YO SOY DEL ‘MADRID’ DE TRAPIELLO. FERNANDO SÁNCHEZ

“Excepto los estoicos, nadie se resigna a ser del montón. Para todo el mundo el futuro es siempre la mejor inversión a plazo fijo: si ganas, porque ganas, y si pierdes, o sea casi siempre, porque la culpa es de otros, y ya se encarga uno de contarlo a conveniencia”.

Madrid, Andrés Trapiello, p. 196.

El texto con el que usted se va a entender a partir de este renglón, es una reseña políticamente (poco) correcta sobre un libro correctamente incorrecto: Madrid, Ediciones Destino, 2020. Mi amiga y compañera de trabajo, la madrileñísima Mónica Olalla, colaboradora asimismo de este blog, me lo regaló hace varios meses y desde entonces, ese complemento directo se transformó en un objeto de culto de carácter existencial.

Su autor, Andrés Trapiello, ha creado un universo fractal, una sinopsis que aún no sé muy bien qué es, lo que es muy de agradecer en estos tiempos de anacronía y de esclerosis orwelliana. Los hay que sustentan su tejado en el quiero y nunca puedo, y están los que aún conservan cierta clase para hacer lo que les dé la gana, y en ese término municipal, él ha sabido manejarse con gracioso desparpajo (hay que valer hasta para hacer lo que te salga de las narices, no todos nos desenvolvemos en ese predio con soltura).

Con esto no quiero decir que la descripción entrópica sea una garantía de éxito necesariamente, ni siquiera el pretencioso trabalenguas de mi presentación, pero en este cosmos de subjuntivización y por supuesto de trapiellización, ha bastado un poquito de inteligencia procesual, algunas dosis de sabiduría emocional y buenas paladas de sarcasmo y sencillez para no amodorrar al personal y para concebir el amasijo metaliterario deseable y recomendable al por mayor que es Madrid. Ese es el libro de Trapiello.

En su obra, hay alguna cosilla prescindible. Yo, por lo menos, no hubiese incluido un glosario (él lo titula Retales madrileños). Es tan bueno lo que ya hay, que no le hace ninguna falta al libro, pero yo dejé de leerlos cuando aprobé mi oposición (Albacete, 2004), por lo que la culpa, más que de Trapiello, quizás me corresponda a mí, que acabé atascado de todas esas cosas. Sin embargo, el grueso de la información, imprescindible, exhaustiva y terriblemente original, te engancha a esta droga dura que es el Madrid del autor, un Madrid de autor por otra parte, a vueltas de forma muy elegante y perspicaz con la sempiterna semblanza de lo madrileño.

Se habla mucho y a veces muy mal del madrileñismo y de sus efectos colaterales. En lo que respecta a esta cuestión, hasta donde yo sé, mucha gente no sabe lo que dice. ¿Es necesario vivir en Madrid para opinar correctamente? Yo creo que no (desde otro punto de vista, puede afirmarse sin rubor alguno que la gente expresa su parecer en el colegio electoral cuando en la mayoría de las ocasiones no tiene ni idea de a quién está votando y también se habla de fútbol y no te vas de cañas con los jugadores o con las directivas, o con los árbitros).

Yo estoy convencido además de que lo madrileño viene determinado más por lo que no es que por lo que realmente significa. Se sabe que no es de Madrid una mujer de Badajoz que vive en Estepona, y que tampoco parece serlo la arena de las playas de Lisboa. Y luego, viene Trapiello, de Manzaneda de Torío (León) y nos comenta que “en Madrid todos los madrileños saben que descienden del azadón como el hombre del mono” (p. 253). Y eso es un pedazo de aforismo. A mí cuando menos me ha hecho sentir muy bien como unidad elemental de los fondos de los Montes de Toledo, como madrileño que soy y por supuesto como parte del proceso evolutivo de hominización. Aunque Madrid pueda ser una frontera natural de difícil digestión, en Madrid no ponemos vallas electrificadas a nadie. Y en Madrid hay payasos como los hay en todas partes.

La obra de Andrés García Trapiello es evocadora sin que él lo sepa y provocadora sin que él a lo mejor lo quiera. Más que un manual para saber sobre Madrid, yo lo considero un tratado para aprender a contar cosas a los demás, a vueltas como digo con eso que denominamos lo madrileño con mayor o menor éxito. El libro se define mejor también por lo que no es que por lo que pueda llegar a ser: no es un manual de historia, tampoco es una biografía, ni siquiera parece convertirse en una teoría sobre extrañas lógicas urbanas, pero en él Trapiello te cuenta todo (o casi todo, venga) mejor que cualquier especialista en cada materia. Es la comprobación empírica de que no es necesario serlo para opinar sobre esta cuestión.

Es, por lo tanto, un libro muy madrileño y eso es un hecho irrefutable. Su autor afirma que es un “catálogo de las calles madrileñas” (p. 129), pero yo pienso que la modestia (excesiva) ha venido a descansar en los pilares de ese testimonio. En mi opinión, en cambio, el libro es un indiscreto inventario de cosas muy interesantes y muy bien narradas. De un modo en absoluto canónico y siempre nada altisonante, Trapiello ha sabido sortear los habituales rollos hagiográficos infumables.

El autor nos cuenta historias de él y nos cuenta historias de mi ciudad y de la suya. En relación a estas últimas, como es lógico, algunas me interesan más que otras. A este respecto, me veo en la obligación de comentar que me sobrellevo a través de unas pocas normas, pero muy bien implantadas, y una de ellas es la de no leer libros de historia de las ciudades, al menos hasta ahora. A lo sumo, me informo de lo que me parece oportuno porque esa realidad programática me aburre por un lado y por otro, me sigue sin gustar la fabulística del proceloso mundo de los cronistas entre regulares y muy malos.

Sin embargo, fuera de ese ámbito tan apocalíptico que he diseñado, nuestro escritor leonés ha sabido aplicarse con sabiduría y con un muy fino humor tanto en la letra como en las pausas. Además, todo ello ha traído consigo una buena cosecha de honestidad y de humildad, que parecen ir por la vereda de toda esa verborrea inteligente. Es un libro para abrazar. Diríjase, por ejemplo, a la cita descomunal del comienzo de esta reseña.

En ocasiones, esta propuesta tan libérrima tiene un poso más bien profundo de novela picaresca. Da la sensación en consecuencia de que Trapiello, por lo que nos dice, es o se consideró más un lazarillo en el hampa inevitable, en este hibridaje técnico y, como él escribe, en los términos de una actitud de “errabundaje” a través siempre de las calles del prodigio capitalino. Por otra parte, la referencia al legendario juego de “El Palé” es un sorprendente elemento parcelador en el interior de esta literatura, es el disco duro de este libro tan singular. Lo cierto es que no te lo esperas y, por lo asombrosa que resulta la recurrencia a esta deliciosa iconología, la referencia es absolutamente saludable. En esa prosopografía del legendario juego se halla la etopeya de su vida: “Y de ahí también que comprendiera uno, casi medio siglo antes, y aun oscuramente, en cuanto puse los pies en la plaza de España aquel 4 de mayo, la importancia del Palé: aquel era también el retrato de Madrid” (p. 146), nos comenta el autor.

El Madrid de Madrid contiene asuntos de lectura obligada para los colegios de dentro y de fuera de la capital de España. Cada una de estas cuestiones da indefectiblemente para una reseña independiente y bien argumentada: yo le comento a usted por ejemplo adónde debe ir respecto a las impagables reflexiones sobre Goya (p.  83), en relación a las extraordinarias apreciaciones sobre el urbanocentrismo (p. 95) y sobre las ciudades como parques temáticos (p. 99) o cuando se refiere a la “dinámica de las calles” de Corpus Barga (p. 129). También me remito a las apabullantes nociones de “entronización clorofílica” (p. 162) y “urbanicidio” (de lo mejor que he leído en los últimos años, pp. 159 y 163) o al rechazo del propio escritor al mundillo literario (p. 256). Tenga asimismo en cuenta por supuesto la metafísica del Rastro (p. 323) o la poética de Usera (“un barrio que de puro feo tiene su encanto”, p. 354), entre otras muchas muestras de lo que hay entre lo muy bueno y lo excelente. Qué felicidad, por favor. Cuando te arrojas a los brazos de tanta brutalidad de erudición y de clarividencia, todo se transforma en acendrado hedonismo.

Es muy probable, para terminar, que yo desarrolle o incluya algunos de estos elementos en artículos futuros de elurbano.org. Ya le digo yo a usted que sí. En cualquier caso, después de la lectura de todo este tinglado enamorable, estoy completamente seguro de que cualquiera podremos opinar con más criterio sobre la ciudad a la que tanto quiero y a la que tanto se puede querer –o detestar-. Mónica me comentó que “en la cena de Navidad, tendría que ponerse este libro en el plato de cada comensal”. Pues eso, léalo, entréguese a los placeres de la vida urbana y disfrute de las cosas del escritor en las calles de Madrid. En el de Mónica, en el de Andrés, en el mío y, por supuesto, en el de usted.

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