrablanca y cartesiana, Las Doscientas no dejan de expresar, en definitiva, la desmitificación del hecho urbano.

Las Doscientas, el agua y el espacio sustrato
A la espera entonces de esa redención del conjunto (o barrio, mejor) consigo mismo, Las Doscientas y el agua, mientras tanto, se toleran. Ambos elementos mantienen o sobrellevan una relación un tanto particular. Herminio me comentó asimismo que se trata de una zona muy inundable y ello es en buena parte debido a la existencia del desnivel que existe entre la Plaza de toros y el bloque que asoma a la calle Pintor Adrián Moya.
En la web, como ya he dicho, apenas hay algo sobre Las Doscientas que no sea la venta de pisos y el asunto trata precisamente sobre la falta de agua en el vecindario. En el programa Ancha es Castilla-La Mancha, emitido en 2018 por Castilla-La Mancha Televisión, se hace referencia a la carencia de este elemento en este conjunto urbano durante once días. Por otra parte, si usted echa un vistazo a un artículo publicado en 2018 en Las Noticias de Cuenca, en referencia a Las Doscientas, el periodista Gorka Díez escribía que “vecinos del bloque 1 de las viviendas conocidas como Las Doscientas, ubicadas en la calle Florencio Martínez Ruiz de la capital conquense, denuncian llevar siete días sin agua como consecuencia de la pérdida de agua detectada en una vivienda que lleva bastante tiempo vacía y ha provocado humedades en los pisos próximos y zonas comunes, lo que ha llevado al administrador de la finca a tomar la decisión de cerrar la llave general, dejando sin agua a todos los vecinos, sin que la avería se haya subsanado” (6). Pilar, por su parte, ponía de manifiesto que “la calle [en sus comienzos] no estaba asfaltada y la lluvia provocaba grandes barrizales e incluso, un año, el desbordamiento del río Júcar, tan próximo a las viviendas, hizo que se anegaran los trasteros de nuestro bloque que eran los que estaban más próximos al río. Los periodistas de la prensa escrita y de la radio cubrieron la noticia”.
A lo largo de mi experiencia conquense, he pasado cientos de veces por Las Doscientas. Con el agua como contexto y condicionante, enfrente de cualquiera de sus edificios –a vueltas siempre con ese patio/espacio interior tan sobrecogedor y espectral, desde mi punto de vista-, aún no tengo la certidumbre de que el blanco constriña o proyecte. A día de hoy, como digo, no sé si la culpa de todo ello la tiene la idiosincrasia estructural o los anexos a esa realidad material establecidos por las arboledas, la Plaza de toros y otras edificaciones colindantes.
A pesar de esa actitud de “ver sin ser vistos”, si usted observa las ventanas de aquellos muros indelebles, da la sensación de que están hechas para mirar hacia dentro y no al revés, a la espera, como digo, de redimirse de esa extraña materia que todo lo constriñe. Decía Agustín Fernández Mallo que “tenemos un espacio sustrato para nuestras narraciones […] y en ese entorno aparecen puntos singulares […]: el yo individual y el yo colectivo […]. Pero el yo no sólo está en nuestros cuerpos, sino también puede existir en los objetos”, al tiempo que hablaba de “puntos atractores” que son “derivaciones de la idea del otro, el extraño, el humano a conquistar, a colonizar, el yo <<no bien resuelto>>” (7). A pesar de ese presunto aislacionismo o de ese hermetismo incomprendido, como franja o borde puros aún no colonizados, todavía no sé con certeza (y como complemento agente de esta narración urbana) dónde comienzan y dónde acaban Las Doscientas, y ello se constituye, creo, en uno de los leit motiv simbólicos y agradecidos de este espacio tan poético: “la casa de las Doscientas [me contaba Pilar] ha recogido la vida y también la muerte y las enfermedades… Las ilusiones de los <<un poco más que amigos>>, que venían a acompañarme hasta el portal de casa, las primeras notas que me enviaban por correo en la carrera que posteriormente cursé de Filología Hispánica, el primer trabajo… pero también la muerte de mi padre con los vecinos que acudían a casa a darnos el pésame, y la de la tía Manuela, los primeros síntomas de la enfermedad de mi madre… La vida y la muerte juntas”.

(1) César Fernández, ingeniero de caminos y licenciado en Derecho, posee el máster de Estudios Neohelénicos. Ha colaborado en este blog con el artículo La polis y el urbanismo colonial, que se corresponde al curso que él mismo impartió y que lleva por nombre “Los griegos en Sicilia” (Madrid, 2016).
(2) Psicología de los colores. El color blanco. Juan Núñez. 2014. En https://aprendizajeyvida.com/2014/03/17/el-color-blanco/#:~:text=El%20color%20blanco%20representa%20el,simboliza%20paz%2C%20humildad%20y%20amor.
(3) El color blanco y su lenguaje arquitectónico (…). Redacción. Diariodesign. 2017. En https://diariodesign.com/2017/11/el-blanco-en-la-arquitectura/
(4) BACHELARD, Gastón (2018): La poética del espacio. Madrid. Fondo de Cultura Económica de España, S. L., p. 254.
(5) Herminio Lebrero es profesor de Geografía e Historia del I.E.S. Fernando Zóbel (Cuenca), historiador y colaborador de elurbano.org. Ha publicado, entre otros, El pueblo, las subsistencias y el Máuser. El motín de Tarancón (Tarancón, 2019) y Lugares de Memoria Institucionalizada en Cuenca (1877-2017). La Historia que perdura (Cuenca, 2018).
(6) Vecinos de Las Doscientas denuncian que llevan una semana sin agua en sus viviendas. Las noticias de Cuenca. 2018. Gorka Díez. En https://www.lasnoticiasdecuenca.es/cuenca/vecinos-doscientas-denuncian-llevar-semana-sin-agua-sus-viviendas-33291
(7) FERNÁNDEZ MALLO, Agustín (2018): Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Barcelona. Galaxia Gutenberg S.L., pp. 65-67.
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