Imagen de portada: en la avenida de Castilla-La Mancha, Cuenca.
“La ciudad no es el problema, sino la solución”. Jaime Lerner.

A propósito del desarrollo de un urbanismo metafísico (y fractal): un marco conceptual aseado.
Honestamente, cada vez estoy más convencido de que la esencia de una ciudad y sus conexiones profundas, como mucho, se intuyen y, en bastantes ocasiones, se obvian. Nos falta la elucidación de sus entresijos más complejos a través (por qué no) de las herramientas de un urbanismo de carácter propiamente metafísico. Sin duda, hemos sido personas que se han convertido en personajes urbanos y después, en autómatas revenidos, con perdón. Los árboles, en definitiva, no nos dejan ver el bosque.
¿Qué es o qué puede llegar a ser ese urbanismo metafísico? En relación a este argumento, César Fernández, ávido (y crítico) lector de mis producciones literarias desde que me atreví con aquellas cosas, que fue además el creador de los términos “barrocobajero” y “escritura atonal” para referirse -felizmente, por cierto- a los abyectos renglones de mis textos bizarros, me escribió no hace mucho que no creía que “en estos tiempos de barbarie intelectual esté prevista la creación de cátedras sobre nuevos estudios epistemológicos”. Me dijo que “en el supuesto de que se creara la de [ese] Urbanismo Metafísico” yo sería “el mejor candidato”. Por supuesto que me siento muy honrado con esta proposición tan indecente y a la vez tan elegante, y por eso me he referido a ello en este blog.
Desde una perspectiva hermenéutica, tengo la extraña sensación de que todo o casi todo lo que hay a mi alrededor se asemeja a un cubo Rubik, en muchos de los casos tramitado a base de movimientos aleatorios e impredecibles. La deconstrucción, que de manera indefectible lleva aparejada un substrato constructivo, parece ajustarse mejor a mis experiencias en unas realidades-laboratorio que he venido interiorizando a lo largo de los años. Y si yo no fuese merecedor de tan icónica cátedra, al menos que me sea factible poder opositar a un rango tan distinguido. Que por lo menos quede constancia de estos trabajos que le presento a usted en este texto.
El “modelo rizoma”: repensar el extrarradio
La idea mutación y fluctuación del nunca sistema extrarradio es al mismo tiempo remanente y categoría rizomática, es una realidad de carácter ultradialéctico, un espacio de fricción. Este truculento palabro (difuso y reacio en sus propiedades elementales a cualquier intento de encasillamiento y de burda clasificación) admite en su seno aún sin delimitar a este conglomerado de franjas-incógnita tanto físicas como estéticas, pero ¿qué es un rizoma y qué se entiende por “modelo rizoma”.

El excelente físico y escritor Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) se ha servido del indeleble y sugestivo planteamiento rizomático en sus impagables Postpoesía y Teoría general de la basura. La R.A.E. define “rizoma” como “tallo horizontal y subterráneo”. En él, nacen las raíces. Y las plantas se desarrollan y se transforman en cualquier punto de forma incierta e indefinida.
En cualquier caso, este modelo fue presentado a la teoría del pensamiento por los filósofos franceses Félix Guattari (1930-1992) y Gilles Deleuze (1925-1995) a través de las obras Anti-Edipo (1972) y Mil mesetas (1980). Atendiendo a sus interesantes planteamientos, en tales representaciones no existiría la jerarquía, la dependencia o la subordinación. Cualquiera de sus unidades puede influir en cualquier otra de ellas como dejar de hacerlo sin más.
Existe en consecuencia una multiplicidad de puntos/nódulos que pueden afectar y condicionar al resto sin necesidad de estar por arriba o abajo o por donde quiera que se hallen. “Cualquier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro, y debe serlo. Eso no sucede ni en el árbol ni en la raíz, que siempre fijan un punto, un orden”, señalan ambos autores en los que ellos denominan “principios de conexión y heterogeneidad” (Mil mesetas, 1980), ideas a su vez desarrolladas por Fernández Mallo en el “sistema-red” o a través del llamado “espacio sustrato” (un espacio vulgar, impuro y entrópico “lleno de residuos, ruinas o escombros”) que se sustenta en los asideros de esos contextos urbanos en metamorfosis permanente. El propio físico (y filósofo) desglosa de manera muy intuitiva el atractivo “modelo Normandía”: la arena de esa playa –escribe- contiene restos de rocas, de seres vivos, de metralla, de plástico y de otros materiales, y se pregunta: “¿hay algo o alguien que pueda dar cuenta de tal superposición, de los múltiples mundos y tiempos que conectados en red hay en un solo metro cúbico de arena de esa playa?”.
Muy en concordancia con ese lúcidísimo planteamiento, el arquitecto Miquel Lacasta elaboraba un artículo estupendo titulado “Cuando el barrio es mi balcón” (abril de 2020). En él se refería a la inusitada importancia que cobraron estas estructuras durante el confinamiento por Covid-19 (marzo-junio de 2020): se transformaron [afirmaba] en graderíos para aplaudir, solarios, escenarios musicales, lugares de tertulia o espacios públicos. Así, como un rizoma o como la arena de la playa normanda, desde la calle o desde el balcón o desde cualquier otra unidad, una ciudad ha sabido entretejerse y se transforma ella solita. Sólo nos quedaría hacer acopio de ese género intelectual.

El increíble hombre menguante y la realidad fractal
El inquietante film El increíble hombre menguante (9) basado en la novela The Incredible Shrinking Man (Richard Matheson, 1956) es una película fractal. El protagonista (Scott Carey, interpretado por Grant Williams) disfruta de una estancia en un barco junto a su esposa. En el mar, en un momento de la trama, ella (Louise Carey, -Randy Stuart-) se introduce en el interior de la nave, mientras él permanece en la superficie, que es cuando ocurre el hecho trascendental: el hombre se expone al paso de una extraña nube. A consecuencia de esa circunstancia tan explícita, el ciudadano Carey comienza a padecer un proceso paulatino de mengua física, que parece discurrir de forma inversamente proporcional a un amanecer metafísico y existencial. El hombre menguante empieza a batallar entonces contra un nutrido agregado de peligros y, sobre todo, empieza a hacer frente a su propia ansiedad. De esta forma, Carey comienza su tránsito hacia la infinitud, convirtiéndose de manera automática en un fractal de su propia existencia. De la mano de su propio yo, a fin de cuentas, parece dirigirse hacia el ámbito de las posibles respuestas a sus preguntas sobre la condición del hombre en general.
El fractal al que hago referencia es la figura que incluye copias o fragmentos de sí misma de forma infinitesimal (hablamos entonces de repetición inacabable) y contiene por lo tanto el procedimiento del recurso a la propia imagen (la denominada idea de “autorreferencia” o “autosimilitud”, que puede ser perfecta o no llegar a serlo). Hay ejemplos por todas partes: los helechos, el brócoli, la espiral logarítmica del matemático Jakob Bernoulli (plasmada en las conchas de los caracoles o en nuestra propia galaxia), un copo de nieve o la espiral del propio girasol que es igual siempre en sus elementos fractales. Todo ello obedece a una reproducción metronómica de constantes y guarda estrecha relación desde luego con el factor de irregularidad rizomática anteriormente descrito.
Mandelbrot, el efecto Droste y los campos de sentido.
Hay consenso en afirmar que el padre de la matemática/geometría fractal es el matemático de origen polaco Benoit Mandelbrot (1924-2010), luego francés y de Estados Unidos, que escribió Fractal Geometry of Nature en 1982, abriendo en los números un espacio para su interpretación, extramuros de la rigurosidad secular ortodoxa. En esa misma línea, podrían incluirse los planteamientos asimétricos y también híbridos, que “siguen multiplicándose”, generados por el antropólogo Bruno Latour, en su alegato contra la “purificación” de la que, en su opinión, hace gala la modernidad (el autor afirma que esa dicotomía maniquea entre sujeto y objeto acarrea la eliminación consecuente de las franjas intermedias, de esos extrarradios consecuentes. Por su parte, el filósofo alemán Markus Gabriel defendía que “considerado así, el mundo consta de muchas pequeñas copias de sí mismo, porque cada objeto reivindica su autonomía, proclama ser exactamente el objeto que es, ya sea una mesita de café, una sopa de verduras o una ecuación matemática. Pero los objetos aparecen sobre un trasfondo sin el que no pueden existir”. Según Gabriel, esos objetos deben aflorar en campos de sentido, que se inscriben en campos de sentido más grandes hasta el infinito, lo que él denomina “ontología fractal”.
Dentro de este marco teórico tan atractivo e incontestable, además, en relación a lo iterativo y a la matemática mandelbrotiana, se habla a menudo del “efecto Droste”. Gerhard Droste fue un maestro chocolatero holandés que creó su empresa en 1863. A la imagen de su compañía, la llamada imagen “Droste”, se le puede considerar como un antecedente del pop art: no es otra cosa que el arquetipo de repetición del mismo modelo, que queda incluido dentro de la imagen principal.

Lo fractal y la ciudad
El arquitecto, urbanista y catedrático Daniel Zarza (fallecido en 2018), en su tesis doctoral Una interpretación fractal de la forma de ciudad , manifestaba que “la ciudad, como artefacto” no deja de ser un proceso aleatorio “que llamativamente podríamos asociar con la geometría fractal. […]. La geometría fractal resulta particularmente idónea en el urbanismo […]. Además del método de aproximación, es el de una geometría visual e intuitiva, que se interesa, fundamentalmente, por las formas, algo que es intrínseco de la nueva recuperación urbanística”. Por otro lado, en el artículo Metodología fractal como estrategia de crecimiento urbano, del investigador Marcelo Eduardo Unibazo y el urbanista Bernardo Suazo, se defiende que “la planificación de nuestras ciudades tiene que hacerse desde […] la observación del objeto desde distintas distancias, relacionando y seleccionando las partes y elementos importantes que surgen de cada visión.”.
José Castillo escribe en este blog La realidad fractal y el origen de los universos mundanos (4 de abril de 2021). Además de ser un artículo mágico y trascendental, en el que nos habla de la idea de fractalidad “por necesidad” (el universo, afirma, está elaborado a base de fractales), se trata de un magnífico acto de creación en el que el propio escritor ha sabido ver más allá de las cosas mismas, lo que no deja de ser uno de los principios más hormigonados de este urbanismo metafísico que tratamos de conceptualizar en El urbano. Lo fractal es un instrumento muy útil para llevar a cabo esa ingente y compleja tarea de comprensión: auto-repetición de patrones, abigarramiento celular, nanoescalas, carácter microscópico o infinitesimal… como ocurre con el ínclito Carey en El increíble hombre menguante.
Flaneurismo y acupuntura espacial
Tomando asimismo como referencia la refundición [periférica] de sujeto paciente y objeto latente, también habrá quien haya disfrutado de la opción verdadera de interiorizar la jerarquía de la orientación fenomenológica. Pablo Posada, filósofo especialista en esta rama de la filosofía, establecía la noción de frontera como una entidad permeable, accesible, que permite la polución. La idea de “flaneurismo”, como veremos ahora, viene cogidita de la mano de esa perspectiva, y de una hostilidad de resultados inciertos que algunos hemos emprendido contra el aislamiento y la alienación.
Hay en la web una serie de interesantes artículos sobre la figura del flâneur (del francés “paseante”, “callejero”, “vagabundo”) y sobre esa corriente, que guardan estrecha relación con la Deriva Situacionista de Debord (1951, supone en términos muy generales el hecho de vagar por el viario urbano) y que reivindican todas estas cuestiones borderline de xenofilia y xenofobia en todos estos contextos tan sugestivos.

Existe asimismo un blog muy interesante cuya lectura recomiendo, que lleva por nombre El blog de José Fariña, muy en línea con obras de referencia como los impagables Los no lugares (Marc Augé, 1992) o El animal público (Manuel Delgado, 1999) o con las ideologías urbanas de Jaime Lerner (Brasil, 1937-1921) y de Marco Casagrande (Finlandia, 1971), arquitectos, teóricos sociales, urbanistas y gurús del concepto “acupuntura urbana”, un pensamiento liberador, regenerador, cooperativo y súper inductivo, que concibe la ciudad como un ser vivo al que se puede aplicar esa técnica terapéutica (en puntos híper locales) en aras de la creación de un efecto benefactor que se habría de propagar por el resto de su cuerpo.
En su excelente blog, entre otros asuntos de interés relacionados con unas muy creativas y elegantes psicologías y sociologías urbanas, Fariña nos habla del peso específico que habrían de tener los “paseos” por la ciudad y de la potenciación de esa estética de la irrelevancia, que traería consigo una democratización y una nueva vivencia de la cultura espacial, que es desechada en última instancia de forma reincidente y, en ocasiones, hasta soez. En sus artículos, Fariña menciona al italiano Francesco Careri (18), que propone un caminar entendido como una praxis de índole estética que da más importancia al viaje que al lugar de destino. Careri acuñó asimismo el término “transurbancia”, que trae consigo el recorrido de un área y la confección de mapas que se alejan de lo meramente convencional, muy en consonancia como digo de esa hibridación y anonimato propuestos por el antropólogo Augé en sus legendarios No lugares. Todo ello se plasmaría en una ciudad “paseable”, afirma el arquitecto de la UPM, cuyas “funciones han sido asumidas por patios de manzana, internet y urbanizaciones”.
Conclusión (o prólogo para otras cosas)
La supuesta búsqueda del presunto Santo Grial metafísico no es una narrativa del ladrillo ni tampoco se concibe como una prosopografía del absurdo. No es ni mucho menos un mapa del tesoro. Se trata de un proceso abierto e inacabado de interiorización y de individualización, entiéndame. En consecuencia, podremos ser un poquito más comprensivos con el tema de lo nuestro y con los otros parapetados, en la frontera de esa nostalgia somática que reivindica el admirado Latour. Además, la deconstrucción personal y del entorno es un ejercicio muy sano de introspección. Puede parecer una tontería, pero no lo es. Es acupuntura terapéutica en el rodal de uno mismo.
Mónica Arzoz, arquitecta y urbanista, escribía: “el ser humano tiende a calificar lo inexplicable y lo desconocido como caótico o desordenado, cuando la mayoría de las veces simplemente no está entendiendo lo que realmente ocurre”. Es básicamente eso. Falta comprensión inteligente y, sobre todo, adolecemos de sentido común: hasta la soledad o la asepsia más rotunda forman parte de un flujo recurrente que tendemos a no percibir. En conclusión, le invito a que usted salga de su urbanización de pensamiento único. O de Internet o de su patio interior (que puede transformarse en otro extrarradio para los demás). Y por supuesto que le deseo lo mejor en su próxima experiencia trascendental en el horizonte que ve por la ventana.
