LA CASA DE VILAFAMÉS. FERNANDO SÁNCHEZ

Imagen de portada: La casa de Vilafamés, Castellón. Elaboración propia.

Breve explicación de mi reticencia a escribir sobre los cascos históricos (y el del pueblo de Vilafamés no es una excepción, de momento)

Durante el pasado mes de agosto –es un azote de vocablo, y no por las vacaciones docentes, se lo aseguro-, mi esposa, mis hijos y yo visitamos por primera vez el pueblo de Vilafamés, en la provincia de Castellón. Las personas que me hayan leído con interés o que me sigan de manera habitual –no me gusta decir “frenética”, no es saludable en ningún caso- podrán constatar que la exégesis de los cascos históricos no es objetivo primordial en elurbano.org, aunque puede llegar a serlo. Los centros históricos son parte de una ciudad al fin y al cabo, y exigen cierto decoro.

Comento todo esto a colación de mi experiencia primeriza en aquella localidad, cuyo casco antiguo, que es bonito como algunos otros (todos, no, hay que sortear el cartón piedra), tiene además una propiedad muy particular. Sus coordenadas se hallan más allá de la mayor o menor benevolencia proverbial de sus calles. Hablo de la provocación de un estremecimiento tan sutil desde la lejanía mientras nos aproximábamos en nuestro automóvil hacia ese lugar, todo ello regado con una tarde plomiza y decadente de verano ya tardío.

Las cosas desde fuera de las cosas

Aquello me imponía de la manera me gusta que me impongan las cosas que observo. Y yo creo que ese gravamen apenas tenía que ver con sus hermosas paredes (si digo lo contrario, estaría mintiendo), más bien vino consensuada por el letargo o lo que sea que tengo encima, aún hoy inconcluso. El concepto me removió, siendo además causa y efecto de un desasosiego que remite indefectiblemente a cuestiones que guardan relación con ese privativo cromatismo de la arenisca roja y con cierto anacronismo tal vez, que tuve también ocasión de percibir en la inquietante -y urbana- puesta en escena del pueblo castellonense.

El conjunto, en definitiva, constituyó una sublimización de la experiencia desde centenares de metros incluso, lo que le dio a ese elemento orgánico tan singular ese plus transformador y transuburnanizador, más allá, como ya le he comentado a usted, de unas calles tan agraciadas y provechosas. En mi opinión, lo puramente sugestivo pudo ser percibido desde el feudo permeable de unas afueras prodigosas, a través de aquellos bosques densos de la comarca de la Plana Alta.

Sin embargo, fue en los estertores de esa inspección y poco antes de regresar a nuestro vehículo, que estaba aparcado en la parte de abajo de la localidad, cuando realmente ocurrió lo inesperado, que no fue otra cosa que la irrupción brutal de esa casa de puro cemento, de planta de finísimo isósceles truncado y de tan alto grado de abstracción, a la que yo he denominado con muy poca originalidad La casa de Vilafamés. Para lo raro que soy yo con los títulos, créame.

Esas sacudidas urbanas de potente fantasmagoría le tienen a uno en vilo. Son como un desafío, pero de vez en cuando ocurren y son siempre terapia fenomenológica muy, muy aconsejable. La rara era la casa esta vez y, en este caso, había que rendirle pleitesía.

La (no) poética del cemento y el concretismo

Esa casa me dio en qué pensar, compréndame. Y me puse a investigar cosillas que tuvieran algo que ver con una presunta poética del cemento, a lo mejor de forma ingenua, y apenas encontré muy poco o nada, la verdad sea dicha. Pero siempre hay algo a lo que agarrarse –no precisamente un clavo ardiendo, entiéndame también-, y te encuentras a un poeta, un arquitecto y profesor argentino Pablo Petkovsek -que es citado y reseñado por un tal Marcelo Gobbo, poeta y ensayista del mismo país (1)-, que escribe unos versitos muy seductores y que recomiendo asimismo que lea, si dispone de tiempo o tiene interés. En lo que a mí respecta, a día de hoy, no he encontrado ese poemario completo en ninguna parte para su ulterior adquisición.

Prefiero no detenerme a describir la casa en demasía. La construcción es una rareza urbana, es cuando menos chocante, es objetivamente austera, es algo extravagante y sencillamente demodé, y tiene unos toldos que están “condenados a estar ahí de por vida” (2). En consecuencia, es más que conveniente que sea usted el/la que juzgue hasta qué punto se puede hablar de feísmo conceptual o no. En uno de los poemas de Petkovsek, el autor nos dice que alguien le vio llorar y que le dijo que gastó toda la melancolía. Gobbo habla de la cercanía del poeta al zen que “excluye todo anhelo inútil”.

La casa de Vilafamés, por irreal, parece ponernos en nuestro sitio –iba a escribir “en el suyo”- y nos retrotrae a la memoria de un momento cualquiera, a ese chispazo indeleble que te deja el alma por el suelo, que te produce ese desgaste melancólico al que el autor inencontrable hacía una bonita reverencia. En sus poemas, el argentino habla de que “la gente” se mueve como una “marea sumisa”. Los cascos históricos parecen llevarte hacia esa deriva intencionada, pero cuando te encuentras esto, cuando te encuentras con una vivienda de este calibre con esa terraza tan hostil, te sometes tú solo a tu patrón en un ejercicio de mansedumbre espiritual.

En la parte inferior derecha, ‘La casa de Vilafamés’ (aún no sabía de su existencia: la foto se la hice realmente al Leviatán de cemento que ocupa la mitad de la imagen).

La “poesía concreta” (3) apareció asimismo como un elemento de apoyo muy consistente, que pasó a ser primordial en la comprensión e interiorización de esta bizarría de Vilafamés casi sin solución de continuidad. La planta que ya he descrito me suministró una curiosa idea, o mejor, se suministró a ella misma, pareció que estaba cantado. Entonces –y perdón por esa osadía- hice poesía de y con la geometría de la casa (el contenido lo puede usted hasta obviar, si lo desea):

Mire:

debajo,

cerca del

coche, nos

encontramos

con la anomalía.

Yo lo sigo flipando.

                               U

El cemento, arma de destrucción masiva

Dejando a un lado mis veleidades concretistas, Gobbo, como ya dije, trataba sobre ese espíritu zen en la poesía de Petkovsek. La aridez del cemento de La casa de Vilafamés es indudable, como puede pasar en cualquier otra casa de ese estilo, así como esa tendencia al brutalismo y a la asepsia en su epidermis, pero ello siempre nos va a remitir al pozo de una reflexión profunda y de ese instante frugal e incontestablemente humano.

También descubrí que en la presa de Trasona, en el municipio de Corvera (Asturias), se ha desarrollado a lo largo de los últimos años la curiosa iniciativa de dar vida a esa pared de hormigón con poemas y versos: lo llaman “El Rincón del Verso”. No me malinterprete, pero yo no voy a invitar a nadie a que pinte nada en La casa de Vilafamés (que pinten mejor en los muros de sus propias casas, si es el caso), la cuestión es saber qué pinta usted delante de ese espacio tan privativo -por lo menos es lo que yo pienso de él-, de ese contrapunto a la famosa roca roja de arriba. Y todo esto era algo que, desde que me fui de ese pueblo, quería compartir con mis lectores y lectoras y, en especial, con las personas que viven en esa localidad de la provincia de Castellón, que espero que tengan noticias de este texto algún día. La “U” de mi poesía, por cierto, se corresponde con la U de la palabra “Usted”. Por si acaso, que quede constancia de ello.

Sobre lo feo y lo sublime (muy brevemente)

“La imperfección o al menos la belleza no lograda no son óbice para la consecución de un placer estético. Objetos no uniformes, excesivos, oscuros o inarmónicos pueden excitar en nosotros el <<asombro agradable>> o la <<deliciosa inquietud y espanto>> de los que habla Addison” (4), escribe Francisca Pérez Carreño (5). “Cuáles sean los objetos o sus propiedades que provocan nuestro miedo es la cuestión principal. No es tanto una cuestión lingüística, formal o retórica, sino real, de contenido casi antropológico. Lo muy grande o lo muy profundo, por ejemplo, atemorizan […]. Del <<tronco común>> nacen las causas del deleitoso horror en el que consiste la percepción de lo sublime: el poder, la grandeza, la infinitud, la oscuridad, la privación […]. El sentimiento de lo sublime enlaza pues con el impulso más primitivo, el de supervivencia” (6).

Para terminar con La casa de Vilafamés, alrededor de ese concepto tan sublime en el que habrían de tener cabida lo grotesco, lo atectónico o lo atonal, por poner algunos ejemplos más, uno se halla casi sin querer en el interior de una liturgia a la que han invitado al menos de rebote (un «pasaba por ahí»), aunque se agradecen esas muestras de deferencia por parte de ese anfitrión tan especial (en lo que a mí respecta, me pilló por banda cuando me iba). Hablamos del goce estético de una geometría desapacible. La casa es incomprensible, inaprehensible. En ella, mantengo mi espacio. En los cascos históricos, por otro lado, comparto lo que me deja la “marea sumisa” de Petkovsek.

“Yo no estoy de acuerdo [escribía Andrés Trapiello]: el espíritu de un barrio feo (se lo parecía a Galdós, y se lo parecía a él no vamos nosotros a ser más papistas que el papa) es la fealdad. La incuestionable fealdad de Madrid es parte de su belleza. Quitádsela, haced bonito a Madrid, y adiós muy buenas” (7). Pues eso. Y yo me pregunto si la ciudadanía de Vilafamés -o al menos una parte de ella- ha reparado en la presencia de esta casa tan particular y tan acojonante. Es demasiado particular para no tenerla en cuenta. Y perdóneme por la poesía perpetrada.

(1) Reseña sobre el libro Qué hizo la civilización con el cemento, de Pablo Petkovsek (Socios Fundadores, Buenos Aires, 2018): https://circulodepoesia.com/2018/09/que-hizo-la-civilizacion-con-el-cemento-de-pablo-petkovsek/

(2) Impagable apreciación del profesor Herminio Lebrero, colaborador de este blog.

(3) Un género poético de vanguardia en el que rima, ritmo, significado, aspecto, forma, superficie, espacio, geometría, (extrañas) combinaciones y construcción final guardan la misma importancia. Surgió en la década de 1930. Como concepto, podría considerarse como un antecedente de la tan mencionada en este blog “Postpoesía”, por lo que me atrevería a denominarla “Prepostpoesía” y disculpe también este barroquismo tan extraño.

(4) Joseph Addison (1672-1719) fue un ensayista y político inglés.

(5) Es catedrática de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Murcia.

(6) VV.AA (2004): Historia de las ideas estéticas y de las teorías contemporáneas. Valeriano Bozal (ed.). Antonio Machado Libros. Boadilla del Monte. Madrid, pp. 45-46.

(7) TRAPIELLO, Andrés (2020): Madrid. Barcelona. Ed. Destino, pp. 167-168.

Si quiere leer a Herminio Lebrero en El urbano, le invito a que lea Notas sobre tú me has preguntado y no te he dicho nada, de Fernando Sánchez (https://elurbano.org/2021/01/21/notas-sobre-tu-me-has-preguntado-y-no-te-he-dicho-nada-de-fernando-sanchez-herminio-lebrero/)

Si desea saber más sobre el concepto “Transuburbanización”, le invito a que lea en El urbano mi artículo Pablo Alcocer o la transuburbanización (https://elurbano.org/category/extrarradios-resenas/)

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