Imagen de portada: cartel informativo de un vagón del Metro de Madrid (línea 9). Fernando Sánchez.
El poema (en cursiva) se titula Disciplina. Cesare Pavese fue un escritor italiano que nació en 1908 y murió en 1950.
Los biomecanoides/biomecánicos son creaciones del artista suizo Hans Rudi Giger (1940-2014)
Las glosas (en negrita) son mías.

Como un implante recién puesto en la mandíbula, el texto resultante es para José Ramón Polo con todo mi cariño.
<<Los trabajos comienzan al alba. Pero nosotros comenzamos
un poco antes del alba a encontrarnos a nosotros mismos
en la gente que va por la calle. Cada uno recuerda
que está solo y tiene sueño, descubriendo los raros
transeúntes – cada cual fantaseando a solas,
porque sabe que al alba abrirá bien los ojos>>.
No es poema, es varios poemas, son poema circular. O displasia en elíptico vicioso de trasuntos masacrados. Que el día destruía la noche y la noche dividía el día, decían The Doors, quiero decir, que me cortocircuité con esa movida. Ya lo saben. Es una idea tan espantosa como placentera. Parece que tengo angustieja…
<<Cuando llega la mañana nos encuentra estupefactos
mirando el trabajo que ahora comienza>>.
Mónica Olalla me puso en la pista del poeta Cesare Pavese, un tipo que me echó en el sendero de la gente que vive en esas ventanas que dan hacia el ocaso de nuestras cosas (es decir, hacia el anverso/reverso de nosotros mismos, es un feedback perverso, se dice y no pasa nada). Hay mucha performatividad en el asunto/hay cero magnanimidad en esa performance pavesiana, me han desdibujado los límites de mi amanecer XXL.
<<Pero no estamos más solos y nadie tiene sueño
y pensamos con calma los pensamientos del día
hasta sonreír. En el sol que regresa
estamos todos convencidos. Pero a veces un pensamiento
menos claro –una sonrisa burlona– nos toma de improviso
y volvemos a mirar como antes de que saliera el sol>>.
No es un poema de su época. Ni tampoco de la mía. Cuando esto termine, no volveré más a ese lugar. El día se prescribe como paliativo para una noche llena de incógnitas y resabios, incapaces como seremos de sustraernos a nosotros mismos de nuestras mierdas. Como refugios inesperados, las farolas para el día y los toldos, para la noche. Vivir en las sombras, morir al sol. Poema sin versos, que contiene poemas.
<<La ciudad clara asiste a los trabajos y a las sonrisas burlonas>>.
Pura distopía con Omeprazol. Mónica me condujo al ínclito Pavese (Cesare se suicidó con 42 años) y me estrellé contra una anti obra de arte que lleva por título “Disciplina”, una experiencia fabricada con hormigón armado y de alto contenido en sí misma ya si eso. El alma en flor de febrero pelea por liberarse de esa materia. Entonces, el Pavese presituacionista resulta que nos ha salido muy punk y bastante, bastante cibernético.
<<Nada puede temer la mañana. Todo
puede suceder y basta alzar la cabeza
del trabajo y mirar. Muchachos fugitivos
que no hacen todavía nada caminan por la calle
y alguno hasta corre. Las hojas de las avenidas
arrojan sombra sobre la calle y solo falta la hierba
entre las casas que asisten inmóviles. Muchos
en la orilla del río se desvisten al sol>>.
Casi sin querer, hay apenas 20 biomecanoides enfrente de usted. Los hay. El Metro de Madrid es conjunción de fines, de carnes y de medios. De trabajo, cabezas gachas o no tanto, voyeurs, maleducados, poetas, currelas, jovencitos y cotillas del móvil de al lado. Yo me veo mucho en este/estos poema/s cuando me da por mirar a la gente, en ocasiones con descaro, en las cercanías del Villaarriba del Ridículo. Radio Futura cantaba muy pavesianamente “Arde la calle al sol de poniente/hay tribus ocultas cerca del río” y un poco más tarde “En las piscinas privadas las chicas/desnudan sus cuerpos al sol”. Pues eso, que antimateria voluptuosa en todas partes.
<<La ciudad nos permite alzar la cabeza
para pensarlo, y sabe bien que después la inclinamos>>.
El Metro de Madrid es ecosistema red de carácter biológico y siderúrgico (dónde empieza y acaba cada cosa es corolario de la substancia de superficie y de la perspectiva provecta del passenger). “Y sabe bien que después la inclinamos” es la genialidad oscura con la que concluye la antiutopía de Pavese. Insisto, no es poema de ningún tiempo. Acecha la cosa tras el arbusto. Se hace referencia al o a la de enfrente en el vagón de aquel metro que tanto me mola, alguien que te aparta la mirada. O como cuando le giras esa mirada porque te acojona (se ha sentado en un lugar reservado para embarazadas, ancianos, discapacitados, personas con bebés). De pronto me di cuenta de que el cartel que usted ha visto en la portada no era otra cosa que el reflejo consciente del hermetismo del poeta italiano y de la debilidad ecuménica. Y ya si eso, vas y te fijas donde más te apetece, como suele hacerse en las piscinas privadas de las pibas de Auserón o después del bofetón de la proclama de “Asiento reservado”, que algunos se lo pasan por el forro de los huevos, atisbos de lo epicúreo. La ciudad periódica y dimorfa de Pavese. Lo dejo. Como el brócoli, Disciplina es unos poemas fractales. Es unas poesías de clorofila y de metal. Ahora, ando con Pier Paolo Pasolini. Ya hablaremos.
A lo mejor, otro día.

