HOMO ERGASTER PUNK. FERNANDO SÁNCHEZ

¿Por qué es (y debe serlo) Homo ergaster? El Homo ergaster, que viene a significar algo así como “hombre trabajador”, se hizo a sí mismo hace 1’9/1’4 millones de años, y el Homo ergaster del punk debería nacer, crecer y reproducirse en aras de no palidecer en la vida, trajinando/implosionando en el metraje de las magistrales respuestas del bajista Geezer Butler a cuestiones de un entrevistador, que le achuchaba a propósito de su capacidad como letrista del grupo Black Sabbath: “En los viejos tiempos, sí [decía]”. Pero cuando grabaron el álbum 13, fue como tirarse “de los pelos intentando pensar en algo. Porque cuando tienes éxito y una casa con piscina detrás y todo eso, es difícil inspirarse en cosas”. Cuando leí su testimonio, decidí escribir este texto, con ese sedimento –los que lo conozcan, lo entenderán- tan profundamente stirneriano y deleuziano. ¿Por qué debe ser punk? Se hace necesario desbaratar la centralidad y la idea de la falsa ilusión de libertad. En consecuencia, hablamos de la obligatoriedad de lo periférico.

Eloy Fernández Porta se refiere a la existencia del “UrPop”, del que dice que “se define como la emergencia inesperada de figuras, valores o emociones primitivos en un espacio ultramoderno”, una plaza que incluye el mito, el atavismo, el regreso a lo rural. Hoy, he retornado primitivamente a los presupuestos canónicos de ese mandamiento como sustento de los malabarismos sin red del propio ergaster, al que me he permitido sacar de su contexto. Perpetradas como un remedio topológico potente frente a lo lineal -la inflexibilidad que supone llevar una vida por decreto para conseguir otra existencia ilusoria-, la cultura punk y post punk frente a la ablación política y social debería constituirse entonces en una (no tan difícil) ética del trabajo: las estrategias de caza en común del homínido africano, el acierto por encima incluso de su misma voluntad, podrían servirnos como ejemplo conmovedor y de referente UrPop. Desde la perspectiva del homo razonador propuesto, habríamos de servirnos incluso de ese espíritu de cooperación manifiesta que enseña los dientes al monstruo creado por la propia alienación paranoica de índole post capitalista -el desgraciadamente desaparecido Mark Fisher aborda esos temas en su brillante publicación póstuma Lo raro y lo espeluznante, en la que bucearemos por supuesto-.

En estas circunstancias, deberíamos no obstante recordar algunas de las movidas de las clases medias recluidas en reservas de la naturaleza, aplicable al pensamiento medio encerrado en su cárcel mohosa. No hay necesidad de que me refiera únicamente a la música sensu stricto, en este caso a la basiquísima y sencillísima Paranoid de los propios Sabbath, a los Ramones (la iterativa I don´t wanna go down to the basement), a la elevada Pink Flag de los Wire o a los mismísimos The Fall, estos últimos mencionados por el propio Fisher en uno de los capítulos de su texto espeluznante. Fernández Porta afirmaba que el rock per se no es primitivista, sino la música extrema (la secuencia, según él, sería el punk, el grinding hardcore, algo de música industrial y el drone, todos ellos “un original sónico en estado puro”, una especie de “magma primordial”/”primordial soup”). Napalm Death, Ministry o Sunn0))) formarían entonces parte destacada, en su opinión (y en la mía) de ese grind UrPop de carácter cultural, constituirían una especie de esencialismo contrastado frente a la inanidad del pop, que adopta en una de sus múltiples formas el comportamiento sociológico, edulcorado, banal y antinómico propio de la clase acomodada de la que hablaba el propio Butler en aquella entrevista (de alguna manera vendría a ser el sujeto elíptico definido como pro-droppronoun-dropping– que omite todo atisbo de originalidad). Cuando Preciado se refería a los zapatistas y a su enfrentamiento contra la estética neoliberal, afirmaba que ello habría de implementarse “a través de la construcción de una ficción política viva que resiste a la norma”.

La contundencia subsecuente del concepto punk en base a su proverbial reduccionismo primario y radical, unido al acervo de las medidas experimentales del ‘post’ conforman una realidad ergaster performativa muy gramsciana, un escenario de carácter reactivo planteado como arma de combate contra las penurias del conformismo y de la resignación de la calle de enfrente habitada por la fantasmagoría de ese pop orwelliano y superficial, y de todos los cepos del tan vituperado hombre invisible cuando está de mala idea. Uno puede tararear alguno de los temas de los músicos mencionados (o berrearlos directamente) y experimentar, llegado el caso, lo que le viniese en gana dentro del mismo orden. Ya no hablamos sólo de una presunta conciencia de clase, hablamos de uno mismo como clase suprema: como amalgama de topologías retros, las calles de Dios están para cruzarlas.

En relación a la papilla sistémica y a la reconstrucción a conciencia del ciudadano corriente, decía el psicoanalista Erich Fromm que la reacción que un espectador tenía frente a una obra de arte cualquiera era la de aprobación automática por la poderosa razón de que le habían amaestrado a comportarse de tal manera ante cualquier experiencia artística. Es lo mismo que bendecir al político de turno por el mero hecho de serlo. Es lo mismo que dar por aceptable este texto por la mera representación de estar redactado: en realidad, no deja de ser un ejercicio de intransigencia y de consumo post capitalista. En esas haciendas, pues, el individuo medio por lo tanto desarrolla la tendencia a comportarse como un tipo artificioso y domesticado, con coche, piscina, necesidades muy satisfechas, de ahí la necesidad de la gestación de una respuesta social ergaster, en oposición al desarrollo turbulento y truculento del estoicismo mal entendido. El miedo es de uno mismo, como sus lunares, sus dioptrías y sus salidas de tono, pero los miedos, las dioptrías y las salidas de tono forman parte de una colectividad, y ello significa necesariamente que esa sociedad es y debe ser de todos, después de la adquisición de la conciencia de tener ese miedo, frente al sufrimiento (estoico) de tenerlo.

“Aunque los zombis no existen en Hong Kong, sí existen en The Walking Dead [escribe Gregory S. Moss a propósito de las ideas de Markus Gabriel]. Afirmar que <<los zombis no existen>> es solo una verdad a medias, ya que no existen en Hong Kong, pero sí existen en otros campos de sentido, como The Walking Dead. Como es evidente, el realismo ontológico de Gabriel le compromete con un concepto relativo del no-ser. Los zombis tienen no-ser, pero solo un no-ser relativo. No son absolutamente nada. Aunque son no-seres en relación con el campo de sentido de Hong Kong, tienen un ser en relación con la serie de televisión”. Apenas hay nada que haga referencia explícita a un Homo ergaster posterior al punk siempre en el ámbito de la postpoética y del borde, en el blindaje conceptual por supuesto de ese ser ergaster en relación con el campo experimental y conceptual de lo raro. Agustín Fernández Mallo rescató una entrevista a PJ Harvey en la que se preguntaba a la cantante si le había afectado la vida en su aldea. La artista respondió que “vivir en un lugar bastante remoto” le había animado a utilizar su “imaginación desde muy pequeña”, que “había pocos estímulos exteriores al margen del campo, de manera que tenía que crear” su propio lugar y su entorno y que ello sucediese además en su cabeza. Por ese motivo, la experiencia estética supera con creces el consumo automático del que tan certeramente advierte Fromm. De la misma forma en la que pensaba el ínclito Butler, es difícil inspirarse en absoluto con esa base cosmogónica de elementos disuasorios en la parte de detrás.

Cuando valoramos qué hay detrás de las cosas (absoluto), consideramos asimismo la posibilidad de que exista una ilusión y de que exista la posibilidad de comprender lo que hay detrás de esa ilusión, si es que existe per se. Ello trae consigo la idea (o puede hacerlo) de que se está consumiendo a todas horas (imágenes en definitiva) y de que se nos esté inculcando ese consumo a todas horas (el falso bienestar, llamémosle así). Por eso es necesario atacar ese centro (esa posible cárcel) desde la periferia (la descentralización punk en base a una nueva experiencia estética que fortalece al sujeto, que se considera a sí mismo como objeto y que se solidariza con lo otro en una acción necesariamente solidaria y ética, y que desprostituye ese objeto alienado por la señal, por el código. En consecuencia, desde la contraprogramación del margen, el sujeto al fin y al cabo se desprostituye a sí mismo y se ergasteriza, cuando es realmente consciente de que no puede desligarse de todo lo que parece negarlo –el consumo de una idea de (falsa) libertad-, de que la conciencia de pensar por sí mismo ha sido sustituida por la gestación de una máquina consumidora de representaciones. Gianni Vattimo propone acceder a ese absoluto a través de las grietas que nos permiten discernir sobre ese pensamiento totalizador oculto o de esa voluntad de poder que siempre se esconde (lo veremos más tarde, en relación a las consideraciones de Jorge Fernández Gonzalo sobre el mito de la caverna de Platón).

No nos es posible consumir los actos por separado por esa cualidad rizomática que los une/incluye/interrelaciona (me es imposible no hacer referencia de nuevo a la música, en este caso al impagable aforismo conceptual de The doors en su Break on through to the other side, cuando decían que el día destruye a la noche y que la noche divide al día). Hablamos entonces de una superestructura metapoética del negativo de las cosas, en oposición al positivismo consumista. De alguna manera, la transubstanciación se habría logrado –llegado el caso- a través de unos versos de David González “poder, política, libros/cultura/y lo más peligroso/las palabras/las ideas, las oraciones/que unen y separan/todo”. El “todo” de González es verso suelto, onanista, derramado, provocador, punk, se ha generado un vórtice de energía a través de esta concepción axiomática y minimalista. Una energía que existe a nuestro alrededor articulada a través del lenguaje como cúmulo de potencia, en tanto xenomorfia entendida como conjunto de procesos representativos que se adaptan al entorno híper fluctuante (los lenguajes, en tanto formas camaleónicas de adaptación al medio que tiende  infinito/flujos deleuzianos, no dejan de ser asimismo una putada).

Así las cosas, las probidades estéticas y antropológicas que nos demuestra la acción corporativa de algunos de nuestros presuntos antepasados, poniendo la luz del flexo asimismo en las premisas de Moss en relación a la propia ontología de Gabriel y en los aledaños de una supuesta secuencia ciudad-aldea-cueva como metáfora evocadora del regreso ergasteriano a las cosas mismas, quizá sea mejor a fin de cuentas coexistir con el miedo –como ya he mencionado- como campo de sentido dentro de este paquete de medidas de límite, de frontera. Los elementos no se implementan de manera absoluta en tanto en cuanto se manejan hábilmente en los parámetros de ese concepto relativo del no-ser gabrieliano. Y mientras tanto, las reacciones siguen siendo las mismas ante estímulos diametralmente opuestos. Paul Auster se explayaba bien a gusto en su Ciudad de cristal: “nuestras palabras ya no se corresponden con el mundo. Cuando las cosas estaban enteras nos sentíamos seguros de que nuestras palabras podrían expresarlas. Pero poco a poco las cosas se han partido, se han hecho pedazos, han caído en el caos. Y sin embargo nuestras palabras siguen siendo las mismas”. Es un planteamiento tan posmoderno, tan de Nietzsche, tan visionario.

Nos referimos en consecuencia a las posibilidades del primitivismo como actitud punk (o posterior a ese punk) y a una no tan abyecta trabazón con el objeto en serie (pop), en base por descontado y siempre a esa iteración simple de carácter apriorístico. No habría que desdeñar por lo tanto los preceptos de la repetición terapéutica al fin y al cabo menos orwelliana (el techno lo era para el periodista y crítico Diedrich Diedrichsen, en palabras de Fernández Porta). Hablamos asimismo de incitar muy sexualmente al usufructo y al disfrute placentero de una estrategia común repetitiva de desparpajo y de lucha contra ese sistema de pretensiones euclidianas, reconsiderando las posibilidades del mismísimo vacío, por qué no, en los términos del realismo raro y de las previsiones entre líneas del mismo Fisher. Y por supuesto que hay que hacer mención de la reivindicación imberbe y compleja de Arthur Rimbaud, que al menos deja caer la eventualidad de seguir chapoteando en las inmundicias de cualquier espacio y a cualquier hora. El escritor es un sucesor declarado de los ergaster y a la vez, un precursor de lo punk nominal y hace de la experimentación un mundo, como decimos, raro y espeluznante.

Decía Fisher que “sin duda alguna, hay algo que comparten lo raro, lo espeluznante y lo unheimlich [t. del alemán “aterrador”]. Son sensaciones, pero también modos: modos cinematográficos y narrativos, modos de percepción y, al fin y al cabo, se podría llegar a decir que son modos de ser […]. Lo raro y lo espeluznante actúan a la inversa: nos permiten ver el interior desde la perspectiva exterior […]. Hallamos lo espeluznante con más facilidad en paisajes parcialmente desprovistos de lo humano […]. El capital es, en todos los niveles, una entidad espeluznante: a pesar de surgir de la nada, el capital ejerce más influencia que cualquier entidad supuestamente sustancial”. El irrepetible Iron man de Black Sabbath, idealizado en definitiva como un Homo ergaster de manual, se desplazó al futuro y observó sus estertores, regresó al presente y observó esa realidad de modos de ser fisherianos atomizada y malhumorada, y no supo o tuvo la capacidad de comunicar nada (las palabras no le valen). Nadie le quiere (“nobody wants him”), tan sólo se dedica a contemplar el mundo desde ese binomio interior/exterior (“he just stares at the world”) y, haciendo gala de ese compendio de perspectivas, el Iron man proyecta un procedimiento abstracto de venganza (Butler asociaba el personaje al mismo Jesucristo).

La perentoria vuelta del Homo ergaster y las idas y venidas del Iron man del grupo de Birmingham -que destrozan ese concepto lineal de la presencia/existencia y estiran el chicle y lo deforman en ese acontecimiento topológico- recomiendan regresar al estado de naturaleza, nos preparan para el despojo de nuestra falsa geometría y para vadear con soltura los iconos del camino, en aras de (des)aprender la reformulación de objetos etéreos, de amar el vacío, de plantearnos una fabulosa vigilia entre lo subcutáneo y lo hagiográfico en nuestro carril de aceleración. “En nuestra existencia diaria [escribe Fernández Gonzalo], el sistema nos impone tantos inconvenientes a la hora de atajar los conflictos cotidianos que no queda tiempo para solucionarlos de raíz e imponer luchas políticas activas. La lucha antisistema queda desplazada por la supervivencia y el miedo a perder la estabilidad […]. Nuestro interés por el futuro es el producto de no saber reconocer las limitaciones de nuestro presente”.

Se han generado muchos y diversos ingredientes entre la distopía y la referencia no tan absurda a las extravagancias retrofuturistas de ese Iron man de comienzos de los 70. Por ese motivo, me gustaría hablar en este texto de las (presuntas) posibilidades estéticas de una película japonesa muy perturbadora, que lleva por nombre Tetsuo I, el hombre de hierro, algo que, en palabras de Fisher podría ser tan raro como espeluznante: la abundancia del hierro y la recurrencia al mineral férrico no es casual (metal abundante, duro, fundamental para la supervivencia orgánica). Por ello, Tetsuo es un tipo cualquiera –no es casualidad- que se va convirtiendo en un aberrante personaje de metal, que como entidad conceptual vuelve su mirada al desastre y al desgaste de cualquier contexto desbaratado. “No es que lo raro sea erróneo –pensaba Fisher- sino que nuestras concepciones deben de ser inadecuadas […]. Cualquier debate sobre ficción rara tiene que empezar con [Howard Phillips] Lovecraft […]. Las historias de Lovecraft tienen una fijación obsesiva con la cuestión de lo exterior […]. Las historias de Lovecraft conllevan a menudo una integración catastrófica de lo exterior en un interior que, de manera retrospectiva, acaba mostrándose como un envoltorio engañoso, una farsa […]. En Lovecraft hay interacción, intercambio, confrontación y, sin lugar a dudas, un conflicto entre este mundo y los demás […]. La ficción rara siempre nos muestra un umbral entre mundos […]. La centralidad de las puertas, umbrales y portales, significa que la noción del entre es clave para lo raro”.

Tetsuo no es desagradable en absoluto, aunque la broma cinematográfica parezca de muy mal gusto. El hombre de hierro en cualquiera de sus versiones ya sean cromosómicas ya sean furibundas, es igual de raro que de espeluznante, que de de primitivista, que de puñeteramente higiénico. Es entonces cuando el realismo raro o especulativo se abre en canal a través de la acción madurada a fuego lento. En la misma línea argumental de Fisher, Graham Harman es también una pastilla milagrosa para la crispación metodológica: son agresiones de marcado carácter intelectual para un contenido “que viene de otro mundo”. Harman afirmó que “la realidad en sí misma es rara porque resulta inconmensurable ante cualquier intento de representarla o medirla”, una aseveración que de buena, resulta verdaderamente chunga. En realidad, a lo largo del libro de Harman, se está justificando el realismo raro a través de Lovecraft y a Lovecraft a través del realismo raro. Harman considera exhaustivamente y de forma deliciosamente siniestra la obra del eximio escritor del horror tomando como base una selección de un centenar de pasajes de cinco, ocho, doce líneas (alrededor de doce párrafos pequeños por cada uno de sus relatos más relevantes, en definitiva).

Se desarrolla una abismal melancolía estoica que trae consigo la dictadura de la fragilidad. Se consume hasta para dormir (quizá esa realidad ilusoria presuntamente inaprensible). Fernández Gonzalo se formula la siguiente pregunta: “¿Y si las imágenes que vemos de forma cotidiana fueran ya imágenes cinematográficas?”. El cerebro almacena esa “dosis parcial de verdad” en la medida que ello se asimila, fuera de la “introspección solipsista (si es bueno para ti no hagas caso a los demás, lo importante es lo que tú pienses y no lo que te digan, etc.)” o del “moderno mito de Matrix (cada uno vivimos una versión particularizada del Programa)”. La raíz del problema, comenta Fernández Gonzalo, se halla en la caverna de Platón. El problema no es si las imágenes son verdaderas o falsas, es que ignoran que están en una caverna.

¿Cómo y en qué medida se consumen las cosas, embebidos en esa especie a veces de genuina grastrofealdad? Sobre el “userismo” raro y espeluznante madrileño habla Andrés Trapiello, por ejemplo, en su libro Madrid: “Usera hoy es el Chinataun de Madrid. Es un barrio que de puro feo tiene su encanto […]. No se sabe de qué catálogo de los horrores las habrán sacado [las casas] ni cómo puede haber un colegio de arquitectos que las haya visado […]”. La tesis central de la obra de Harman es la existencia de un objeto real (inaprensible) y un objeto sensual (lo que percibimos de ese objeto, el “sentimentalismo” del que me habló en una ocasión el profesor Pablo Contreras enfrente de algo tan ingenuamente abstracto como el concepto nominativo de “verdad”). Cómo afrontar esa brecha es objetivo de Lovecraft -un productor empedernido de ellas- y del mismo Harman en su papel de anfitrión ideológico de la criatura. Se hace énfasis en consecuencia en esa idea de diaclasa, en aquella supuración de ideas desde el núcleo de esa epidermis espeluznante, afrontado desde la periferia. Existe en por lo tanto la deconstrucción y reconstrucción (y la pontificación) del mago del terror a lo largo de estas páginas como hacedor de grietas hasta violentas, un hombre al fin y al cabo que intenta desenmascarar las cosas a través del propio lenguaje, objeto –se afirma- de conflicto.

Al realismo raro hay que entenderlo y despojarlo de sus trampas ¿Cómo implementar un procedimiento en puridad ergaster fuera de su contexto primigenio? ¿Por medio de qué estrategia podríamos aproximarnos entonces a dichos objetos, llamados reales, y cómo podríamos asomar discretamente en esa escenografía del desaliento? Según Harman y según Lovecraft según Harman, la acción directa puede tener lugar a través de la metáfora y de la cultura de la alusión, que hace referencia a la cosa incognoscible, una cosa que hace lo que quiere con nosotros, huraña, hosca y hasta destemplada (¿la voluntad del poder?): eso resulta ser la revelación más punk de todas. ”La incapacidad  para hacer presentes las cosas en sí no nos veda tener acceso indirecto a ellas. La estupidez inherente de todo contenido no significa la inherente imposibilidad de todo conocimiento, ya que el conocimiento no requiere ser discursivo y directo”. Por eso, el desenmascaramiento de las tensiones básicas de los (brutales) temas de Napalm Death, por ejemplo, o de las tribulaciones del abominable Tetsuo traerían consigo la configuración de un remedio contra la perpetuación de la ignominia mental, política, social, en aras de que el individuo no piense en lo que quiere, sino en lo que debe. “La misma diferencia hay entre decir oración y decir frase que entre decir pueblo o gente; porque el pueblo es la liturgia de la gente […]. Construimos paradigmas, es decir, patrones [escribe Javier Pérez Andújar], y así hemos ido a parar a una patronal del lenguaje. Pero hay que volver a la democracia directa de la palabra, porque cada palabra es una voz, un voto […]. Porque pertenezco a las clases subordinadas, en mi barrio siempre hemos hablado como Proust, tirando a tope de subordinadas”.

Afirmaba Cóstica Bradatan que “sin muros moriríamos indudablemente de aburrimiento. Por ese motivo, si no los encontramos en el mundo real tendríamos que inventarlos”. Bradatan se refería asimismo a El ángel exterminador (1962, Luis Buñuel)y a la degradación de los habitantes de esa casa (una fuerza extraña les impide salir), y explicaba que cuando se proponen abandonar ese lugar, “es cuando comprenden que el muro que los había tenido presos existía sólo en sus mentes”. Si hablamos de la cara B nocturna de un mindfield de profundidad topológica cualquiera, ya se describe algo en esencia muy sombrío, y por ello se hace frente a una posible implosión reproductiva con el objetivo de destrozar la alienación mencionada. “Mucho se habla del rol de las clases medias en la historia del punk –explicaba Fisher en su compendio K-Punk-, pero el rol crucialmente catalítico de ese tipo particular de negación de la clase media no ha sido debidamente analizado”. Fisher citaba las palabras del escritor James Graham Ballard en referencia a su Milenio negro: “Lo interesante es que protestan contra ellos mismos. No hay un enemigo allí afuera. Ellos saben que son el enemigo”. Acerca del sistema de clases inglés, afirmaba asimismo el filósofo inglés que “su verdadera función no es acallar a los proletarios sino impedir que las clases medias suban, asegurarse de que sean dóciles y sumisas”.

En contra del consumo normativizado, hablaríamos por lo tanto de la desyoización (en tanto uno deja de consumir como una máquina), de la existencia del yo en lo otro, del retorno a ese primitivismo cuyo significado no es otro que la resolución de la incompletud en lo demás. Si tomamos como referencia el subconjunto conceptual muy consistente de elementos correlativos, se gesta con ello una dialéctica entre el egotismo y la adhesión al de al lado (el prójimo como elemento mismo de consumo desidealizado). Ese fallo de Matrix lo encuentro como flor en primavera en la avenida de Logroño, al lado de la M-40 de Madrid, antes de llegar al Capricho. El ecosistema fálico pierde su razón de ser, ya nada es vagina ni pene, y la confrontación de antitéticos bajo la experiencia de profanaciones recíprocas, se diluye en su propia velada de partículas/cuerpos que son dos entidades a la vez, cuando ya no se sabe quién crea, quién consume y quién excreta lo que se ha denominado hasta ahora eso de la “poesía”. Como un Spoken Word, a fuerza de repetir la misma letanía a lo mejor de otra manera, se percibe que el jardín consumido (el del Capricho) comienza mucho antes de tiempo y que el espacio se retuerce, asincrónico. Lo cuántico nos abruma en base a un Principio de cuestionamiento permanente heisenberguiano.

Dicho de otro modo, un personaje que fuma en la calle, por ejemplo, ni es personaje imaginario ni debería ser un prototipo ideal. Es, por el contrario, una especie formidable de ficción hard de carácter riguroso y ultracientífico. La calada es definitiva, y memorable en la medida en que es causa y efecto de esa misma irrevocabilidad. La entropía nos ha vuelto a embaucar en una parte de la localidad y ya nunca nada vuelve a ser lo mismo porque el hombre y el cigarro como objeto consumido (y que consume, no lo olvidemos) han salido de su propio cuerpo y se perciben como un intercambio disarmónico de carácter espacial y transferencial a coste cero. En este sentido, cómo narrar el desorden se antoja como una interesante pregunta dentro de las relaciones establecidas en la lógica del consumo y en el traspaso continuo de información. De esta forma, parece irremediable el regreso a los supuestos del realismo especulativo ¿Por qué fuma ese hombre de la calle de abajo? No deja de ser una actitud extraordinariamente punk: la calada no es otra cosa que la expresión antiheteronómica en el (no tan) exiguo marco de la toma de decisiones.

La ciudad y la representación literaria de las cosas que pasan en esa ciudad, en tanto amalgama de entidades cuasi atómicas y fractales, llevan consigo esa raíz entrópica que parece hallarse, como digo, en oposición a la idea de programación de símbolos (siempre quedará un espacio desconocido -muy amplio- por resolver). No nos importa la banda que pasa por la calle y al mismo tiempo, padecemos los seductores efectos de su tiranía como si no hubiese mañana. Da igual por donde se vea, es la (gastro)fealdad de los vivos –como vemos- la que ha quedado determinada por el acrónimo de la belleza de los difuntos (dentro de ese presunto dislate conceptual, que va desde un conjunto de mamarrachos apócrifos hacia una seriación de tipos por los que daríamos hasta nuestra propia vida y milagros). Siempre que se comprenda que el mal no existe per se y que las cosas no son malas porque pensemos que sean malas, ser del todo malo es una posibilidad real que viene determinada por la capacidad de elección, como reacción frente al confinamiento perpetuo. En consecuencia, el hombre se ve influido por el contexto en tanto está intrincado con los demás (y lo demás) de su propia especie. El yo, del que dice Fernández Mallo que “no sólo está en nuestros cuerpos”, que también “puede existir en los objetos: el ensayista hablaba de “puntos atractores” que son “derivaciones  de la idea del otro, el extraño, el humano a conquistar, a colonizar, el yo <<no bien resuelto>>”.

Como medida puramente ergasteriana, se habría de regresar a los escombros lovecraftianos y a las estenosidades rimbaudianas, detrás de esas paredes que se crean con el mismo lenguaje, a pesar de la existencia virulenta de esa “inflación mediática” que menciona Fernández Gonzalo en su texto, a pesar de la reprogramación Matrix. “Running as fast they can/Iron man lives again”: termina Black Sabbath con ello ese genotipo de tesis doctoral que condensa espacio, lugar y tiempo (más bien, que los manipula a su antojo). Es un alarde conceptual extraordinario. La gente corre lo rápido que puede y el hombre de hierro/ergaster resucita otra vez en un poderoso déjà vu, con dos o tres mimbres, nada más, rellenando de empatía y con algo de mala leche nuestros mapas mentales vacíos.

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