A PROPÓSITO DE «BARRIO DEL PILAR» (Y DEL GRUPO DE HISTORIA URBANA). FERNANDO SÁNCHEZ

Comentario de la obra Barrio del Pilar (Grupo de Historia Urbana del barrio del Pilar, Temporae, Madrid, 2024).

Decía el antropólogo Iñaki Domínguez al poco de empezar Macarras interseculares (Ed. Melusina, 2020) que desde hacía veinticinco años había conocido bien “barrios como Colombia, Prosperidad, Malasaña, Retiro, Chamberí, barrio de la Concepción, avenida de América, Embajadores, barrio del Pilar o Diego de León. Aquellos que desprecian tales comunidades [explicaba el ensayista] no saben lo que se pierden”. En lo que a mi rutina ciudadana y afectiva se refiere, y parafraseando un famoso proverbio de carácter religioso, un individuo propuso hace 48 años (o sea, un servidor) y el barrio del Pilar dispuso, lo que en primera instancia parece más un lastimero aforismo de resabios y reivindicaciones deterministas. Pero no habría de ser así. En realidad, no lo es. Quiero decir que también estuve un tiempo por allí. Y que antes de escribir sobre las claves del magnífico Barrio del Pilar (de la serie «Barrios de Madrid») elaborado por el Grupo de Historia Urbana, mi objetivo primordial no era dejarme llevar de ninguna de las maneras por el sentimiento y por la impresión, pero al final del trayecto, reconozco que lo hice. A fuer de ser honestos y en resumidas cuentas, el texto es un hilo conductor de muchos de mis recuerdos imperecederos.

El Grupo de Historia Urbana fue creado en 2016 y a día de hoy está compuesto por seis miembros de “fuertes lazos” con el barrio, que demuestran con creces una propensión a la descripción de las nanoescalas, un automatismo bien entendido no obstante que combate con mucha solvencia las exigencias del guion de los denominados condicionantes externos: la vigorosa escala supraindividual, los determinismos cocidos al fuego lento del fatalismo de las cláusulas sociales y antropológicas, y el dichoso componente estructural, en cualquier caso, modelan a su antojo la más juiciosa subjetividad. “Explorar la ciudad en profundidad es un modo de trascender los dogmas que se nos imponen desde la caverna mediática, las revistas <<cool>> y la siempre errada opinión pública”, afirmaba el propio Domínguez.

En Barrio del Pilar, la aproximación a obra del escritor y urbanista Kevin Lynch (1918-1984), La imagen de la ciudad (1960) es fundamentalmente indirecta, la mayor parte de las veces ineludible y casi siempre transversal. En aquella legendaria prospección, el geógrafo norteamericano ideó un genotipo de espacio urbano que aglutinaba algunos elementos que recibían el nombre de senderos (caminos, calles), bordes (fronteras y barreras), nodos (lugares no frecuentados), hitos (perspectivas de interpretación de los objetos) y por supuesto barrios (unidades vecinales con características comunes). En consecuencia, después de leer y de interiorizar Barrio del Pilar, el lector habría de abandonar el papel de consumidor pasivo y su incierto cometido de florero de salón, aleccionado en ocasiones dentro del mundo de lo que se ha dado por llamar posmodernidad urbana. Barrio del Pilar es para tomar o para llevar, es para tenerlo continuamente a mano, si se dirige uno a pie a través del distrito. Siguiendo en definitiva los criterios del Grupo de Historia Urbana que ha elaborado esta obra tan singular y atendiendo a los presupuestos del filósofo Maurice Merleau-Ponty, no entramos al barrio del Pilar, nos incorporamos en cambio al mismo.

El texto se organiza en torno a una introducción y a siete secciones que se suceden más o menos en orden cronológico, mediante una interesante combinación de textos e imágenes (¡más de doscientas sesenta!), que llama poderosamente la atención, y en el contexto de las nociones recurrentes y muy espartanas de precariedad, deterioro, descampado, desolación, embarramiento y, sobre todo, de espontaneidad manifiesta, de improvisación y de protesta. Es este alarde percepcionista un compendio de pura sensibilidad por lo tanto. La inigualable serie de imágenes (carteles, fotografías, dibujos, revistas, boletines, panfletos, otros), provenientes todas ellas de diversas colecciones y entidades, se ha constituido en este caso en el mejor sustituto de los juicios de valor: en ellas, el texto –más bien un pie de foto breve, para nuestra dicha- funciona como un asidero formidable que complementa, corrige o termina de rematar la propuesta abrumadoramente visual de sus autores. Frente a los corralitos de colores de hoy, los jóvenes jugábamos entonces donde nos daba la gana. O en el lugar en el que, sin embargo, se podía.

La valoración arquitectónica y urbanística de los planos primigenios y las propuestas de carácter eminentemente teórico acontecen al comienzo de este tratado y dan paso a las imágenes mencionadas junto con sus pequeños argumentos, tomando como postulados innegociables una vastísima riqueza documental que se deja llevar por el instinto, por un lado, y una exposición meticulosa y muy fácil de leer a la vez. Las fotografías son realmente buenas y muy ilustrativas, se han escogido a conciencia y dan la sensación de haberse convertido –por lo menos hasta donde yo llego- en el epítome de las microrrealidades que configuraron ese hecho tan hermoso e inconfundible que se tuvo a bien denominar “El Pilar” o “barrio del Pilar”, algunas veces, inhóspito y descuidado, y a pesar de todo ello siempre retratable, respetable y accesible. Es un TAC con contraste de un objeto no cualquiera. En este libro tan pulido, en definitiva, he encontrado lo que yo quería.

Como dispositivos generatrices de colonización e invasión del espacio (entonces) periurbano y rural, me gustaron mucho las excepcionales imágenes del cerro de Los Pinos cuando no había nada (o sólo un tentadero de una tal Antoñita), poco antes de que se construyera en él la Ciudad Residencial Altamira (pude contemplar con fruición los cimientos del piso en el que residí durante veintinueve años y la acción no tiene precio, créanme). El hórreo de la plaza de Corcubión asimismo, el campo que había donde hoy se encuentra el parque Rodríguez Sahagún, el instituto en el que cursé B.U.P. y C.O.U. (1985-89) o la Galería Comercial de Simeón, los pormenores de la construcción de La Vaguada/Madrid 2, el antiguo cine de la calle Betanzos (hoy, un súper mercado) y todos aquellos lugares recónditos y por descontado autentiquísimos por los que solemos transitar cada vez que regresamos desde la ciudad de Cuenca hacia nuestro barrio, en Madrid. Fue una agradable sorpresa saber de la existencia de este precioso libro y después, tenerlo nerviosamente entre las manos. Y me dio cierta congoja. Y al final, como les digo, me emocioné.

Fernando Sánchez también ha escrito para El urbano “El barrio del Pilar y el absolutismo del sílice”: https://elurbano.org/2020/12/10/el-absolutismo-del-silice-fernando-sanchez/

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