ANTOLOGÍA DEL OTRO LADO (SEGUNDA EDICIÓN, ENERO DE 2022). FERNANDO SÁNCHEZ

ISBN: 978-84-695-3954-5/Depósito legal: CU-136-2012

Nota del autor a la segunda edición:

Antología del otro lado es un libro que edité en 2012 (usted lo puede encontrar en varias bibliotecas de la ciudad de Cuenca). La reedición incluye una revisión ortográfica y algunas rectificaciones de carácter cosmético. En ningún caso, se ha modificado el contenido del original (y eso ha sido una victoria por K.O. sobre la tentación que me atenazaba desde la cabeza hasta las uñas de los dedos de los pies).

Como ya he expresado alguna vez en El urbano, he desarrollado de forma habitual una extraña propensión a detestar y desechar por lo tanto mi obra escrita. Sin embargo, Antología del otro lado es una hermosísima excepción, aunque sea de forma parcial. Honestamente, hay partes que no me gustan de él y, en mi opinión, hay ciertos fragmentos que han quedado algo desfasados y que hoy no escribiría ni harto de vino, pero guardo muy buen recuerdo de mi librito y desde luego que puede considerarse como el comienzo de todo lo que ha ido aconteciendo en forma de palabras y conceptos hasta llegar a El urbano. Por algo había que empezar. En consecuencia, me hace ilusión reeditarlo, darle un sencillo homenaje de cumpleaños (10) y compartirlo con usted en mi blog. Antología del otro lado se ha estructurado en 15 subconjuntos que van del relato corto al microrrelato, que se pueden leer de forma independiente y, en su caso, en el orden que se desee.

Este artículo contiene el primer relato y la opción de descarga de todos ellos.

Antología del otro lado en su segunda edición está prologado por el texto de la estupenda reseña de David Fernández (El urbano/categoría El urbano), que puede hallar asimismo en su blog de crítica literaria El lector avisado.

Imagen de portada: barrio Fuente del Oro, Cuenca.

Para Germán, exégeta del cuentismo familiar y continuador de la saga con éxito.

ANTOLOGÍA DEL OTRO LADO (segunda edición)

Leipzig

Honestamente, Madrid ha sido la obsesión de mis últimos 40 años. Parece que pido perdón por ello.

De un tiempo a esta parte, pienso en Dios, como suelo hacer con tantos asuntos (se puede escribir dios, con minúscula). También pienso en los demás, que es más complejo y delicado. Suponiendo que tiende a infinito, mi almendra se expande hacia el fondo del ring, seducida por los efectos de un muestreo sospechosamente sistemático y de una curiosa extrapolación, que puede ser hasta atrevida. Supongo que cualquiera ha meditado sobre la dilatada existencia de tan insigne entidad, por lo menos, alguna vez en su vida y esa propensión, además de obvia, parece más un deber que un derecho adquirido.

Por lo que a mí respecta, gestiono mis excesos como puedo y procuro no indagar más allá de lo estrictamente razonable porque es peor, porque por fortuna o contumacia los hechos me han dado la razón con fiascos relativamente conocidos por el público en general. Además de ser algo cabezón y bastante afortunado, he pensado en Dios y me he vuelto más centrípeto.

Imagino mi antigua ciudad, femenino singular, como un hombre de sesenta y cuatro años largos y da la sensación de que mi tesis es un contrasentido o algo similar a un entrecot de digestión complicada. Sólo sé que Madrid no es Dios o al revés y para ello no ha hecho falta indagar. Lo veo como un ex fumador de negro duro sin boquilla porque no había dinero en casa para un cigarrito fino, un rubio, siempre más caro en mi ciclo de tabaquista, que acabó hace muchos años. Es un tipo atrayente, configurado por ciertas constantes y variables (más, lo segundo): preclaro, errabundo cuando quiere, noble en el fondo, es como un tunante de época marchita. Qué personaje es. Así es como yo me lo imagino.

Nació en Alberto Aguilera o en Batalla del Salado, yo qué sé, valen las dos. Yo hice lo propio en un paritorio de una clínica de Cuatro Caminos y allí estaba él, mi comadrón, expectante, sonriente, como un tunante de época marchita. Dicen los que allí lo celebraban que me acogió con ternura. A los pocos días, me soltó como a los galgos en el paseo de las Delicias. Después, lo hizo en el barrio del Pilar. No están nada mal. Qué púgiles, por Dios. Me malcrió, es lógico, y me consintió en exceso, aunque aguantó mis tribulaciones con dicha y en él y gracias a él he soñado durante gran parte de mi vida, por eso le debo una parte de ella.

Madrid se ha pasado toda su vida en Madrid. Madrid es un canalla y le quiero tanto como para beberme una cerveza en Gran Vía, porque en ella prefiero hacer trescientas quince cosas antes que tomarme una caña, como comprar un par de libros o ver a los heavies del metro, si es que siguen por allí, que ya no lo sé. La tengo en la pared de mi salón, colgada, con el viejo Capitol y serios nubarrones al fondo que elevan el tono general. Es un blanco y negro que parece de otra época, pero no lo es.

Madrid me ha cebado, triturado, pulido, querido, consolado, crispado, resabiado, sorprendido, puteado. Da la impresión de que le doy un adiós. Irreverente y familiar, con sus ojos negros y sus feas canas, con su perfume y puñaladas traperas, Madrid me embriaga y me causa insomnio con reiteración, pero ahora resido en Cuenca y vivo expectante, esperando los próximos cuarenta años. ¿Me habrá triturado, crispado, sorprendido?

A pesar de todo, en tiempos de crisis moral o de euforia colectiva, que es lo mismo, a pesar de todo, digo, procuro alejarme de aquellos argumentos siempre tendenciosos que pudieran colocarme el marchamo de individuo refundado. A día de hoy, seis años trabajando, viviendo, riendo, llorando y haciendo el granuja en esta ciudad son bagaje suficiente para darme cuenta de que estoy a gusto aquí y de que no me olvido de Madrid ni un solo día de mi vida, de ahí mi tendencia natural hacia la contemplación urbana. A pesar de todo, hago esfuerzos casi a diario para no mezclar los placeres cotidianos con el principio irrefutable, el de los escalofríos. Por eso prefiero guardar distancias en los terrenos pantanosos, por lo que pueda pasar. Vamos, que a uno le han enseñado a ser prudente en cualquier andurrial y lo lleva a rajatabla.

Las letanías provincianas me causan hastío y de eso no me cabe ninguna duda, qué duda cabe, por eso intento no caer en la trampa, para no importunar a los demás, para que no me importunen luego, básicamente. “¡Qué asco de madrileños!” o “¡pareces de Cuenca!” sugieren la misma musicalidad y barbarie. La primera proposición se me antoja correcta, siempre que sus intérpretes no vuelvan a Madrid para comprar en las rebajas, visitar a los médicos o ver el fútbol, por ejemplo. La segunda se convierte en un ejercicio de fidelidad desintelectualizada.

Se dice que no ofende quien quiere, sino quien puede, pero no, todo el mundo se ofende con todo a todas horas. Si digo que no me irrita lo de las “casas colgantes”, miento de forma deliberada y descortés. Me pasa más o menos igual con ese mester de clerecía que dice que “los de Madrid hablamos como macarras”, locución que respeto en la misma medida que no comparto. Ello es algo atronadoramente empírico, lo aseguro.

Hay numerosos y sólidos elementos en el paisaje urbano de la ciudad de Cuenca que me parecen más interesantes que las Casas colgadas, anhelo del que desconoce la ciudad, por ejemplo. Sin embargo, hay asuntos que me producen inquietud, como, supongo, a una parte de mi vecindario. Las “Casas” reciben el tratamiento de “colgantes” con cierta frecuencia, y ello ha sido perpetrado desde diversas ópticas y en diferentes contextos por guitarristas de grupos de jovencitas, en Cuenca, y dirigentes políticas, en Madrid.

Hace poco me topé con una mujer y un hombre, ambos de unos 30 años largos, en la puerta de la iglesia de El Salvador. Se inició un breve diálogo a varios metros del lugar donde me pegué el mayor guantazo de mi vida, mientras corría. Traté de esquivar a un turista en el adoquín mojado, con los efectos ya conocidos. Siempre pasa algo allí.

– Hola.

– Hola –respondí.

– ¿Sabes dónde están las casas colgantes? –preguntaron.

Ignoro haberles conocido con anterioridad. No tenían aspecto de estrellas del pop o de políticos. Yo también les tuteé y les pregunté si llevaban mapa. Me miraron con extrañeza. Les aconsejé que tiraran “todo para arriba” (qué reduccionismo, qué tristeza). También he oído hablar del puente “encantado”, lo juro. Ya puestos, por qué no teorizar sobre la ciudad colgada, los colgados encantados, los encantos y los colgantes o la ciudad de los puentes. Y lo colgamos en la web.

Bien por desconocimiento, ya sea por falta de vergüenza, las embestidas de negligencia deliberada son pagadas con el dinero del contribuyente y ello ofende más que este decadente trabalenguas. Si se tiene cuenta que las autoridades sanitarias aún no han prescrito medicación pertinente, el asunto provoca más empacho. Es malo para la salud mental y ello perturba, sí. Algunos de los que dicen “colgantes” utilizan la cantinela “de Cuenca” a su antojo, como ya he comentado, y sólo de ello debería hacerse un curso de literatura en toda regla, patrocinado por alguien sagaz o comprometido.

La premisa es válida para cualquier lugar, se me ocurren Las Hurdes, qué bestialidad. En definitiva, todo habría de transitar por las sendas de la estricta reciprocidad o de la sola sensatez (están bien ambas cosas), aunque no suele ser asíy ello me hace desertar del localismo más o menos militante. Ni voy de madrileño por Hermanos Becerril ni de conquense por ninguna parte, porque no lo soy, y ambas posturas, firmes e innegociables, hacen que todo resulte un poquito balsámico y reconfortante.

Cuando llegué a la ciudad, busqué un piso donde vivir, es evidente, y pagué el alquiler de un coqueto apartamento en Antonio Machado. Demasiado jaleo. Oía todo (todo). Cuando ahorré lo suficiente, me decidí a comprar una vivienda en propiedad y mi búsqueda se convirtió en un 28 de diciembre, aunque tiendo a pensar que tuvimos la culpa yo y mi torpeza, a la que cedo los honores sintácticos.

Si el proceso se examina desde el punto de vista de las personas que no tienen suficiente pasta para pagar una vivienda digna, mi planteamiento puede resultar aberrante. Si es analizado desde la perspectiva de las millonadas que me pedían por ciertas zahúrdas y sobre la base del enriquecimiento explosivo, la cuestión parece más comprensible. Ahora vivo de forma decente en una urbanización impersonal de pensamiento único, aunque no hay ruidos, se descansa y tengo una piscina en condiciones en la que estamos tres. Lo agradezco. A veces, echo de menos bajar a la tienda de abajo, pero es lo que hay.

Las haciendas del conquensismo habitual o el tratamiento místico de ciertas estampas, muy común, pasan a un segundo plano en este libro o lo que sea, y ello no es un arranque de iconoclastia ni por asomo. Hay lugares que son muy bonitos y no los voy a descubrir ahora, pero no me llaman tanto la atención. Con el relato corto como peana (tan necesario, tan carnicero, tan eficaz), diversos episodios narran la presunta simbiosis de una ciudad vieja y un advenedizo, dialéctica que ha quedado establecida en el asfalto y su pureza. Qué mejor que la calle, qué bueno que la víscera existe. En fin, que me pasa como a tantos otros, que digo que soy duro, que no me gustan los prólogos y cuento estas historias, que no valen para nada. Entelequias. Me vale este concepto.

Con el telón de acero de las competencias, los indicadores, los planes de trabajo individualizados, los criterios de evaluación, las pruebas de diagnóstico y los proyectos curriculares, en Cuenca se produce una inversión urbana y ya me encuentro más aliviado. La parte antigua, que es la medieval por excelencia y sin ella, se convierte en racional por el mero hecho de su inercia. Eso es lo que creo cada vez que la veo desde la ventana del instituto, donde tengo el gusto de trabajar [por entonces el I.E.S. San José, de Cuenca]. La parte baja o moderna, a su vez, se ha medievalizado por las políticas municipales de ordenación de la ciudad, que es lo que tiene bajarse al suelo, donde tengo el placer de vivir.

El casco es visualmente accesible, razonablemente ordenado, racionalmente edificado y uniformemente comprensible. El fenómeno es aún más sorprendente, si se tiene en cuenta la orografía. Las tramas mantienen cierta compostura y los hitos se reconocen a través de un eje, que vertebra las edificaciones que se alinean desde el Puente de la Trinidad hasta el aparcamiento del barrio del Castillo.

Prescindiendo de las urbanizaciones de pensamiento único, recientes, la parte baja es errática. Es, como mínimo, un desorden excelso y el entorno perfecto para la segunda entrega del Manual de Geografía e Histeria, que ya es una realidad, al fin. Más de una vez he dicho que su fisonomía aleatoria, tal vez deconstruida, me recuerda a una barriada periférica de Madrid, con sus aromas profundos y destrozos consecuentes, con el cemento y la lonja de persianas debajo, con el Bar Paco y la caja, con la ropa colgando del tercero, con los chinos y la charcutería de Julián, que te dice que tiene mejor carne que la de cualquier centro comercial del mundo. Es evidente.

Todo es distinto a lo demás y hace de la mutación una impredecible manifestación artística de primer orden, a la vez que un complemento circunstancial en cada esquina. Empeñada en mirar hacia dentro, la ciudad declina en un jardín de anfractuosidad fosilizada, donde levantas y siempre hay algo, entre rosas y ortigas. Echo de menos no tener un bar cerca, sí, y me tengo que ir al centro a tomar algo o ver un cuadro, cosas de las ciudades (con las que se puede ser indulgente). El acceso predilecto es el túnel impresionista, debajo de la vía.

Agregado de tramas atomizadas superpuestas o anexas, Cuenca (o el pequeño Tetuán) se concibe como una miscelánea de elementos de origen indeterminado, enajenados por una vía de un tren regional y dos ríos en by-pass, inseparables del horizonte urbano y de su comprensión ulterior. La parte superior proporciona algunas exquisiteces, deliciosos bocados. La inferior es exquisita en esencia y goza de la erótica de lo incomprensible. Es grisácea, humilde, abigarrada, entrañable, farragosa, obsoleta, poliédrica, cálida, compleja, decadente, bulliciosa, complaciente, discreta, dadivosa, fascinante. En ella hay una búsqueda permanente de sí misma y en ella me apetece encontrarme. Me apetece andar hasta perderme.

El autor.

Una respuesta a «ANTOLOGÍA DEL OTRO LADO (SEGUNDA EDICIÓN, ENERO DE 2022). FERNANDO SÁNCHEZ»

  1. 🎸 sí Lós heavie’s dé grán vía, siguen esTando ahí, día Trás día, én sú proTesTa parTicuLar, dé porqué quiTaron eL»Madrid ROCK» ‽‽‽

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