Imagen de portada: Feria. Acuarela. D., diciembre de 2022.
Hartos de vernos las caras, se recurre en ocasiones a la versificación de la realidad. O a la prosificación de la poesía en pequeñas, aunque potentes dosis. Sustentado en cualquier caso en un dimorfismo de manual y en esa propensión al rizoma a cualquier hora, hasta de madrugada y lloviendo, recordé algunas cosillas de varios franceses fundamentales, todos ellos muertos. O no, según se mire. Cada vez estoy más lejos de todo eso de la raíz, del tronco y de las ramas, pero había que comenzar por algo.
Después de darle algunas vueltas, decidí bautizar este texto con la Internacional Situacionista (I.S.). Nacida en 1957, de ideología marxista, la Internacional se hizo un hueco como un movimiento revolucionario, alborotador y de alto contenido intelectual. No obstante, sus postulados panurbanos y neoantropológicos, sustentados en la gestación de una sociabilidad un tanto insólita para aquellos tiempos quizás (para los de hoy lo podría ser también), deberían ser interpretados a varios kilómetros del contexto de una radicalidad mal entendida y, por lo tanto, dentro de la óptica de un prometedor descubrimiento y desde la terapia del paso adelante al que dieron lugar aquellas propuestas tan avanzadas, agitadoras o, si se me permite el término, extravagantes incluso (escójase el vocablo más adecuado).
El enunciado psicogeografía, implementado y utilizado por los miembros de esta sociedad, alcanzó su máxima expresión con la Teoría de la deriva, diseñada por Guy Debord en 1958, un año después de la puesta en marcha de todo este tinglado en la italiana Cosio di Arroscia. Nacido en 1931 y fallecido en 1994, el filósofo francés reclamaba una nueva forma -lúdica, creativa, vamos a dejarlo así- de contemplación, valoración y comprensión del paisaje urbano. Hay que agradecerles a estos hombres pues, algunas cosas buenas y útiles, al menos desde la perspectiva de los integrantes/colaboradores de este blog. Y estoy seguro que desde el punto de vista de algunos Urbanitas, también. Ya era hora de que deriváramos un poco tal vez. Más allá de un concepto hormigonado, rígido, constreñido o preestablecido, deriva ha sido un procedimiento bastante más sólido de lo que indica su más estricta apariencia, un conjunto de rudimentos urbanos esenciales, un hecho en definitiva que el lector más o menos habitual habrá podido entender.

Naturalmente. Hawkwind, la singularísima formación pre-Motörhead en la que ya despuntaba un tal Kilmister, banda catalogada de forma muy correcta como de space rock, editó una maravilla musical en 1972 titulada The space is deep (“El espacio es profundo”, It is so big, it so small, “es muy grande, es muy pequeño”, dicen). Por el otro lado del mismo cubo (muy lejos, tan cerca), el filósofo también galo Gastón Bachelard (1884-1962) se desenvolvía con una abrumadora defensa de la miniatura (La poética del espacio, de 1957, las cosas de la causalidad), un concepto tan abisal, muy, muy espacial: “hay que amar el espacio para describirlo tan minuciosamente como si hubiera moléculas de mundo, para encerrar todo un espectáculo en una molécula de dibujo” (pp. 195-196). Menos es más, nada menor en esta seriación de cualidades intrínsecas y complejas. En cualquier caso, después de la interiorización -nunca “del estudio”- de la original deriva que Debord descubrió con la autorización no expresa de Baudelaire, he llegado a dos conclusiones básicas, que resumen a mi juicio la esencia de esa geografía psicológica, poderosamente progresiva, atonalmente musical.
En una primera aproximación, un poco como en recelo y tal, la deriva debordiana se podría concebir, siempre desde mi punto de vista, como un no paseo en sentido un tanto escrupuloso. Me da la sensación de que un acontecimiento tan sano y tan higiénico como pasear no deja de ser utilitarista y por lo tanto antisituacionista. Se trata de sumergirse en cambio en las procelosas aguas de otro hedonismo cualquiera.

En teoría, este no paseo o anti paseo debería ser entendido como una actitud sin propósito determinado (la conciencia o no de ello no puede hacernos caer en la falsa idea de intrascendencia). La certeza encierra en sí misma la carencia de las mismas evidencias. Sus indicios más primarios vendrían marcados en todo caso a través el instinto, bajo las constricciones o, incluso, las propias contradicciones del azar o de sus no principios establecidos. El hecho más o menos espontáneo de proceder a dar un no paseo para examinar un determinado ambiente urbano es en sí un objetivo ambicioso, aunque pueda resultarnos hasta antinómico, por lo que si se examina con detalle ese propósito, si se rasca un poco en el cartón, el autor de la caminata no es otra cosa que la primera víctima de esa exquisita paradoja de puro falsacionismo popperiano.
No obstante, si transitamos a través de esa política del entomólogo que Bachelard implementa de una manera tan inaccesible y tan apacible al mismo tiempo, el no paseo se desarrolla asimismo durante un período de tiempo preferiblemente no prolongado (de la misma forma no cabría interpretarlo como una errónea transitoriedad, dar vueltas a las cosas hasta la extenuación no significa necesariamente su resolución exitosa, si no que me lo digan a mí). Además, la movida se disfruta través de diversos ecosistemas urbanos miniados, espacios infinitesimalmente ricos y exuberantes. El modelo rizoma de Gilles Deleuze y Félix Guattari (Capitalismo y esquizofrenia, Mil mesetas), del que he hablado ya en mi artículo sobre el Urbanismo Metafísico, bebe de la alberca de Debord, y lleva casi con toda probabilidad su excelso ADN. En consecuencia, se rompe un poco la dinámica pasmosa y perversa de que “todo se hereda menos la hermosura”.
En segundo y último lugar –a la espera de alguien pueda rebatir todo este planteamiento-, en este enfoque de luz resplandeciente de carácter conductual, en esta montaña rusa de emociones que ha quedado instalada en el particular y permanente recinto ferial de los delirios locales y mentales, se establece, siempre desde mi propia sintomatología, una relación antinormativa que amamanta de las ubres de la topografía y de la sociología. Por ese mismo motivo, aunque parezca una burda contradicción, parece más adecuado, como digo, hablar de un no paseo y nos quedamos tan a gusto.

En consecuencia, a través de la exégesis del entorno a la deriva -insisto en lo inapropiado que a mí me resulta eso del estudio o del análisis-, el sujeto se pone a prueba ante las barreras físicas y sociales que le rodean, un hermoso planteamiento que no deja de estar amenazado –o amenizado- por las eventualidades del determinismo. Todo ello tiene lugar, en definitiva, en una escala micro o nano, en esas miniaturas so small, so big que ejercen en su mayoría de argumento fundamental.
Lo lúdico y lo progresivo resurgen entonces con inusitado vigor, exhibiendo sus dotes más significativas. Y al final, la deriva resulta ser un fin y un medio, ambos en permanente idilio y sincronía, y por ello las posibilidades didácticas y antropométricas se multiplican. Teniendo en cuenta, pues, esta protodimensión tan sugestiva, a colación del cubo de Kilmister, Debord y Bachelard, me vienen a la cabeza los Ejercicios de estilo (1947) y 99 ejercicios de estilo (2007), escritos por Raymond Queneau (1903-1976, del grupo OULIPO) y Matt Madden de forma respectiva.
En el primero de ellos, la acción se desarrolla en París. Queneau escribe que se sube a un autobús y que ve a un hombre (A) que discute con otro (B). El sujeto (A) se baja del vehículo. Dos horas después, el escritor lo vuelve a ver en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare, hablando con otra persona. La historia es de esa manera, el argumento es un prodigio de la insignificancia, pero lo terriblemente insólito es que es abordado desde 99 formas distintas, un dechado de profundidad espaciotemporal, un alarde de derivación polivalente. Por su parte, Madden, influidísimo por el literato francés, narra una misma historia en ese cómic a través también de 99 perspectivas diferentes: el autor se halla trabajando con su ordenador en la planta de arriba de su casa, se levanta, se dirige hacia la nevera, que se ha situado en la planta de abajo. En el instante en el que la abre, no recuerda lo que estaba buscando -es importante hacer mención de que, en el trayecto, su mujer le pregunta la hora y que todo ello conste, por favor, en acta-.

De tan absurdos que son, de tan banales, ambos relatos llegan a ser hasta sorprendentes. Queneau, antes de la gestación del situacionismo, ha hecho de una historia y de una manera de abordarla, un elemento de reflexión subcutánea, y sobre todo, libérrima, a través de 99 puntos de vista que florecen en el pasto como una aproximación de carácter atómico a un objeto que es narrado e interiorizado mediante otras tantas percepciones o de la misma, si me lo permiten, plena de matices sin embargo. En consecuencia, las elucubraciones de todos estos artistas mencionados llevan consigo el alarde de una fuerte carga filosófica y son vectores de referencia para todo lo que acontece en este ejercicio coral de degustación del entorno que les propongo. Una deriva planteada desde varios puntos de vista es al fin y al cabo la concepción del acto de crear sobre el propio acto creador, como en la maravillosa acuarela de Feria.
No es apropiacionismo de andar por casa. Es pura psicodelia, como en el tema de los ínclitos Hawkwind.
Juegue a ser usted mismo con su viejo rompecabezas.
BIBLIOGRAFÍA:
BACHELARD, Gastón (1957): La poética de espacio. Fondo de Cultura Económica de España. 2018.
Doremi Fasol Latido. Hawkwind. 1972.
MADDEN, Matt (2013): 99 ejercicios de estilo. Madrid. Sins Entido.
QUENEAU, Raymond (2019): Ejercicios de estilo. Versión de Antonio Fernández Ferrer. Vigésima edición. Madrid. Cátedra.
Teoría de la deriva de Guy Debord (1958) Texto aparecido en el # 2 de Internationale Situationniste. Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999. Https://www.ugr.es/~silvia/documentos%20colgados/IDEA/teoria%20de%20la%20deriva.pdf