CUENTOS CÓNCAVOS -ALICIA-. ERATO

Bajando por la madriguera del conejo. Dalí

Baja las escaleras en penumbra en busca del chico del tatuaje del conejo blanco, a tientas palpa el pasamanos pegajoso y frío. Su mano se resbala y con ella todo su ser. Para ella es una bajada eterna llena de recuerdos vergonzosos, situaciones bochornosas. Algo en su cabeza grita: ¡Basta ya! Necesitamos al conejo blanco. Ella obediente se levanta rápidamente del suelo sucio y mugriento, rodillas rojas, ojos negros. Va dejando un rastro de su esencia gotita a gotita. Hace calor. Una cara. Una chica de mirada felina se aproxima. Sibilina le susurra al oído: Sé quién eres y sé que buscas, pero la pregunta es, ¿lo sabes tú?

Alicia mira de soslayo, la cara ha desaparecido. Su cabeza vuelve a gritar: ¡Conejo blanco! ¡Ya! Entra en la habitación llena de humo, huele a pérdida y a decepción, una voz gomosa le canta: “El tiempo no puede ser perdido, pero tú no tienes el reloj”. La voz empieza a reírse cada vez más fuerte, cada vez más alto y Alicia de repente nota las agujas del reloj dentro de ella, tic-tac, el tiempo se le escapa y su respiración se acelera. Dando traspiés se topa con una gorra y debajo de la gorra un chico de mirada perdida.

Fiesta local del té. Dalí

-Yo te conozco.

Agarra a la chica de la mano y la sienta en un sofá rojo. Ojos que observan desde las esquinas, gemidos de placer culpable, amores que duran suspiros entrecortados. Alicia se acerca al chico, nota una mano decidida que sube por su espalda y se detiene en su cabeza. Deseo. Entreabre los labios esperando otros labios, pero una punzada de dolor le cruza la espina dorsal. Gime. Abre los ojos y recuerda que el tiempo huye y ella ha de huir con el conejo blanco. Aparta la mano, cierra los labios. Silencio. Se levanta del sofá y corre. A lo lejos oye un llanto debajo de una gorra y gemidos de placer culpable que se esconden entre las grietas. Suena una melodía a lo lejos, huele a rosas y a sangre. Sigue corriendo, se tropieza y cae. Dolor. De la nada aparece la cara. Chica con mirada felina. Susurrando se acerca poco a poco a su oreja: Si lo que buscas encuentras, todo será perdido… ¿merece la pena?

Le ayuda a levantarse y mientras se aleja Alicia observa cómo se ríe, risa triste de un alma perdida. Vuelve a escuchar la música de rosas y sangre. Se para ante la puerta, de entre las rendijas escapan rayos de luz y miedo a borbotones. Alza la mano para agarrar el pomo y el recuerdo golpea su pecho: una mesa en medio de la habitación, deseos y dudas flotan en el aire. Una bandeja y encima el placer hecho bocado. Una mano que tiembla, unas palabras que empujan. ¡Cómeme! Un instante eterno. Los labios se abren esperando el éxtasis. Dulce picor en la lengua y después… Explosión. Grande, pequeño, ira, placer, miedo, alegría. Todo comprimido. Todo expandido. Las agujas del reloj se vuelven a mover dentro de ella, tic-tac. El dolor ante la posibilidad es casi insoportable. Arranca el valor de sus entrañas y suspira.

El estanque de las lágrimas. Dalí

Una lágrima se escapa deslizándose por la sucia mejilla. Gira el pomo y deja que el hedor a rosas, sangre y miedo la envuelvan entera. Naipes sanguinolentos en el suelo, pétalos de rosa rojos. Un conejo blanco en un brazo. ¡Lo he encontrado! Alivio y dolor. Una voz profunda que infunde temor: Y tú, ¿quién eres? Temblores. Todos los seres a su alrededor tiemblan, incluso el conejo blanco del brazo del chico. Ella: inmensa, cruel, injusta. La Reina. Sentada en un trono forjado con cristales de sueños rotos. Inalcanzable. Observa a Alicia con desprecio y deseo. Cuchicheos nerviosos condensan el aire. La habitación cada vez es más pequeña. Hace frío. El conejo blanco de repente se mueve tímidamente, va en el brazo de un chico que nadie recuerda. Habla. Le cuenta un cuento a la Reina:

«Érase una vez una niña que se cayó en un profundo abismo huyendo de las dentelladas mortales de la realidad, buscando los tic-tac del reloj perdido, huyendo del reflejo de una muñeca con ojos huecos llena de síes incómodos, penetró en los dominios de la Reina cuyo corazón no late, tomó un fruto prohibido».

   -Hay que juzgar a la joven de mirada triste y rodillas rojas, dice.

El índice temeroso lanza una flecha envenenada a Alicia. La Reina, escucha con macabra atención. Excitación. La saliva espesa y ácida resbala por la comisura de su grotesca mueca de placer efervescente. Levanta la mano reluciente. Metal y neón. Sangre y sudor.

Un gesto. Todo se hace silencio. Y tú ¿sabes quién soy? Alicia nota como las palabras luchan a cuchillo por salir de su garganta. Balbuceos inconexos. No puede, no debe. Una lastra de noes sepulta su voz. De nuevo la mano implacable se levanta. La voz de la reina se impone: Estamos aquí para juzgarte, niña. ¿Cómo te declaras?

Cuchicheos nerviosos corretean alrededor, deseosos de vergüenza anhelan crueldad. El dique revienta, el corazón desbocado empuja la palabra: ¡Inocente! Grita. Repite, ahora para ella misma: ¿inocente? Hace frío, mucho frío. Una estruendosa carcajada inunda la estancia. La Reina ríe, los súbditos afilan colmillos. Las rosas se pudren. El tiempo se esconde del miedo. Alicia presiente el frío metal en el cuello. Es tarde. Cansancio. Naipes de corazones rojos en el suelo sucio, encima unas rodillas ensangrentadas que se doblegan por última vez. La derrota la envuelve como una manta fría, asfixiante. Una cara felina, el rostro de una muchacha perdida le susurra al oído: respira. Alicia inhala el aire viciado de la habitación. De fondo risas y cuchillos. Exhala. Calma. El sonido de su corazón ahora es lo único: tranquilo, despacio. Lágrimas silenciosas. Una a una, van borrando el rostro de la muñeca con ojos vacíos que se refleja en un espejo cóncavo.

[Un pitido agudo hiere el aire. Durante un instante solo queda Alicia y un segundo después cristales rotos muestran lo que un día fue lo que pudo ser y jamás sucedió.]

La prueba de Alicia. Dalí

Enlace a la canción Sustancia, de Judeline & Mayo: https://open.spotify.com/track/4EF1UDALNWdyJDWindWBqg?si=hFntiWqDSDmf85J0I8jj4w

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