Esta era la otra portada: imagen del álbum Another perfect day (Motörhead, 1983, Bronze Records).

El colega Molero se levanta de la cama en un lugar del paseo de las Delicias, de Madrid, cuando aún no han puesto las calles (es el primer contrasentido de este tío inescrutable).
El grueso de su vida transcurre en el Metro de Madrid (a veces, el Molero, incluso, tiene que esperar en la puerta hasta que abran –son las 5:52-). No estamos, créame, ante un caso de parálisis sociopática, aunque de vez en cuando el figura persevera en el suburbano hasta su clausura. A la 1:20, 10 minutos antes del cierre –eso sí, con cierta parsimonia-, se larga de allí para no quedarse dentro, claro, aunque –dice- ha dormido alguna baza, de extranjis, en alguno de los túneles porque “se está fresquito en verano”, afirma.
Los vigilantes del metro, que ya están un poco hartos de esa heterodoxia militante, no lo tienen muy, muy en cuenta, solo algún cabreo esporádico y tal, poco más allá de las reflexiones consecuentes y de la reeducación del sujeto.
“Para mí esa gente ha secuestrado la noción de estilo… Y es que parece mentira, que después de las vanguardias, del dadá, del surrealismo, de cincuenta años de contracultura, y veinte de punk, la gente todavía siga mirándote por encima del hombro diciéndote cómo tienes que escribir y qué es buena literatura.”
José Ángel Mañas es entrevistado por Chema de Francisco Guinea (El Duende de Madrid, 1998) en http://joseangelmanas.com/novelas/ciudad-rayada
Molero I el Suburbano pasa de trabajar (en cualquier cosa). No se sabe bien si la relación causa/efecto viene determinada por la pasta que tiene, que la tiene, o por el talibanismo que él profesa hacia el anarquista –luego, franquista- Camba (1884-1962), que detestaba todo eso del curro. A la vista de lo anterior, se podría decir que Molero es anarquista también, y listo, intransigente, indolente, cultivado, individualista, dogmático, raro, desconsiderado y rico. Según esta noción de contigüidad, ese guayabo podría ser el equivalente a un ecosistema de cosas.
“Para ser sincero, aunque <<Ace of spades>> es una buena canción, a estas alturas estoy más que harto de ella”.
Ian Kilmister con Janiss Garza. Lemmy, la autobiografía (2016, Es Pop Ediciones, p. 149)
Durante el pasado sábado, viajó por las estaciones del noroeste de la ciudad, básicamente por las de Pitis, Peñagrande o Antonio Machado (todas, de la línea 7) y por las de Duque de Pastrana hasta Barrio del Pilar, que corresponden a la morada (semblanzas de mi memoria, quicir).
El hombre se sentó en un banco del arcén de esta última estación y se apretó 112 poemas de Bukowski. Allí, se jaló también un táper de panceta con pimientos (*) y se bebió un par de sevesas de marca blanca que adquirió en unos chinos de la calle Ginzo de Limia. Es muy raro que Molero salga del metro a tomar un café o un algo, pero a veces, la performance se desarrolla en un bar de Quintana o en un garito de Aluche, y poco más. Los cascos no se los quita ni con aceite hirviendo. Suele escuchar Onda Cero, pero le mola tema en emisoras de radio alternativa, un poco en entregado al ruack, aunque a eso de las cuatro y cuarto de la tarde una locutora hablaba de la procesionaria y el hombre puso un poco de interés a esa alocución (tampoco la escuchó como si le fuera la vida en ello, a fuer de ser honestos).
Lo que decía (muy bien) la locutora, una tal Sonia Sixtisix: “Procesionaria o procesionaria del pino es el nombre común que en zoología se aplica al notodóntido Thaumatopoeapityocampa ¿no? Es, como ya has dicho, una oruga que tiene la costumbre, como ya casi todos sabemos, de marchar en hilera una detrás de otra con la cabeza de una tocando la parte posterior de la otra. También tenemos la procesionaria del roble o de la encina, aunque es muy semejante por su morfología y ciclo biológico ¿no? En estado adulto es una mariposa muy pequeña”
En los pasillos del metro de Plaza de Castilla, Molero meditaba sobre la existencia del “Bacillusthurigiensis” que es un insecticida biológico y que también se dispone de “insecticidas inhibidores del crecimiento”, aunque, entre otros métodos –meditaba- no debemos olvidar “la eliminación mecánica de los bolsones”, pero lo mejor de todo es que le gusta apagar la radio sin miramientos, como seco (“pá”).
Y ya no sé que más escuchó porque se metió dentro de un vagón en dirección a Fuencarral (línea 10) y perdí un poco la cobertura con él (una vez, en el seno de las excepciones mencionadas, se fue hasta la estación de Baunatal sólo para echarse un sigaro. Salió del metro, se lo fumó, se volvió a meter, se sentó en un banco como el Fauno Barberini y cuando el tren llegó, lo cogió de nuevo y se largó hacia Legazpi. Apagó la radio. Ya no eran horas de mortificar al cerebro, que bastante afligido está, y conviene plantearse algo más digerible y prosaico. El Metro de Madrid da para eso y mucho más, y es más que saludable, en ocasiones, merodear en los entresijos de lo efímero).
“Los elementos que aparecieron el primer fin de semana debían de ser los miembros directos de la familia ocupante. Los visitantes sucesivos debían de ser los primos, a los que siguieron los amigos y los amigos de los amigos. De ahí, a racimo. Porque todos se parecían, panes de la misma masa, o en las anatomías o en los atuendos o en los usos o en las tres cosas […]. A este conglomerado humano global y uniforme, Manuel pronto empezó a llamarlo La Mochufa”
Santiago Lorenzo. Los asquerosos (2018, Ed. Blackiebooks, p. 127)
Hace poco, en el andén de la estación de metro ligero de Ventorro del Cano, Molero se volvió a topar con un tío más ‘pesao’ que una vaca en brazos, que había conocido hace años en Cuatro Caminos (línea 1). Mientras tanto y a distancia, Juanín no perdía detalle (con talante de mirar la tele) y se partía un poco de todo ese entremés (discretamente, yo creo).
Pero, bueno, que el Molero, como digo, se volvió a encontrar a ese guayabo, un tal Alfonsito, y tuvo que aguantarle las «tontás» otro rato. Y tuvo que oír cómo éste le detallaba los distintos tipos de carburantes que había en el mercado y la duración de las correas de distribución, y no le mandó a la mierda de milagro, pero tuvo la ocurrencia de decirle que tenía que hacer trasbordo en no sé dónde y se quitó el muerto de encima.
Aún la camiseta del Purgatory, de Iron Maiden, que el Alfonsito llevaba encima, provocó cierta lástima en Molero I, pero la nostalgia se fue a hacer puñetas, el heavy admitió su derrota, el de Legazpi abrió una trocha en el pasillo y se largó del vagón con diligencia manifiesta.
(*) El táper (también llamado fiambrera, tartera o torreznera) era rectangular y translúcido. La tapa, sin embargo, tenía una tonalidad entre roja y fucsia, y una pequeña y no muy operativa rebaba para abrir y cerrar el tema. Era de plástico (uno de sus controvertidos componentes es el Bisfenol A). El envase debía de ser viejo y parecía estar bastante usado, a tenor de los rasguños de uno de sus lados y de lo deteriorado de parte de la tapa (como una rajita y eso, que hacía que la grasita se escapase de forma muy parcial y desconsiderada). La coloración anaranjada/rojiza de uno de los vértices no era otra cosa que un vestigio mal lavado y enquistado de unos filetes de lomo en adobo de hace unos meses (la argamasa estaba formada por vinagre, aceite, ajo, mucho pimentón y poco más, ¿cuál es la frontera entre el adobo y el cemento rojo?).
Después de las Vacaciones Santillana por las líneas 7 y 9, Molero se echó mano al bolsillo, pero se había quedado sin tabaquito, y tal coyuntura aceleró su regreso a Legazpi.
Cuando salió del suburbano, se fue al primer garito que encontró y pilló. Abrió paquete y sacó sigaro. La calada llegó hasta los talones y salió por la uña del dedo gordo del pie izquierdo hasta estrellarse en el bordillo de la acera (se hubiera tragado el humo de la siderurgia vasca y de alrededores). En la calle Voluntarios Macabebes, una empleada del Ayuntamiento limpiaba las aceras y el capullo tiró la toba al suelo y miró a la mujer con cierto desdén, y la trabajadora le observó como el malo de una película de niños a las siete de la tarde del día de Nochebuena.
“[… ] Era un tipo mayor de pelo blanco, más bien memo, se notaba/la sosería que emanaba de él/le arranqué la manguera de la mano, le di la vuelta y/le hundí un buen derechazo en la barriga/se desplomó como un saco y se quedó tumbado/boca arriba sobre la yerba, cogiéndose el estómago y/jadeando/daba pena […]”.
“El mejor amigo del hombre”en Lo más importante es saber atravesar el fuego. Charles Bukowski (2006, La poesía, señor hidalgo. Sant Adrià de Besòs. Barcelona, p. 83)
Minutos más tarde, Molero entró en la iglesia de la Beata María Ana de Jesús.
Había misa. Molero caminó hacia a un lateral de la iglesia, y se situó frente a un altorrelieve de la crucifixión. Allí se plantó, al tiempo que el sacerdote oficiaba la liturgia. Molero, que escuchaba en sus cascos el tema Another perfect day, de Motörhead (en ocasiones puede tirarse horas en bucle con la canción), rezó al mismo Jesucristo y le pidió perdón por su mala praxis, en especial por la falta de tacto con el menda del Purgatory y por supuesto por el desprecio hacia la empleada de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. También pidió por los vigilantes del Metro. Y se arrepintió de lo que le dijo una vez a una mujer de edad provecta (“gallina pescueza” o algo así).
(Qué personaje)
El sacerdote puso punto y final a la homilía, y la gente salió de la iglesia (y en Guillermo de Osma, dos mujeres y un hombre se quedaron hablando de sus cosas). Molero permaneció firme y ausente, en cambio, frente a las figuras blancas de la crucifixión, hasta que aquello cerró. 23 minutos después, se fue a su casa, con olor al metro de Madrid, con algo de mierda en los dedos, mierda pleistocena (turrón duro, pero rancio). Cansado, renunció a los broncos propósitos de Motörhead, se puso la radio, y comenzó a escuchar un truño en el que regurgitaban algo de la “operación salida”y él recordó a la Procesionaria del pino.
A las 7:15 horas del domingo, se levantó, se jaló unos churros de esos congelados y se metió de nuevo en la parada de su barrio. Se dirigió a la estación de Marqués de Vadillo (línea 5) y allí, en el arcén, pasó la mañana con otro suburbanita del Metro de Madrid.
Una respuesta a «OTRO DÍA PERFECTO. FERNANDO SÁNCHEZ»