OTRO DÍA PERFECTO II (ALFREDO LANDA). FERNANDO SÁNCHEZ

Imagen de portada: graffiti en la calle El Grillo (Tarancón, Cuenca).

La maestra de infantil/y su marido/en el desfile de carrozas/de carnaval/pillaron un saco de pipas/y arrojaban/las cáscaras al suelo/con esputos.

A la de Protección Civil/escupieron/A los niños dálmatas/escupieron/A las bailarinas extrañas/escupieron/A la que iba en el dragón/escupieron.

Cuando el marido de la maestra [de infantil]/le echó el brazo por encima, acaramelados/las cáscaras les engulleron/sin piedad (pero la gente pensó que era otra carroza de carnaval).

Pensé que les tenía que pagar una indemnización a ustedes, por eso les he incluido algunos de mis poemas con escombros, que en esta ocasión están inspirados en la localidad de Tarancón, como el de la gilipollas a la que observaba desde la terraza en carnavales (la poesía con escoria lleva por encabezamiento A la de Protección Civil). Para eso aprovecho el paso las carrozas, como ven, para captar gilipollas y escribir sobre ellos en el blog. O para hacer el gilipollas mismo. Hasta ese momento, todo iba bien, porque esto tiene una pinta de refrito de cojones, cuando sobrevienen las subdivisiones y las categorías utópicas del mes de julio, que desdibujan mis movidas dentro del Metro de Madrid, alojadas en un texto al que denominé –con mucho acierto- Otro día perfecto. En cualquier caso, me apetecía redactar un cuento de hadas punk, como ya dejé caer en aquel artículo, y con ese argumento me aproximo a las cosas del calor como entidades exentas y emancipadas, como simbolizaciones per se. Les hablo de babas en la almohada, de panceta resbalando por el tórax, de tetas desdibujadas a las cuatro de la mañana, de ganas de cagar a las seis, de mis putos desastres oníricos, de que ojalá no soñase en la vida, de que estoy hasta los huevos de soñar (aunque a lo mejor luego no es para tanto, venga).

Hace unos días, transitaba por la travesía Chueca (siempre estoy dando vueltas por Taranconzüllo) y observé una imagen en una tapia como otra cualquiera. Los códigos de cualquier mierda son susceptibles de ser descifrados. Aquello parecía ser el trasunto de un cono con dos copas de helado. O la caricatura animada de un pájaro tontuelo y un tanto cubista. A lo mejor, una pluma sostenida por dos globos. Incluso, un culo cagando una pluma de grandes dimensiones. “A veces nunca/a veces nunca/a veces nunca/y a veces nunca (A veces nunca. Lo lamento)”, escribí una vez a propósito de nada, sólo para que me saliese algo entre resultón y extremadamente insípido, de relleno, les comento. Sin embargo, hace unos días, me acordé de todo ello en esa pared del dibujo azul. Dicho de otro modo, “Otro día perfecto” es la traducción del memorable álbum Another perfect day, de Motörhead (1983).

En la travesía Chueca (Tarancón).

Una vez, elaboré una historia (ya evaporada) de un tipo que vivía enfrente del Matadero, en el paseo de la Chopera, de Madrid. En términos entrópicos, su jodida vida era una subespecie de servidumbre de paso. El personaje era un guayabo con sobredosis de rarezas variadas, que pasaba gran parte de su tiempo en el Metro de Madrid y que luego terminaba purgando sus desvaríos y su arrogancia en la iglesia de la Beata María Ana de Jesús, en la calle Guillermo de Osma, muy cerca del paseo mencionado. En el interior de esa iglesia, delante del tríptico que hay en el pasillo derecho en sentido hacia el altar, mientras escuchaba el contenido de Another perfect day en sus auriculares, el tío pedía perdón por sus pecados con motivo de esa puta sucesión de citas entre neoliberales y postcomunistas. Por meterse mismamente cuarenta veces a lo largo de ese día Dancing on your grave o Marching off to war. No es lo mismo libertad que seguridad, como decía Foucault. Sostenido por los matices de ese intersticio pues, aquel hombre de texturas inimaginables, al que llamé por su apellido Molero porque no se me ocurría ningún nombre adecuado, lograba en definitiva la inseminación parcial de sus idas de olla y facilitaba el acceso a las cosas mismas.

Inspirado en las cosas de la taranconimia, compuse asimismo esta ocurrente aunque mediocre estructura, inspirada en hechos reales (sobre todo las estrofas tercera y cuarta), titulada Se acordó de Alfredo Landa (no me digan que la estupidez no es fabulosa):

Cuando se apeó del tren regional/cuando se dio cuenta de/que era un secundario de lujo/(de cuando en) cuando su fisura anal/cuando/todo le venía mal/o regular.

Cuando salió de la estación de/Tarancón, se fue de esa estación/Cuando el tren salió de Tarancón/se acordó de Alfredo Landa.

Se acercó a una fiesta popular/con camisa sesentera/con gafas oscuras/con zapatos de senegalés.

Al día siguiente, del pedo/que llevaba, se metió/entre las cajas de/un Land Rover/que estaba abierto/que iba hacia Torrubia/(antes, en La Fuente/de Pedro Naharro/se incorporó desde el asiento trasero y/el conductor/lo sacó y/lo tiró a la cuneta)/Se acordó de Alfredo Landa.

Todo eso estaba muy bien, pero no era lo que yo quería. La poesía se había muerto de empacho. Con el semen, con las hadas y con las cosas absurdas, los algoritmos de Molero, no obstante, me dieron para todas estas idioteces, siempre en el ámbito de la hipercrítica que hoy formulo (a lo mejor no tan justificada): los sueños, a pesar del asco que me dan, parecen sacarme del letargo de la ciencia micción de, al menos, las vomitonas que acontecen a diario en este puto país de aristócratas disfrazados y de mariachis. La gente sólo se alarma por cuatro puteros y rateros de andar por casa, por lo que veo, un trampantojo que tiene como objetivo llenar informativos y ganar audiencias, un hecho que observas mientras te comes un asadillo o unos boquerones en vinagre, tiendo a concluir (más que cabezas de turco, parecen cabezas de pene) y con ello estoy al tanto de las cosas en el corral del silencio y medito sobre mi acracia un tanto sentimental, aunque muy, pero que muy bien implantada.

En la Beata María Ana de Jesús (Madrid).

Sueño con encajar las piezas de un sistema que reniega de sí mismo, me duermo con las hadas guapas, agraciadas e irrepetibles, contemplo la catequesis inerte y desacomplejada del que sólo tiene ojos para los suyos y entre tanto sacaría los de los demás, mientras “los objetos reales se sustraen” (la cita no es mía, el aforismo es de Graham Harman). El mensaje ya no sorprende, envuelto en el papel de regalo de miles de divulgadores de mierda. Estoy viendo Bob esponja en sobremesa y tal, y me estoy inspirando un montón.

“Las endorfinas, disparándose”, dice el protagonista de la cinta. Contaban Black Sabbath en 1970 que las hadas llevan botas: “Fairies wear boots and you gotta believe me” (las hadas llevan botas y tienes que creerme) y también “I went to the doctor, see what he could give me/He said <<Son, son, you’ve gone too far ‘cause smoking and trippin is all that you do’>>” y todo ello supone la democratización del ejercicio interpretativo. Dentro de ese estado de letargo prolongado y prologado por nuestros médicos, recuerdo la hipótesis de Friedrich Nietzsche, quien afirmaba que describíamos mejor, pero explicábamos igual de mal que todos aquellos que nos habían precedido. El dibujo en la pared de cemento y las hadas de Black Sabbath suponen la excepción a esa abundancia de nutrientes que enmascara el sentido real de lo gilipollesco y se propone como una aproximación a la cosa un tanto reduccionista con resultados inciertos (lo llamo “eutrofización sistémica”, que era un poco lo que le pasaba a ese extraño e indigesto Molero, que vivía en esa escala de interacciones que deshacían al individuo como agente exclusivo de los procesos sociales: de ahí, surge con potencia inusitada la noción “Metro de Madrid”, que toma como fundamento ni más ni menos que los ensamblajes de Manuel de Landa).

En consecuencia, La noción “médico de Ozzy Osbourne” trae consigo en sentido estricto el concepto “eutrofización enunciativa”, que se superpone al anterior y cuestiona sin sutilezas la cosa de la recepción del propio “mensaje poético”. En resumen, como sabemos todos ya (o como deberíamos conocer todos ya): para que haya un listo, siempre tiene que haber un tonto. Y eso, lo bordan los de Birmingham en su Fairies. Redacté el no menos maravilloso e irrepetible Buscaba a Bukowski (que incluí en El urbano, luego lo borré, luego lo volví a incluir, luego lo borré otra vez y ahora lo he vuelto a incluir):

Buscaba a Bukowski/en la prórroga de un delirio brutalista/Luego, la modorra/y después, lo ordinario.

Fragancia de los bajos debordianos/a los brazos de las políticas/de lo (necronom)icónico y la noche/adolescente de este anómalo crucigrama.

Y el Bukowski de Linda/se deja querer/como una abstracción alternativa.

Otro gravamen urbano.

Me dieron una dosis de clausura/esa entelequia malcriada/en los resortes asimétricos/del Tarancón taciturno/trasnochado.

Arquitectura zombi/que diría Fernández Gonzalo/Me agarro a esa liturgia del whisky/y al onanismo del bouquet periférico/Orden sacerdotal de cemento/de paredes prístinas y anticiclónicas que/tientan al garabato intelectual/que reconducen al lloven de hace dos días.

En consecuencia, un regresado a la ventana/por la que me arrojé al mester de clerecía/(iba con Monzó para no hacer dos viajes)/Fue una fiesta privada con la que se puede ser/indulgente.

Whisky solo/Licor en soledad/Licor únicamente.

En la Cuesta El Peinado, desde la plaza de los Castellanos (Tarancón).

Bob esponja tiene ese punto a medio camino de lo inaprehensible y de lo necesario. Retorno a las cosas mismas como lugar de culto, retomo el coqueteo con la realidad de carácter átono, de semántica hondamente alegórica, mi cuento de hadas punk biológico y estético, aún es posible crecer en los espacios tribalizados, en las reservas. No es cuestión de llegar, sino de saber al menos hacia dónde se quiere ir, muy lejos de la falacia del progreso que chapotea en el cajón de pares sueltos.

El Teorema de la incompletitud (1931) del matemático Kurt Gödel definía “la imposibilidad de que los jugadores dispongan de un único método ‘coherente’ y ‘completo’ de ‘resolución’ de un juego”. Gödel llegó a la conclusión de que hay cosas que no tienen solución. Por eso rebusco entre las fichas en la calle de al lado, acaso ingenuo hasta las trancas, en hartazgo siempre de este Matrix moderno, reconfortado no obstante dentro de un sistema gödeliano que ni siquiera puede o es capaz de explicarse a sí mismo. Bob esponja le dice a Calamardo que es “buenísimo fingiendo”. Molero se apretaba el Another perfect day mientras observaba el altorrelieve de la Beata. Los chorizos del Lidl están muy buenos. Y yo, tomando como referencia las ideas de Gödel, me siento fuera del alcance de los que me rodean, me gusto en coqueteo y tal con esa puñetera esencia que se sustrae.

Ya no me apetecía ver pollas con guarnición ni tenía ganas de escribir sobre pollas con guarnición ni quise saber nada acerca de pollas con guarnición, lo que más me llamó la atención fue aquel cabecero (al que podemos llamar “A veces”) que ocultaba parcialmente el esquema (a lo que podríamos denominar “Nunca”). Felicito en cambio al albañil que levantó la pared como le salió de los huevos/al autor del grabado que lo hizo como le salió de los huevos/y al que dejó aquello allí tirado porque le salió de los huevos. Me ha salido una epístrofe. Qué contento estoy. Al final, una docena de ellos, pero de la F. Esa pared la ve Agustín Fernández Mallo y lo flipa.

Si usted quiere leer Otro día perfecto, en El urbano, pinche en el siguiente enlace: https://elurbano.org/2024/07/09/otro-dia-perfecto-fernando-sanchez/

2 respuestas a «OTRO DÍA PERFECTO II (ALFREDO LANDA). FERNANDO SÁNCHEZ»

  1. Este día, si cabe, parece que fue más perfecto que el otro. Y no es porque aparezca Alfredo Landa como espectro de la memoria o como fallo de codificación de este «matrix taranconiano». No. Es porque Fernando nos ha ofrecido ya, consolidada y lista para el consumo, la poesía de vanguardia, aquella a la que debemos rendir homenaje los escritores.

    Mi estimado amigo Alfonso Fernández Burgos, hablaba de los cuatro homenajes que hay que realizar: con los maestros (la admiración), con la técnica (aprendizaje) con la innovación (camino del arte) y con el vacío interior (la personalidad). Estimador profesor, querido amigo, intuyo que ya has completado esas cuatro etapas. Porque has hablado de tus referentes en varias ocasiones y has sentado tus bases sobre su legado. Porque has aprendido, consolidado y mejorado tus «armas» de escritor, con tu pericia autodidacta o de otras maneras que desconozco. Porque has pasado como una centella sobre la innovación, abriendo una vía de originalidad innegable. Ese carácter críptico y lírico del que he hablado en anteriores ocasiones, con ese vuelo rasante sobre espacios y palabras, desarmando puzzles, descubriendo fractales, componiendo muñecas rusas. Porque has bajado a tu Hades particular y has alternado con tus demonios, en las tascas del absurdo y la creatividad.

    Fernando poeta, Fernando cuentista, Fernando columnista. Gracias por seguir avanzando y permitirnos ir contigo en este viaje.

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