Imagen de portada: Mandíbula urbana.
Dices tú de metafísica urbanística, amigo Fernando. Bueno fue leer las dos entradas anteriores, sobre rizomas y fractalidades, para darme cuenta de que todo recorrido deja rastro, y que el simple paseo analítico al que nuestra mente está atado, lleva consigo una retahíla de fotografías, o de matrioskas encadenadas, que luego exigen recapitulación y balance, como recomiendas en tu última entrada.
Exigen recapitulación (que no rasurado) porque no estamos hablando de preferencias sexuales, lícitamente requeridas. En otra ocasión podemos abundar en bosques y madreselvas púbicas, de tendencias también fractales, y de consecuencias hipnóticas para el ser humano.
En este caso, la metafísica se percibe básicamente en lo que trasciende a lo aparente, calando en el tuétano inconsciente de la humanidad entera. Es una fuerza invisible que sube desde portales, e incluso desde los atestados trasteros, hasta la punta de la antena más enhiesta o el pararrayos de baratillo de cualquier comunidad de vecinos “garbancera”; también, como diría Chaspa “ y hasta el copón bendito”.

Marcos Alonso, el filósofo, que no el futbolista del Chelsea, puso a entrenar su versión de la metafísica orteguiana, allá por el 2018, para sacarle brillo a la famosa frase de que “ el hombre carece de naturaleza”. Cierto es que la urbanidad y la convivencia en los barrios supone el envés de la hoja natural, o lo que es lo mismo, la otra cara de la moneda urbanita. La metafísica no vive en lo evidente; para analizarla hay que pasarle el decodificador del vecino del quinto. Ese que entiende de los aparatos y nos pone todas las plataformas para ver las series por un módico precio. Y ese esfuerzo de análisis necesita de la labor retrospectiva de mirar el camino recorrido, y husmear en los aromas y en los rizomas. De ahí que tengamos ejemplos naturales y otros urbanos:
- PARADIGMA NATURAL: se experimenta cuando un agricultor te invita a cosechar doce hectáreas de cebada, se recorren con paciencia los sectores, previamente parametrizados, y al cabo de tres horas, paras al borde del erosionado terreno y abres la puerta de la cosechadora: El olor a cebada cortada, a nido de codorniz violentado, a terrón fresco, a orín de zorro desperdigado, cumple la misión de recapitulación y balance de todo lo acontecido, vivido, muerto y percibido en esa zona. La mirada furtiva al pueblo huele a otra cosa: alcoholes, puertohurracos y animalidad.
- PARADIGMA URBANO: estado que se puede evaluar, apoyado en la barandilla de la terraza, e impregnada ropa y pituitaria de sensaciones, hace balance del asiento del metro trasegado, escalera y barandilla (otra vez) orinada, hondonadas de humeantes kebabs y picapollo dominicano, limpiador de hogar barato pero eficaz y, finalmente, efluvios de todas las casas, a sexo, a angustia, a guiso, a ropa antigua, a ficus inmortal y a tu propio hogar. En ese momento, aprietas firme los puños y miras calle abajo. “Cuando el barrio es mi balcón” cierto. Y miramos la ciudad quemarse de aburrimiento, como Herodes.
El caos, tan necesario como domesticable, siempre necesita de cuerda larga para que la fiera se desfogue. Jordan Peterson lo admite en todas sus obras: acostúmbrate a él, pero llévalo del ramal para que no se desvíe de la vereda. Los extrarradios, los bloques, las urbanizaciones de pensamiento único, son el bozal de la urbanidad al caos. Todo se mantiene en equilibrio, y así debe ser. La convivencia de vecinos, tiendas y el lumpen se garantiza, pero siempre hay “aliviaderos” de desorden tolerables para el ecosistema: las macetas que gotean en la ropa tendida, las colillas de Fortuna, los cabellos de fregona deshilachados, la mugre y la melancolía derramadas, en el suelo del patio interior. Lo indicaba Mónica Ardzz: Lo inexplicable suele ser atribuido al caos, cuando quizá es que no se entiende. Injusto pero real. No todo lo caótico es negativo, solo lo que se basa en la desidia, en la pereza y en la vileza. Ahora es cuando viene al pelo enlazar este tema con la poética: la esencia artística se basa en tres sensibilidades o universos fractales concomitantes: la verdad, la bondad y la belleza. Bien; ningún sitio como el patio trasero de las tabernas, o los callejones metafísicos de los polígonos industriales para concentrar tanta verdad.

Y para ir tolerando todo esto, sobre todo esa melancolía de barrio obrero, derramada en los interiores, y que ansía la pulcritud burguesa del césped recién cortado (fractalísimo), no nos queda otra que la poética urbana y metafísica. Hay comunidades que han logrado compactarla en tendencias muy actuales, como se comprueba en este enlace: https://youtu.be/aSs-sTxGUJQ “Es un amor”; y llena de orgullo y satisfacción comprobar que un grupo de chicos puede hacer alarde en sus “remeras” de la metafísica urbana, incluso promocionándola. Estos tiempos de influencers y youtubers nos sorprenden a todos. La democratización de la metafísica urbana, querido Fernando, ya es un hecho.
Samuel Martínez se pregunta sobre la humanización de las ciudades, con una pizca de atrevimiento y rubor. Le podemos contestar con un sí rotundo a la duda que le asalta, aliviando con gran desparpajo su zozobra. Hay alféizares ajados por la erosión que son auténticos ancianos desdentados. Sufren incluso lo que se viene llamando la “soledad no buscada” en la cual se programan y gastan miles de euros en ayudas gubernamentales. La ciudad mandíbula, cuyos dientes en forma de edificios, esconden universos de placa humana bacteriana a la que dar alimento. Ortega dedicó una de sus obras a la deshumanización del arte. El retorno hacia lo humano se me antoja tan necesario, en la ciudad, como imprescindible en lo que defendía el filósofo liberal.
Seguiré tu consejo, estimado Fernando, y visitaré los barrios aledaños. Las vicalvaradas de escombreras y antiguos templos del “ruack” y las cosladas de montículos turgentes y Paládiums, rizomas de un Madrid subterráneo y horizontal, que se extiende en galerías metafísicas por descampados, patios interiores y balcones donde asomarse hacia uno mismo.

José Castillo. Madrid, 4 de octubre de 2021.