LA INECUACIÓN POSTPOÉTICA DE AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO. FERNANDO SÁNCHEZ

Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma (Anagrama, 2009) no deja de ser un vademécum si tenemos en cuenta todas esas cosas desde una perspectiva de formalismos exclusivamente técnicos, pero es una exuberante propuesta al fin y al cabo. De lo enorme que es, el texto puede hasta poner de los nervios y terminar siendo por lo tanto censurable (lo inquietante podría ser por ejemplo la idolatría de carácter ciclópeo o el linchamiento de las masas como siempre adocenadas), pero es un poco como cuando vas al médico y te ha diagnosticado un quiste benigno, te alegras de que sea bueno a fin de cuentas, a medio camino de la cordura (me sirvo del título de un álbum de Ramones).

Como fin y como medio, y como productor/amplificador ontológico de epifenómenos mágicos y de nuevos intangibles en el seno de lo que el escritor denomina con muchísimo acierto “zona mutante”, como corolario de una voluntad honesta y férrea entre blancos y negros e impreciso en esencia en coherencia intelectual con su propia y lenta gestación, la poliédrica Postpoesía de Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1961) ha venido para quedarse y se ha metabolizado en uno de los contrafuertes virtuales de este blog, tanto en munición mutante/transformadora como en un vasto conjunto de posibilidades y de variables estéticas y didácticas acojonantes.

Sin saberlo a lo mejor, los que nos hemos echado al monte en ese arrebato de filantropía, derivamos física y matemáticamente de una manera más ajustada en el entorno psicofisicotrópico, a pesar del rechazo explícito de pronóstico reservado y siempre por supuesto respetable que el texto ha suscitado en algunos/as (se lee en ese caso, se deja y ya está). Es un libro con el que se puede ser agnóstico, pero en ningún caso se debe ser ateo. Al final, nos damos de bruces con las movidas de la servidumbre intelectual, me remito al “nunca llueve a gusto de todos”. Y de lo de la llamada “Generación Nocilla” de la que Fernández Mallo parece ser socio fundador ya hablé demasiado quizás en el comentario del Homo Sampler de Eloy Fernández Porta, por lo que no voy a insistir sobre lo mismo (van a esa reseña y lo leen, si les parece apropiado).

Postpoesía se mueve con desparpajo en el parque natural de lo científico (le achacan no sin cierta razón una acusada tendencia al cientifismo/tecnologismo). Hay cierta pretenciosidad narcisa/ensimismada en esa alquimia tan conmovedora, pero coexisten en sus entrañas dos nociones siempre análogas y necesariamente desdibujadas, la intelectual (lo poético) y la espacial (el extrarradio de ese concepto de lo poético), que hacen del producto algo difuso, como lo que propiamente describe a lo largo de sus páginas. De forma transversal, he ido haciendo referencias de él a lo largo de EL URBANO desde el inicio de su andadura, pero no lo había reseñado como tal. Uno comete ciertos pecados con los que –espero- se puede ser indulgente. Es un libro ortodoxamente heterodoxo, proclive a la interpretación cientifista como ya he dicho, y al rechazo de cierta erudición rancia de literaturismos anacrónicos y magros.

A pesar del abuso de lo técnico y del amor digital (ahora me sirvo de Daft Punk), la obra de Fernández Mallo se ha impregnado de cierta organicidad, se obsesiona con la metamorfosis, desarrolla la complejidad, cocina a muy baja temperatura eso de la ascesis postmoderna. Es un texto experimental y didáctico. Es un texto que se lee bien, pero no se entiende mejor (los baños de mierda que ha recibido pueden ser injustos en consecuencia).

La postpoesía del físico coruñés no es un ente claramente definido (a veces echo en falta cierta concreción tipológica en ese sentido), y eso puede ser un lastre y también una hermosísima virtud, por lo que no tengo ningún rubor en afirmar que el texto en sí es propiamente postpoético (no debería ser poético por su propia idiosincrasia). Postpoético puede ser perfectamente cualquier dibujo del artista Hans Rudi Giger.

Postpoesía es un alegato antisistema (eso de airear el statu quo de vez en cuando está muy requetebién), una crítica al escenario poético nacional tradicional. Abreva en el manantial de la fragmentación, en la alberca de la validez de los elementos constituyentes y constitutivos. Proporciona los criterios de evaluación del que considera hipertrofiado teatro poético español actual y hace referencia a la obsolescencia –dice- de sus planteamientos. La sociedad ha evolucionado y la poesía vive en su mundo de fantasía, hermético y complaciente, es lo que viene a asegurar, de ahí la importancia de los nodos que pululan por estas redes deleuzianas y de las relaciones cambiantes, sorprendentes, harto sugerentes. Llegado el caso, en ocasiones se me queda un poco impreciso y detecto algunas vaguedades (en referencia a algunos postpoemas, por ejemplo), pero me mola. Por supuesto que sí. Más allá de la transubstanciación de los límites y del academicismo clásico sujetoobjetual, nadie le podrá negar al físico coruñés su capacidad para escribir. Como transmisor de ideas, ese hombre posee una capacidad de innovación descomunal y es un redactor formidable.

Postpoesía hay que entenderlo a través de la postpoesía, y hay que aprender a navegar en la complejidad a través de una praxis intelectual y a la vez muy cotidiana. Una práctica que redefine y engorda además el concepto afuera, periferia o extrarradio. A pesar de alguna carencia, el libro induce a la meditación, enseña otros caminos, me permite encontrarme a mí mismo, bastante alejado en realidad del ecosistema literario y editorial al que nunca he pertenecido y con el que me muestro más distante con el tiempo. “Empecemos (por aclarar el chiste) diciendo que la Poesía Postpoética –escribe el autor en la página 11- actúa por experimentación; es, en esencia, un laboratorio. Mejor dicho, dado que es una actitud, aspira a ser un laboratorio […]. El postpoeta  lo que debe construir son artefactos poéticos que fluyan desde y para la sociedad contemporánea”.

Actitud. El mismo Fernández Mallo, en respuesta a las críticas de Luis Antonio de Villena en El País, afirmaba que “el problema no son las <<críticas negativas>> o positivas, ya que ambas son fructíferas y saludables, sino las <<malas críticas>>: son malas porque utilizan un aparato crítico anacrónico para abordar un libro que lo desborda”. Se gesta así una poesía, digamos, alien, de carácter xenófilo, que se materializa a través de un proceso de “inducción” (p. 39), que se va apropiando/contaminando de la tecnología, tan perpendicular y recurrente en esta obra. Es una entidad permeable, cambiante. A veces, no es posible comprenderla (la postpoética “aún no se sabe qué es, pero es”, p. 97) y a veces uno ya no sabe dónde está en esos (no) espacios físicos y plenamente metafísicos.

Desde el punto de vista estrictamente teleológico y por supuesto desde la terraza de ese remanente de promiscuidad intelectual, hablamos de una obra valiente, de altísimo valor performativo, a veces paradójica, siempre necesaria, en la que el propio Fernández Mallo ha diferenciado de forma muy audaz entre “egocentrismo radiante” y “egocentrismo autista” (p. 73), una propuesta en definitiva que aboga por la reconstrucción y el redimensionamiento de una “ciudad psicopoética” de “relaciones sin catalogar” (99-101). A mí me enriqueció, en ocasiones me irritó, me dio mucho en qué meditar y me abrió de par en par nuevas direcciones en el contexto la ciudad descontextualizada.

Ya era hora de que yo le contara a usted todo esto.

Disculpe la tardanza.

Mi agradecimiento a El poder de las Ideas (Imagen de portada: El mundo Giger) y a Ediciones Anagrama.

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