Raramente, desarrollo la extraña habilidad de resetearme en un nódulo fragmentario y a la vez unitario (lo que García-Viñó llamaba espaciotiempo), un pródromo súper masivo, de prácticas sujetoobjetuales relativas, sin personajes centrales, endofractal. Vamos, lo máximo. Entonces, me siento con ganas de poder desembarazarme “del poema escrito como mediador exclusivo de la experiencia poética” (Julio Monteverde, Materialismo poético, p. 33). Dese usted cuenta de que de la M-40 nunca se sale, se abandona temporalmente, en una especie de déjà vu súper estructural. Y de que uno tiene el gusto de visitar la irrealidad molecular de las circunstancias del jardín de El Capricho y luego accede al propio parque (al que nunca se entra, de él se emerge en cambio).

Hablamos del éxtasis orteguiano generado por ese elegante jardín y sus circunstancias o el jardín de las circunstancias y sus caprichos entre la Ciudad Pegaso y Barajas. De esta forma, me da la sensación de que me quiero un poco más en la periferia de mis ensoñaciones más herméticas.
El sujeto extrapolable pasa a ser objeto vulnerable (“nada es comunicable por el arte de la escritura”, escribía Borges en su Aleph, en un espíritu –decía- “capacitado para lo grande”). La literatura es fractal (lo fractal es literario), y por lo tanto, truculenta, sucia, obscena.

Las imágenes dolientes te llevan al inframundo (delectación) y detectas el fallo en el sistema (violación), como el protagonista de Matrix, cuando te despojas de tu flujo sanguíneo en la avenida de Logroño. El ecosistema fálico pierde su razón de ser, ya nada es vagina ni pene, y la confrontación de antitéticos bajo la experiencia de profanaciones recíprocas, se diluye en su propia velada de partículas/cuerpos que son dos entidades a la vez, cuando ya no se sabe quién crea, consume y excreta lo que se ha denominado hasta ahora eso de la “poesía”. O se desconoce si uno forma parte ya de esa poemática desde encontradiza hasta bien alimentada. O se desconoce si uno (des)conoce a su propio personaje.

Es mejor no ser. Hablamos asimismo de la paradoja de la variabilidad urbanopoética, de fisonomías aleatorias incómodas y por lo tanto onanísticas y pronto te das cuenta de que no es posible entender los conceptos por separado, de la consunción de actos severos, de rimas brutales de hormigón y vesículas plegadas en este caso de árboles frondosísimos y exuberantes. Todo es junto y separado, inmensamente paradójico, infinitamente terrenal.
Siempre acabo en Wittgenstein. Sería bueno salirse de Wittgenstein, al menos cuando yo quisiera.

Ante la teatralización de lo inhóspito, como paso previo e inherente a lo fagocitado, les propongo la aplicación saludable del Principio de indeterminación de Heisenberg, que nos enuncia que no es posible conocer con pulcritud la velocidad y la posición de una partícula de forma simultánea (los análisis por separado interfieren en las microrrealidades propuestas).
No me llaman la atención los jardines. Los jardines sólo son bonitos, incluso excepcionales.

No es necesario escribir nada por lo tanto (tengo esa extravagante preferencia por la lectura de todo lo que no he escrito). Despreciamos al sujeto arrogante. A veces, callarse la boca es poesía (buena o mala, pero lo es). Hay muchísimas poesías. Todo está lleno de poesías y de antitéticos, que reafirman la condición de ese no ser cada vez menos prolífico.
No sería posible en consecuencia sacrificar a la vez los elementos tiempo/espacio no sólo en el instante, sino también en la estructura metapoética del negativo de las cosas (negativo y positivo pueden ser la misma realidad cuántica de fotones, ritmo y posición solapados en un hábitat desolado e indeterminado). El simbolismo chagalliano de estos protoespacios hace factible la aplicación a la praxis de ese principio de indeterminación, fuera de nuestra zona de estiaje.

El poema Mierdas de perro, firmado aunque no implementado por un tal Nostromo, compuesto por 10.384 versos pentasílabos que dicen “Mierdas de perro”, no expresa otra cosa que el déficit del sujeto paciente, absorbido/absorbente en la ciudad computacional, en ese conjunto de hipercódigos de inseguridad, en el trastero de nuestros sentidos traicionados a lo largo de esa dichosa Matriz.
Ambientalismo y tecnología se azotan sin piedad o se abrazan y se funden, como en un antipoema. Por lo tanto, la perspectiva de ver en perspectiva tiende a infinito.

Como un Spoken Word, a fuerza de repetir la misma insensatez a lo mejor de otra manera, sentía que el jardín comenzaba antes de tiempo y que el espacio se retorcía, asincrónico. Me encontré un jardín vallado sin mierdas de perro por el suelo (poética de la nada), pero con las secuelas de un hermoso y aseado parque temático. Recordaba los Artefactos antipoéticos de Parra, ahora se trataría de dar una conferencia, por ejemplo, debajo del puente de la M-40. Me bajo de la autovía para regresar otra vez (Spoken Word performativizado, un revisitado molecular diferente por definición que revienta nuestra filia por definir las puñeteras cosas por decreto). El lenguaje destruye al lenguaje, velocidad y partícula de Heisenberg. Lo cuántico nos abruma en base a un Principio de cuestionamiento permanente heisenberguiano. La poesía es la que no llega a ser en esencia, cuando al final te la quitas de encima.