DE ESCUELAS Y CÁLIDOS MAGISTERIOS. JOSÉ TOMÁS CASTILLO PÉREZ

De Pisuergas y Valladolices, aprovechando que Fernando aborda el análisis y vivisección de Escuela de Calor, yo tengo una opinión guardada y fraguada hace unas semanas, en la cual también tuve algunas reflexiones para ir pasando el rato y ordenando ciertas inquietudes.

La canción de Radio Futura mama del sueño onírico y etílico que todos hemos elucubrado alguna vez: grupo de amigos que regenta un garito, un poco entre tinieblas, suelo pegajoso y aromas etílicos. En una versión estival podríamos hablar de la piscina marfileña o el Alive ciudadrealeño, y cuando la imagen traspasa el vídeo clip, aparece la certera canasta de hielo en arcaico vaso de tubo en el “toretiense y chinadiense” Bar de la Estrella.

En Alcoba, la escuela de calor rondó la esquina ínclita del bar La chuleta, porque es un punto geográfico donde el sol pega más fuerte que en el Valle de la Muerte, siempre ese muro proyectado de luz y siempre un talud impenetrable hacia dentro donde las tribus ocultas siempre esperan que caiga la noche entre “Máus” y el filete empanado, el sushi de los montes.

Bastante Eloy de la Iglesia y mucho Kubrick en esa mezcla de club maldito y box de resacas buscadas y persistentes, donde se enarbola la creatividad con movimientos mínimos y calculados.

Decía anteriormente que yo opino ahora porque ya trillé aquella parva hace unas semanas, y con el tamo todavía en la comisura afirmo que la canción Escuela de calor recibe por parte de Fernando una dignificación en forma de tesina, en cierto modo, inmerecida.

El maestro le ha dado sentido, cinematográfico y filosófico, bordeando lo religioso, y estoy seguro de que los dueños del copyright no la concibieron así. Y no lo hicieron porque les faltara profundidad sino porque les sobraba sapiencia. Bien, pues he aquí que se han topado con un ornitólogo que analiza y descifra las características del ese “pájaro” de barro que echaron a volar allá por el año mil novecientos ochenta y tres, y nunca pensaron, ni pensamos que el resultado ha sido digno de publicar en prestigiosa revista científica. Solo hubiera mejorado el texto la contribución de Adolfo como especialista en vida y milagros de canarios y jilgueros, pero esa hubiera sido otra historia.

La esencia del pájaro de ciudad que roza con sus alas los ladrillos rojos del extrarradio, es la vacuidad de su vuelo y la miseria que sobrevuela. Ya no quedan niños resacosos de vacaciones trimestrales. Son leyenda las espaldas peladas y las rodillas desconchadas. Los septiembres de cada año no espían sus pecados de pueblo con las historias del exilio rural. Los sueños de garitos como sacristías y de secuestro de primalas se disipaban cuando se llegaba de regreso a los alrededores de la torre de Mordor, o sea, la torre de Aristrain de Villaverde, y alguno exclamaba “Madriz” con voz gutural, y la ortodoxia le ponía en su sitio, como mandan los cánones.

Reflexiono, como digo, ahora, gracias a Fernando, y busco en el cenote de la memoria y en la cueva húmeda de la imaginación pensando que, como dijo Joe Elliot, moriría por una melodía pero podría ignorar todas las letras de canciones del mundo, hablando de rock y poesía me refiero.

Hemos dado muchos pasos, pero ninguno malo, como recomendaba Santiago Auserón. La literatura puede y debe convertir las letras en flores para regalar, cada vez que un escritor dignifica una canción, y produce, sutil, pero contundentemente, como las alas de la mariposa, tempestades en el lado de los lectores que reciben la ola buena.

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