«RECEPCIONISTA BEHIND» (CELEBRO LAS COSAS DE RAÚL CIMAS). FERNANDO SÁNCHEZ

Para los que no les consten aún tanto la existencia como los desvaríos antológicos del personaje, Raúl Cimas (Albacete, 1976) es humorista, es inteligente y es un ganso (y debe serlo). Si hablamos de su portentosa producción gráfica, como es el caso nos ocupa hoy, en ella prosperan los cómics Demasiada pasión por lo suyo (2014, en adelante DPS), Orgullo Brutal (2015, OB)y Prodigios (2018, PR), tres propuestas que cabalgan con muchísimo desparpajo a los lomos de lo insólito, lo concreto, lo hilarante, lo incierto y lo nuestro (dentro de las cosas que nos pertenecen, se hallan lo grotesco, lo genérico, lo kitsch, lo anodino, lo espectacular, lo absurdo, lo mierder y lo todo). Es por ello que, a colación de las representaciones de Eloy Fernández Porta –miembro de la muy mal llamada “Generación Nocilla”-, el grueso de sus bizarrías podría incluirse sin apenas miramientos dentro de lo que este último sacramentaba como concepto afterpop (Afterpop, Anagrama, 2010).

En sus tiras delirantes, Cimas se ha empeñado en dar forma a un entramado minimalista, filiofóbico, neodadaísta, atomizado, incluso místico, el bricolaje lineal ha sido suplantado por un andamiaje transversal muy bosquiano (Las delicias de Albacete). Muy bien, por cierto. El uso pertinaz del blanco y negro es antitético (a corto plazo, no deja de ser el reflejo del TAC con contraste de una idea que bascula entre lo absurdo y lo real, que se exhibe en cualquier caso lo que hay delante y lo que se esconde detrás). (Pre)existe por consiguiente un arraigado significante de profundidad que permite la prospección hacia lo sustancial, aunque en este texto les hablo más que nada de un alarde de proximidad a fin de cuentas. Ya lo verán. El dibujo en blanco y negro es pues la consumación de un aspaviento verbal, que hace acopio con ansia del nombre propio y del apropiado, cuando lo usual ha quedado personalizado hasta con apellidos a través de un agregado de historias con tendencia al boceto, un compendio de situaciones estáticas que aspiran a algo más, que progresan adecuadamente ¿deberíamos hablar entonces de la irradiación del poder absoluto de la gansada? ¿Acerca la influencia más opaca de la lectura moral, en cambio? ¿Sobre la visión abyecta, grotesca y por supuesto goyesca de las cosas de arriba/abajo quizá? En cualquier caso, el prolijo mundo de Cimas es de otro nivel. Es cierto. Cómo extrapolar la bobada a ese plano estrictamente ético se antoja como un ejercicio cuando menos apasionante.

Imagen tomada de Prodigios.

Un botón de muestra de la entrega de PR no es otro que la explosión del mecanismo popular y colectivo que se ha hecho nombre desde el gesto, que ha venido establecido graciosamente por la figura espartana, divertida, diversificada e insuperable de un Gitano Volador aterrizando (PR). Gitano Volador aterrizando se transforma en relectura precisa de un espectro tendente al absurdo, que queda no obstante sistematizado en tanto se ha elegido un sujeto, en este caso un gitano (una tesis que puede resultar habitual), después de la ejecución solvente de un presunto vuelo acrobático desde no se sabe dónde (un acto extraordinario). El proceso es una paradoja de carácter propedéutico en cualquiera de sus vertientes, el prólogo de ese ejercicio autoparódico y a la vez sintético con reminiscencias flagrantes y apoteósicas del formidable gag Aparejador, de Muchachada Nui, por ejemplo.

Imagen tomada de Orgullo brutal.

Después de todo ello, sobreviene la prórroga de una exhibición del contracolor en forma de contraactitud, el resultado de un proceso de deconstrucción atávico y personal. Y al final, la tendencia descarada al abocetamiento, en el que Cimas se (re)mueve muy a gusto, resulta ser la redefinición placentera de la cuestión de lo esencial. Cuando el humorista se cisca en el cubo del mainstream ético y ecuménico, lo bueno de todo es, como digo, el planteamiento de la ecuación que tiene como incógnicas “x”, Gitano Volador e “y”, aterrizando, a resultas de la misma nada consistente, lo que hace de ello un superlativo ejercicio satírico de fragmentación y simbolismo masivos (el autor abre y cierra el círculo a su antojo en definitiva).

Imagen tomada de Orgullo brutal.

Lo de Cimas es tremendo. Los seres fantásticos y/o deformes, que pululan por las páginas de sus obras (Cíclopes, medusas, centauros, en PR), de alguna manera aproximan su proposición a los bestiarios, implican cierta censura (siempre exenta de moralina, ha de ser así), y son a la vez un divertimento dominante, sacan lo de dentro o al menos dan algunas pistas sobre ello. No es necesario el descorchado. Si dedicamos el tiempo oportuno, por ejemplo, al inefable Marc Terracitas o (uno los mayores espectáculos de la tira de OB) o al inquietante Recepcionista Behind (otro de los mayores espectáculos de la tira de OB), uno se puede dar cuenta de forma muy intuitiva de la implementación de un desfile de sujetos afterpop (un hombre normal al que le molan las terrazas de bar/un recepcionista extraño, conceptos elevados a la categoría de cultural, la cultura rebajada a su vez a una terraza o a un hotel cualquiera), acompañados por encabezamientos espectaculares que actúan como textos de marcado carácter impresionista y que incrementan con ello la sensación del esbozo ya comentado: en consecuencia, Cimas ha ofrecido una buena dosis de literatura prodigiosa por encima del sustrato de símbolos y representaciones, como ya he comentado, deformes o a medio hacer. En referencia a Gilles Deleuze, Fernández Porta afirmó que “lo que no figura en el diccionario […] introduce una instancia de revulsión en el discurso […]. Si el nombre, en términos deleuzianos, <<abre una grieta>>, su proliferación define y configura un nuevo espacio cultural, configurándose como la figura retórica que permite expresar la filia y la fobia” (p. 76). La “sustancia” de Cimas, en consecuencia, marida muy bien con todo ello.

Imagen tomada de Orgullo brutal.

Como ven, con apenas cuatro ingredientes seleccionados a conciencia, el dibujante ha perpetrado la gracia a través del supuesto no-ser de esa hibridación truculenta. El esbozo, el dibujo a grandes rasgos, lo potencia, lo amasa, lo intensifica: “se da la sensación de lo siniestro cuando lo sentido y presentido, temido y secretamente deseado por el sujeto, se hace, de forma súbita, realidad” afirma Eugenio Trías (Lo bello y lo siniestro, De Bolsillo, 2016, p. 47). Es lo mismo que ocurre exactamente con el Yogur de piña, que es uno de los hilos conductores de DPS y OB, junto con el autor, que aparece como coprotagonista de esas historias: si buceamos en el reverso blindado de la acción propuesta, si apreciamos los valores relacionales de esa ontología del límite, debería desenterrarse de ello la noción de lo siniestro que tan bien explica Trías y la mala leche que acontece en ese inmanente presuntamente desconocido de Cimas, debemos aprovechar en consecuencia la apertura del espacio de sombras con el que él fantasea a través de todas esas viñetas bastante lóbregas, opresivas, yermas, veladas, chungas. Te ríes que da gusto. En el prólogo de DPS, Javier Cansado escribe “Este trabajo es tan sensacional, es de un valor tan enorme que Raúl me ha tenido que jurar por lo más sagrado que lo había hecho él solo, que no había copiado”. Es lo mismo que ocurre exactamente con las partes traseras de Pedro el panadero o de La Padeltona: la gestación de un poderoso y truculento sustento intelectual.

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