BARRIO DEL PILAR. FERNANDO SÁNCHEZ

“Excepto los estoicos, nadie se resigna a ser del montón. Para todo el mundo el futuro es siempre la mejor inversión a plazo fijo: si ganas, porque ganas, y si pierdes, o sea casi siempre, porque la culpa es de otros, y ya se encarga uno de contarlo a conveniencia”.

Madrid, Andrés Trapiello.

A MI MADRE.

Todas las imágenes: elaboración propia.

ÍNDICE DE CONCEPTOS

Madrileñismo y barrio del Pilar (mejor, barrio de El Pilar)

Un hórreo, Banús (I), Castillo Pérez y un libro (“modelo Normandía”)

Qué (no) es el barrio de El Pilar

Grupo de Historia Urbana

Banús (II) y conclusión

Bibliografía

CONCEPTOS

Madrileñismo y barrio del Pilar (mejor, barrio de El Pilar)

Se habla mucho y a veces muy mal del madrileñismo. Hasta donde yo conozco, hay gente que no tiene ni idea de lo que comenta. ¿Es necesario vivir en Madrid para opinar correctamente? Probablemente, no: desde otra perspectiva, la gente expresa su parecer en el colegio electoral cuando en ocasiones no sabe a quién está votando y también se habla de fútbol como si no hubiera mañana y no te vas de cañas con los directivos. Es lo que yo creo. Estoy convencido de que el concepto de lo madrileño viene determinado más por lo que no es que por lo que realmente significa. Se sabe que no es de Madrid una mujer de Badajoz que vive en Estepona, y que tampoco parece serlo la arena de las playas de Lisboa. Y luego, viene Andrés Trapiello, de Manzaneda de Torío (León) y nos comenta que “en Madrid todos los madrileños saben que descienden del azadón como el hombre del mono” y ello nos remite al “modelo Normandía” de carácter acumulativo que sugiere Agustín Fernández Mallo, embutido en el denominado “sistema-red” o a través del llamado “espacio sustrato” (un espacio vulgar, impuro y entrópico “lleno de residuos, ruinas o escombros”) que se sustenta en los asideros de esos contextos urbanos en metamorfosis permanente: “la arena de esa playa [escribe] contiene restos de rocas, de seres vivos, de metralla, de plástico y de otros materiales”, y se pregunta: “¿hay algo o alguien que pueda dar cuenta de tal superposición, de los múltiples mundos y tiempos que conectados en red hay en un solo metro cúbico de arena de esa playa?” En cualquier caso, el dulce aforismo de Trapiello me hizo sentir de cine como unidad elemental de los fondos de los Montes de Toledo, como madrileño que soy y por supuesto como parte del proceso evolutivo de hominización (también dejé mi impronta en una de esas playas portuguesas).

Aunque el relato de Madrid fuera una frontera natural y fatal de difícil digestión, en Madrid no ponemos vallas electrificadas a nadie. Y en Madrid hay payasos como los hay en todas partes. Recuerdo las palabras del arquitecto Pablo Petkovsek, que fue reseñado por el poeta Marcelo Gobbo. En sus poemas, Petkovsek decía que “la gente” se mueve como una “marea sumisa”. Tan hermoso: los cascos históricos parecen llevarte hacia esa deriva (mal)intencionada. Sin embargo, cuando te encuentras (o vives) en un lugar como el barrio del Pilar (o mejor, barrio de El Pilar), te sometes a un ejercicio de mansedumbre espiritual. A pesar de su presunta realidad programática, el barrio es un indiscreto inventario de asuntos muy interesantes y muy bien interrelacionados, y a través de él se sortean los habituales rollos hagiográficos habituales (de tan madrileño que resulta ser, en buena parte fue poblado por gente de fuera de Madrid y sigue siéndolo).

Los centros históricos son parte de una ciudad al fin y al cabo, y exigen cierto decoro. Sin embargo, la puesta en escena de este espacio del norte de Madrid origina un estremecimiento sutil y proverbial desde la lejanía, es la irrupción brutal de la política y de la poética del bloque, de un impulso atávico de supervivencia, el goce estético de una geometría (no tan) desapacible. “Yo no estoy de acuerdo [escribía Trapiello]: el espíritu de un barrio feo (se lo parecía a Galdós, y si se lo parecía a él no vamos nosotros a ser más papistas que el papa) es la fealdad. La incuestionable fealdad de Madrid es parte de su belleza. Quitádsela, haced bonito a Madrid, y adiós muy buenas”.

Un hórreo, Banús (I), Castillo Pérez y un libro (“modelo Normandía”)

En marzo de 2017 presenté mi novela (¿?) Tú me has preguntado y no te he dicho nada en la coquetísima sala Función Lenguaje (Lavapiés, Madrid). En lo básico, estoy muy de acuerdo con Trapiello: en mi obra nunca hubo intención de hacer al barrio bonito, sino escribir lo que me apeteció en referencia explícita a una circunscripción de la periferia de la capital hecha a sí misma y que se gusta por sí misma y que evoluciona de acuerdo a sus umbrales. Mi texto no es otra cosa que un compendio de las tribulaciones y de las movidas de un tal Enrique Ballesteros, un personaje que vive en la calle de La Bañeza, en el puro barrio, y que es profesor de Filosofía de un centro de enseñanza que también se halla en el propio barrio: “en el parque de La Alcazaba está el instituto de secundaria [IES Gregorio Marañón]. 52 ventanales dan una bienvenida un tanto tectónica”, escribí. Tampoco es difícil colegir que yo desarrollé mis estudios de B.U.P. y de C.O.U. en ese centro.

“El atractivo turístico es nulo, pero no desagrada un paseo por el barrio del Pilar, en Madrid”, afirma Santiago Garrido Rial, que habla del hórreo de la plaza de Corcubión como “único monumento”, regalo del Ayuntamiento de aquella localidad gallega en 1973, un enclave de la ría que lleva su nombre. Alberto del Castillo comenta que ese hórreo “tiene todo el sentido del mundo” por la incontestable ascendencia del arquitecto Antonio Palacios [Porriño, Pontevedra] y que “fue desmontado pieza a pieza […] y trasladado en dos camiones hasta el barrio del Pilar”. Todo sigue siendo muy fractal. En lo que a mí respecta, fue una gozada examinar ese hórreo -otra vez-, entendí que había sido okupado en algua ocasión, hace tiempo.

Si entendemos el barrio como un no-ser (madrileño), en él se habría producido por lo tanto una trapiellización de su esencia y de su existencia subsecuente. El granito procede de la Galicia herciniana (tirando siempre de lo que se tenía al lado, en esencia). La arcilla roja del ladrillo general es rica en óxido de hierro y es muy común. El objeto resultante es muy resistente y macizo, está cocido a unos 900/1000 ºC. En una ocasión, el escritor José Tomás Castillo Pérez me comentó que conocer lo fractal engorda nuestro juicio, y que eso trae consigo flirtear con el vértigo y a veces, experimentar la angustia de los hechos incuestionables. Daniel Zarza manifestaba que “la ciudad, como artefacto” no deja de ser un proceso aleatorio “que llamativamente podríamos asociar con la geometría fractal”, que se interesa “fundamentalmente, por las formas, algo que es intrínseco de la nueva recuperación urbanística”. Marcelo Eduardo Unibazo y el Bernardo Suazo, defienden que “la planificación de nuestras ciudades tiene que hacerse desde […] la observación del objeto desde distintas distancias, relacionando y seleccionando las partes y elementos importantes que surgen de cada visión”.

Y después, está la visión particular del empresario José Banús (1906-1984), que gozaba de una posición muy ventajosa dentro del andamiaje del régimen de Franco, y levantó el Prometeo moderno, tan iterativo y tan fractal a la vez, arrojado a los brazos por lo tanto de esa potente idea de autosimilitud. En el interior del libro Barrio del Pilar, Grupo de Historia Urbana (reseñado en este blog), se dispone de una completísima serie de imágenes que retrotraen a los comienzos (y a los finales) de este barrio tan banusiano, una especie de “románico moderno a gran escala” –como también apunté en Tú me has preguntado […]-, impregnado de esa tonalidad arcillosa tan deliciosamente endogámica, bajo los cimientos de una inversión de bajos costes y sometido a las premisas de una ejecución con mucha prisa (incluyó unos estándares de calidad muy pobres y un aparejo muy sólido, sin infraestructuras, en medio del barro, “como elogio de la abstinencia y del horror vacui”). Jesús Campano fotografió el fango del barrio en contraste con el aparejo a soga y con el cemento, además hay imágenes paradigmáticas de esa oposición dentro de Barrio del Pilar. Y por supuesto, existen algunas también muy atractivas en el interior de Toldo verde: “Es paradójico esto del patrimonio [escribe Pablo Arboleda]. Se nos impone ese castillo, esa catedral o ese palacio y cuando alzamos la vista todo lo que existe son edificios de toldo verde. Por eso albergo mis sospechas hacia quienes se limitan a vanagloriar sus centros históricos, el heroísmo y la belleza, mientras prefieren ser ciegos ante otras pátinas –hay que profesar un tipo de amor diferente a la ciudad hasta verla sin florituras, con los ojos de la verdad-“.

Qué (no) es el barrio de El Pilar

Se habla mal del “barrio del Pilar”. En Barrio de El Pilar. Una historia urbana. Tomo 1, los miembros del Grupo de Historia Urbana (el adelante, GHU) han optado por el uso del “nombre oficial <<El Pilar>>”, de ahí la utilización del término “barrio de El Pilar” frente a la que consideran incorrecta “barrio del Pilar”. Les hago asimismo referencia a un clásico de Carmen Santamaría (Madrid, 1956): “La importancia de este barrio estriba que es la primera promoción inmobiliaria destinada a la clase obrera que ha realizado una empresa privada”, comentaba. “A principios de los setenta [afirmaba], la zona periférica de Madrid, especialmente en el sector norte, se iba a convertir en espacio residencial para los ejecutivos, profesionales y técnicos de la ciudad. Banús vio que el negocio ya no estaba en las clases trabajadoras, y decidió mejorar la calidad de sus edificios, y por ende, el nivel de renta de sus clientes. En este momento surgieron Altamira e Iberia 2, a la entrada del barrio, y la Ciudad de los Periodistas […]”. ¿Hay en consecuencia, necesidad de delimitar y/o de poner puertas al campo? En lo que a mí respecta, he ido madurando la idea de que las demarcaciones acotan normalmente, precisan en algún caso, pero también constriñen hasta el puro reduccionismo y, en último término, pueden conducir hasta la exclusión.

De esta manera y con estas premisas –que pueden ser negociables-, y con el máximo de mis respetos a toda su grandeza humana, social y volumétrica, tomando como base las divisiones más o menos comunes y consensuadas, o más o menos tradicionales que se han venido haciendo de él, y atendiendo en definitiva a su morfología y a la construcción en tiempo y espacio, los límites del barrio del Pilar habrían de ser en principio aquellos (o no) que vendrían determinados por la calle Sinesio Delgado por el sur (el eje que lo separa del distrito de Tetuán), las calles Villaamil y Vereda de Ganapanes por el oeste (que hacen lo propio con el barrio de Peña Grande), la avenida de la Ilustración por el norte (a veces se incluye la llamada “Ciudad de los Periodistas”, una especie de “zona de influencia” que llevaría en su caso el barrio hasta la avenida del Cardenal Herrera Oria) y la calle Finisterre, por el este, que establece una cesura entre las edificaciones (y mentalidades) por antonomasia de este barrio tan banusiano y aquellas que corresponden por su tipología y localización al barrio de La Paz.

Y luego, está la conciencia de pertenencia a la entidad o no de cada uno, cuya medida es del todo más compleja. Comentan que el nombre (gallego) de las calles y de las plazas obedece a la procedencia de los promotores y de buena parte de los habitantes que llegaron a vivir en los 60, también al origen de la mujer de Banús (Pilar, ¡aunque ella nació y vivió en Madrid!) y a la cercanía del constructor con el dictador –Franco-, que, como sabemos, nació en la localidad de El Ferrol (no “del Ferrol”). Y después nos damos de bruces con el contraste entre volúmenes, la magnificencia de sus conjuntos vacíos, la lectura matemática de sus elementos, la conciencia social y la transuburbanización. Y con la avenida de El Ferrol, que en su momento fue “del Caudillo”, en la que yo viví desde 1976 hasta 2005. Y en ella, el instituto Gregorio Marañón, en el que curraba Ballesteros. Sobre el centro de enseñanza, comenta el GHU que se hizo en 1967 como “instituto de bachillerato para niños y otro para niñas […] sobre el cerro de los Pinos […]. Se inauguró para el curso 1968-1969, en el que las aulas de niñas funcionaron como una sección del Instituto Lope de Vega y las de niños como una sección del Instituto Cardenal Cisneros” (p. 207)

Grupo de Historia Urbana

Iñaki Domínguez, autor entre otros de Macarras interseculares (un libro que también se ha reseñado en este blog), disecciona al Grupo de Historia Urbana (GHU): “compuesto mayormente por jubilados del barrio del Pilar […], inició su andadura en 2016, dentro de las actividades de la Escuela de Adultos del Barrio del Pilar (escuela que cuenta con casi cincuenta años de actividad) […]. Con el tiempo, el GHU acabó por contar con nueve componentes, todos con fuertes lazos personales o profesionales” con el barrio […]. Se han documentado a través de numerosas fuentes, han colaborado con la Facultad de Historia de la UCM, han montado exposiciones de fotografía y han hecho una película documental sobre El Pilar llamada La memoria es nuestra, afirma el antropólogo. Domínguez se refiere del mismo modo al completísimo texto El Barrio de El Pilar. Una historia urbana, en dos tomos y al libro de imágenes Barrio del Pilar, que ya he mencionado.

En la página web Ventanas Abiertas Magazine, Rosa [García], Dimas [García] y Paco [Villaverde], tres de los miembros del GHU, son entrevistados. Explican que ahora la media de edad es más alta en relación a los años 60/70, hablan del aumento de la población migrante. Villaverde afirma que “en (el barrio) Altamira y al otro lado de La Vaguada se hicieron otros pisos para otro nivel adquisitivo. Pero eso ya no es el barrio del Pilar”. “Altamira no está incluido, aunque fuera hecho por Banús, porque es otro estrato social. Esta definición nadie la ha hecho”, es uno de los testimonios de Dimas García -recuerdo la deliciosa conversación que tuvimos él y yo hace tiempo-, que es de la opinión de que los tres criterios de consideración del barrio son la promoción de Banús, que fue poblado por clase trabajadora y la extrema precariedad de los materiales y las infraestructuras. Y luego, está el centro comercial de La Vaguada, foco de protestas desde 1975. En referencia a ese lugar, el periodista Alfredo Pascual decía que “cuando se aprobó el proyecto, en 1975, absolutamente nadie estaba a favor de La Vaguada. Fue el francés Jean Louis Solal, el padre de los centros comerciales en Europa, [escribía] quien tuvo la ocurrencia de elegir Madrid para expandirse, ya que no había en España ninguna superficie comercial de ese tamaño. Escogió unos terrenos al noroeste de Madrid, casi en las afueras, propiedad de José Banús […]”. La Vaguada (primero, Madrid-2) se inauguró en octubre de 1983, en presencia del por entonces alcalde socialista Enrique Tierno Galván y por supuesto, de la plana mayor de La Henin, la sociedad promotora francesa.

Banús (II) y conclusión

En cualquier caso, el trilero de la construcción se hizo de oro a costa de los demás. Se puede decir así. “La administración, en muchos casos, fue permisiva a la hora de la verdad  con las promociones de Banús, como se puede ver consultando las actas de la Comisaría. En 1968, cuando debía terminarse la tercera supermanzana del barrio, todavía no se habían realizado ni el 80% de las dotaciones de la primera fase”, afirma el GHU (p. 232). Eduardo Bravo manifiesta la filiación de Banús con las tropas sublevadas (cree que la complicidad fue tanta que fue sentenciado a muerte, aunque luego la pena se le conmutó). Después, el constructor se enriqueció con la gestación del Valle de los Caídos, “utilizando para ello mano de obra esclava de los presos republicanos”, y obtuvo posteriormente terrenos y permisos (entiéndase, por ejemplo, el barrio) “en condiciones más que ventajosas”, faltando a las promesas de dotación iniciales (Bravo habla de “desidia”, “desprecio” e “impunidad”). A vueltas por lo tanto con el sempiterno Banús y con su impronta brutal en cada ladrillo rojo y en cada metro cuadrado de arena de sus plazas, en cada erial interior tan normando, Santamaría comentaba por entonces que “el barrio del Pilar» era «uno de los núcleos urbanos europeos con mayor densidad de población», que vivían en él «235 personas en cada hectárea» y que «la concentración humana en grandes bloques, sobre solares de bajo precio, constituyó un negocio redondo para los constructores. Para la autoridad municipal y gubernamental [aseguraba -y lamentaba- la periodista] fue una solución cómoda para colocar a los miles de inmigrantes que llegaban a la capital”.

A fin de cuentas, lo que Banús hacía en realidad era ordenar la sociedad por áreas, por castas, por niveles (entiéndanse –por ejemplo- barrio de El Pilar, Altamira, Puerto Banús), con el objetivo de (re)colocar a cada uno con los suyos, sobre los cimientos de ese románico franquista tan estamental, que más que aleccionador, fue despolitizador. Desde los 60, como núcleo urbano arrojado al cono de deyección de la nada, el barrio tuvo (y tiene) ese “componente” quimérico consensuado por las consecuencias de la tentativa franquista de reordenación a gran escala, de la exploración de terrenos ignotos y de la apatía, del establecimiento de nuevos vínculos vecinales desde el cero absoluto, mediante la cocción de los ingredientes del desarraigo y del reagrupamiento, de un nuevo estilo de trabajo en definitiva y de la construcción social violenta, grosera y acelerada sobre los dramas particulares y el andar por el cuarto de estar.

Juan Cruz aseguraba en 1978 que España había “tenido cuarenta años de desgracia arquitectónica. Los experimentos, la investigación del planeamiento urbano, la entrada en España de corrientes estéticas modernas, estuvieron ausentes de nuestro suelo. Por supuesto, los ideales artísticos -o su ausencia- del franquismo influyeron de modo decisivo en la atonía y el monumentalismo que azotó como una plaga el suelo español”. Así las cosas y a pesar de todas esas mismas cosas, la aridez intramuros de las plazas mencionadas (el área más grande y más reconocible) y la puesta en escena en líneas generales, hacen de sus credenciales un modelo arquetípico y ejemplar, tanto por la auto-repetición de patrones y las macroescalas como por el abigarramiento celular y el carácter microscópico o infinitesimal de muchas movidas de comedor y terraza. En consecuencia, en El Pilar se combinan significado, cadencia, semblante y forma a través de ese íntegro ladrillo rojo periférico, al que Santiago Auserón se refería cuando hablaba de Escuela de calor en entrevista con el fotógrafo Pepe Castro (Uppers, 2020).

En efecto, El Pilar vivió el apogeo y los estertores de la dictadura, así como la Transición y la democracia, pero por encima de todo, El Pilar vive leal a sí mismo. En un arrebato de posmodernidad, las lecturas y relecturas desde y hacia él parecen convivir bajo los preceptos de esta entidad monolítica y en apariencia inmutable. Pero el barrio es pura ética (los ecuatorianos del cuarto, los de Ciudad Real del tercero, los estudiantes del segundo, los de China del primero y su tienda de alimentación). La supuesta búsqueda del presunto Santo Grial metafísico no es una mera narrativa del ladrillo rojo (que bien podría serlo) ni tampoco se concibe como una prosopografía del absurdo. No parece ser ni mucho menos un mapa del tesoro. Se trata, en cambio, de un proceso abierto e inacabado de interiorización y de individualización de la cosa de El Pilar (“la gente anda por ahí y no se fija en nada”, comenta Sergio C. Fanjul a propósito de la fotografía de Campano, al que –dice- “hasta las paredes le hablan”). En consecuencia, podremos ser un poquito más comprensivos con el tema de lo nuestro y con los otros parapetados, en la frontera de esa nostalgia somática que reivindicaba con mucho acierto Bruno Latour. Pegué mi cabeza al hórreo. Puede parecer una tontería, pero no lo es. Es acupuntura terapéutica en el rodal de uno mismo. Es la conciencia del que tiene un estilo propio y asentado, y lo sabe: es la importancia de llamarse, eso, el “barrio de El Pilar”.

Si quiere leer la reseña «A propósito de <<Barrio del Pilar>> (y del Grupo de Historia Urbana)», pinche en este enlace: https://elurbano.org/2024/04/02/a-proposito-de-barrio-del-pilar-y-del-grupo-de-historia-urbana-fernando-sanchez/

BIBLIOGRAFÍA

Libros

ARBOLEDA, P. Y CARBAJAL, K. (2024): Toldo verde. Postales de otro patrimonio. Ed. Asimétricas.

AA.VV. (2021): Barrio de El Pilar. Una historia urbana. Tomo 1. Grupo de Historia Urbana del barrio de El Pilar. Primera edición: febrero de 2021.

AA.VV (2024): Barrio del Pilar. Grupo de Historia Urbana del barrio del Pilar. Temporae.

CAMPANO, J. (2024): Barrios. Madrid 1976-1980. La Fábrica. Comunidad de Madrid.

FERNÁNDEZ MALLO, A. (2020): Teoría general de la basura. Ed. Galaxia Gutenberg.

LATOUR, B. (2007): Nunca fuimos modernos. Siglo XXI editores.

SÁNCHEZ, F. (2016): Tú me has preguntado y no te he dicho nada. Cuenca. 1ª edición.

TRAPIELLO, A. (2020): Madrid. Ed. Destino.

Otros

Carmen Santamaría. El barrio del Pilar registra una de las mayores densidades de población de toda Europa. El País.1981.

Página web Ventanas Abiertas Magazine.

Tesis doctoral Una interpretación fractal de la forma de ciudad. Daniel Zarza.

Artículo Metodología fractal como estrategia de crecimiento urbano. Marcelo Eduardo Unibazo y Bernardo Suazo.

Juan Cruz. El franquismo olvidó las tradiciones del urbanismo español. El País. 1978.

Iñaki Domínguez. Gran Madrid. El País. 16 de abril 2025.

Alberto del Castillo. La plaza madrileña que tiene un hórreo: la extraña historia de un viaje de ida y vuelta. Madrid Secreto. Febrero de 2025.

Santiago Garrido Rial. El único monumento del barrio del Pilar es el hórreo de Corcubión. Febrero 2016.

Reseña sobre el libro Qué hizo la civilización con el cemento, de Pablo Petkovsek (Socios Fundadores, Buenos Aires, 2018): https://circulodepoesia.com/2018/09/que-hizo-la-civilizacion-con-el-cemento-de-pablo-petkovsek/

Eduardo Bravo. Madrid. El barrio del Pilar y sus luchas vecinales, una historia de película. El periódico de España. 9 de mayo de 2025.

Alfredo Pascual. Así nació La Vaguada. El Confidencial.2018.

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