Imagen de portada: Black implossion (Fernsehapparat X). Técnica mixta. Rubén Fernández. 2007.

Introducción: la despatrimonialización del espacio cotidiano
Hace 40 años, José Luis Muñoz y José Luis Pinós contribuían al acervo literario de la ciudad de Cuenca con una sugerente observación que aún conserva buena parte de su frescura y lucidez: “Todo lo que tiene Cuenca antigua de […] excepcional, se transforma en monótona vulgaridad en Cuenca Moderna”, un área que definían como un conjunto de “calles apretadas e irregulares y edificios de no excesiva altura” (Tierra de Cuenca, 1981). En efecto, si damos un garbeo por la trastienda de esa aseveración que bien podría haber sido redactada para esta misma tarde, la localidad no deja de ser un conjunto de barrios (incluyendo el propio casco histórico) que continúan en la búsqueda de alguna manera de su razón de ser, en medio de un hábitat atonal de pesadumbre. Además de las poderosas estampas del casco de arriba, algo debería de existir entre la nadificación y la cosificación en esta filosofía del crepúsculo, exclusivísima del imaginario conquense. De esta forma, nos podríamos poner manos a la obra con una idea de despatrimonialización, que habría de llevar necesariamente hacia una nueva reinvención y consolidación del lugar y de sus habitantes habituales. Sin entrar a fondo en cuestiones de localismos o de refuerzo de la identidad colectiva, se trata dar forma a un interesante espacio de reflexión y de emoción consecuente.

De la atonalidad a los ámbitos objetuales: un marco teórico para la reinterpretación del concepto “ciudad nueva de Cuenca”
El filósofo alemán Markus Gabriel (1980) define el “mundo” como las cosas que ocurren gracias y a pesar de nosotros y para ello dibuja un restaurante en el que hay comensales, mesas, bacterias o partículas subatómicas que –explica- pueden guardar relación o no, y que forman lo que denomina “ámbitos objetuales”, “pequeños mundos aislados […], pero no un mundo al que todos ellos pertenezcan”. Si tenemos en cuenta esa idea tan atractiva, se puede decir que el concepto “ciudad de Cuenca” no habría de existir, se habría transformado en consecuencia en un agregado de naturalezas de tipo objetual y de una grafía marcadamente atonal, de ahí mi propensión a establecer esa analogía con las (dis)armonías del eximio Arnold Schönberg (atectónicas, impredecibles y, por qué no, rizomáticas). Arantza Almoguera cree que se trata de una música compleja, cerebral y poco emocional. “De hecho”, defiende, “es difícil que cualquier tipo de música que escuchamos por primera vez pueda conmovernos o provocarnos una intensa respuesta emocional, ya que esta está configurada por la cognición o conocimiento de la obra. De ahí que la audición continuada aumente la familiaridad y, por tanto, una emoción más intensa y positiva”.
La reacción emocional nos da algunas pistas. En diciembre de 2019, redacté un pequeño texto titulado Razones para pintar en Cuenca. Sus destinatarios eran Rubén Fernández Santos (pintor cordobés afincado en la ciudad) y el fanzine de su exposición de pintura Big Sur, que se desplegó en la localidad de San Clemente, en Cuenca. En ese artículo, entre otros asuntos, me refería a la “geometrohumanización de la experiencia a escasos metros del Júcar” y explicaba que el instinto de la geometría había experimentado en el pintor un decidido viraje a la geometría del instinto, una proposición que a él, por cierto, le encantó. La pintura de Fernández Santos, al menos la de su primera época, es precisamente un elogio de esa contaminación arquitectónica de espacios emocionales y ámbitos objetuales intersexuados, de una cosmogonía de elementos interdependientes (o no) que el autor perpetra y deshace a su antojo, un manifiesto programático que bien podría aplicarse a la comprensión de estas realidades entre hormigonadas y orgánicas, que conforman esa pirotecnia de nuestro entorno inmediato, alejada de una innecesaria gentrificación. Cuenca es un conjunto de esferas en constante mutación/ebullición, que nace, se reproduce y lucha por no desaparecer. A excepción de lo obvio, se dice que la parte baja “es muy fea” y que existe “mucha dejadez”. De esta forma, parafraseando a Almoguera, una interpretación e interiorización “continuada”, podría traer consigo un conjunto de sensaciones más “intensas y positivas” hacia este entorno intrusista que resulta ser tan atómico y particular.

Estética y psicopostpoesía del espacio público
Existen verdaderos generadores de ideas que, además de escribir muy bien sobre el extrarradio poético, han sabido crear una atmósfera urbana muy específica. Entre ellos está el filósofo Paul B. Preciado, que perpetra Un apartamento en Urano: crónicas del cruce. En él, el escritor ajardina los cerebros y las querencias, y ampara la hibridación entre urbanita y entorno, y hace también hincapié en la poetización de la ciudad, que habría de adquirir forma final de “evangelio”, una franja mixta de fuerte sesgo intelectual. Agustín Fernández Mallo, físico gallego (La Coruña, 1965) aborda los términos “postpoesía” y “psicopostpoesía”. Con ellos no sólo hace referencia a un nuevo y fascinante campo literario de acción y de fusión entre lo clásico y lo contemporáneo, también los aplica a una nueva cartografía de conjuntos vacíos y lugares sin catalogar (“de ahí que la postopoética aspire a no poder ser definida, sino sólo mostrada”). (4).
Dentro de ese potente rollo wolfiano del que hace gala de día y sobre todo de noche, Cuenca es el corolario de una palmaria descatalogación, y se ha ofrecido a los demás en un auténtico alarde de brazos abiertos para con su entorno. Roger Wolfe, una de las columnas dóricas del realismo sucio, escribía: “Es noviembre y me siento como el proverbial/canario en una mina/de carbón./Las hojas de los árboles/son lentamente corroídas por la lluvia ácida, el monóxido […]./ Nada de esto tiene/la más mínima/importancia./Enciendo un cigarrillo y pido/al barman otra/San Miguel./La noche/promete ser/muy larga.”. Así las cosas, he de reconocer el despotismo de esa noche en mi propia propuesta, pero es el mejor background posible para la relectura de esta deliciosa decadencia del entorno y de su noviembre, como digo, wolfiano.

Ciudad pop vs. ciudad de culto
Hace algunos años, me quedé asombrado con la inteligente proposición didáctica que lleva por título El séptimo sello (1957) obra maestra –afirman- del cineasta Ingmar Bergman: en un momento puntual de la Edad Media, un guerrero cruzado retorna a su Suecia natal. Al llegar a la costa, el hombre de las Cruzadas se topa con la Muerte, a la que reta a una partida de ajedrez para salvar su vida. Uno y otra acuerdan que la victoria del primero traería consigo esa absolución y que, de lo contrario, moriría.
Lejos de Suecia, sin embargo, uno de los predios capitales de la ciudad baja de Cuenca se halla emparedado entre la avenida de los Reyes Católicos, la calle Coronel Algarra y la casa cuartel de la Guardia Civil. Según los libros del Apocalipsis, el séptimo –y último- sello es el sello del silencio (que dura media hora, en el cielo), habitual en aquel extraño ecosistema. Dentro de esa rave urbana, el viario está hecho mierda, y luego hay un apócrifo mundo de roturas, residuos y descomposición en el sorprendente tablero del ajedrez político municipal. Por tanto, existiría una parte a la que podríamos denominar ciudad pop, en base a unos hitos fundamentales como el centro comercial a las afueras, los espacios para los cumpleaños infantiles, las Turbas, la Semana Santa, la calle Carretería, los parques vallados de Izaskun Chinchilla -donde, dice la arquitecta, “el control y la seguridad tienen más importancia que el disfrute o el desarrollo integral”- e incluso los supermercados a los que Augé se refería en acto de contrición como “otro ejemplo de invasión del espacio por el texto”. De esta forma, frente a esta idea de temática éticoproductivocolectiva, es posible redefinir a Cuenca como ciudad de culto, en contraposición al concepto anteriormente mencionado (y no precisamente por su casco histórico), debido en buena parte a esa potente escenografía del residuo.

Recordaba la película de Bergman, de las autoridades competentes y de la propia muerte del usuario urbano. El silencio apocalíptico me haccía retornar asimismo a los argumentos de Eloy Fernández Porta, que hablaba del TrashDeLuxe, “basura de lujo […] elevada al rango de verdad absoluta por medio de un envoltorio que recubre la escoria y le confiere una pátina pop […]. En su vertiente estética este auge de los objetos degradados dio lugar a un culto que tiene sus seguidores, sus especialistas y sus teóricos, hasta el punto de configurar una exquisitez de los restos”. En este caso, no obstante, no habría de confundirse el resto puramente urbano con lo vulgar o con la insensatez contracultural (el “cateto rebozado de estrella” al que hábilmente se refiere el propio Porta). El residuo/reliquia emerge con elegancia frente a la consumación pop de la vida cotidiana. Mientras cientos de turistas (di)vagan por el casco antiguo de Cuenca, nos consta que hay una poética urbana clandestina que permite la desmaterialización del bloque, teloneando blandamente a fin de cuentas. La planificación de la ciudad es a su vez paradoja de esa decrepitud existencial, navegando en ese tablero espectral de blancas y negras tan característico del suelo conquense. Vivimos gustando a los demás (que ignoramos, que ni siquiera conocemos) o gustándonos onanísticamente imponiendo nuestro criterio al resto de los urbanitas. Ello hace necesaria la hibridación no binaria en una nueva ciudad pre-sintáctica y, sobre todo, mucho más humana.
Imagen postpoética (de género) como lenitivo para la anti-ciudad
Calle Mayor (1956) fue una película del director de cine Juan Antonio Bardem, fallecido en 2002. En La imagen encantada, el cine a su paso por Cuenca, José Alfaro nos proporcionaba un fotograma de la actriz Betsy Blair, que interpretaba el papel de Isabel. “Bardem” creó ese personaje, “la entrañable, delicada y triste solterona de una pequeña ciudad de provincias”. Es de noche, ella está esperando de pie en la estación. Es la portada del libro de Alfaro. El escritor comenta que esa mujer “está sola” en el andén, “el lugar de encuentro y de despedida, de inicio y final de la historia” (pp. 48-61).

Muy cerca de ese apeadero y a través de una muy concreta vinculación con ese poético círculo vicioso magistralmente planteado por el historiador, el bullicioso punto de encuentro llamado “Xúcar” ha servido de pretexto para la propuesta de la fotógrafa Ana Jiménez. Su fotografía, Miradas-1, que se halla hoy en el I.E.S. Fernando Zóbel, de la localidad de Cuenca, fue expuesta en el XXX Certamen de Artes Plásticas anual en honor al propio pintor (Cuenca, febrero de 2018). Con esa imagen tan irreverente e imagino que desconocida para el gran público, Jiménez ha descontextualizado un ecosistema de existencia robótica y macilenta. De esta forma, la ortodoxia se ha fragmentado en pedazos -en esta ocasión, a plena luz del día, quién sabe si en noviembre-. A través de una joven vestida de un clasicismo muy punk y de una monja que camina por la calzada, la fotógrafa le ha dado la vuelta a la vivencia y comprensión de un espacio cualquiera.
Fernández Mallo hablaba de la sexualización urbana que trae consigo el cine negro, el del detective varón y blanco que domina y masculiniza a una ciudad, que –en su opinión- queda a la vez feminizada como una vagina que aloja todo lo que quiere el investigador. Todo ello, dice el físico, ha quedado aceptado por el público, que además tiende a sexualizar los conceptos para considerarlos como semejantes. La mujer, concluye, ha quedado como un ser oculto y enigmático. En el caso de la imagen de Jiménez (Miradas -1), las figuras propuestas parecen erigirse en una metáfora de superación de esa súper estructura sexuada y se metabolizan en protagonistas de una performance que abre nuevas y originales puertas a su progenie, muchas veces sedada (en otras tantas, díscola). A la vista de la puesta en escena, además, se ha producido un repudio de la ciudad como engendro anti-paseantes, que desdeña al flâneur de turno y que sólo permite el desplazamiento productivo teleológico. Jiménez, en modo trampantojo, nos ha llevado a otra realidad espacial sirviéndose como en buffet libre de un medio ambiente normal, de un estereotipo al fin y al cabo. Es un clínic muy didáctico y es una cuestión de epistemología. Tanto sus mujeres como la Isabel de Bardem han dado lugar a un ornato de presencias y ausencias, y alimentan a esa dialéctica más o menos enmascarada de muchos espacios desechados por decreto. Han abierto paso, en definitiva, a una tendencia que rompe de algún modo la estética fixie de nuestro rodal adyacente.

San Antón y Tiradores (que son también Patrimonio de la Humanidad)
“Siempre me gustan los flipados […]. Yo he acabado realmente obsesionado con este tema”, comentaba el humorista Raúl Cimas, miembro de Muchachada Nui, que dibujó su primer cómic en 2014 (Demasiada pasión por lo suyo, en colaboración con un yogur de piña, según reza la contraportada). Una de sus historias trataba de las tribulaciones de un equipo de baloncesto que llevaba por nombre “The San Antón Smokers”. Un tal Chicho recibía la llamada de un equipo de perdedores y fumadores del barrio, que le ofrecía el puesto de entrenador.
Demasiada pasión por lo suyo no es un cómic al uso. Es otro fruto wolfiano de un buen conocedor como él de la ciudad. La mirada corrosiva del dibujante hace posible esa deconstrucción del barrio de San Antón en factores primos para su posterior recalificación y penetración (fuera, si es necesario, de cualquier connotación sexual) ¿Un guiño giggeriano del autor a la degradación y a la dejadez de este barrio tan particular? Isabel, la joven novia, la monja y los desheredados de Cimas son antihéroes posmodernos que nos representan al fin y al cabo, y describen a la perfección ese propósito tal vez no tan quimérico de una evasión de la certidumbre de nuestra monotonía existencial.
San Antón (que es Patrimonio de la Humanidad, no lo olvidemos) y Tiradores (que es Patrimonio de la Humanidad, no se nos vaya de la cabeza) son suburbios con cierto grado de dejadez. El fotógrafo Pablo Alcocer nos recuerda ambas realidades a través de la imagen. Dentro de su libro Señora, el arte ha muerto (Berlín, 2017), hay una espectacular imagen de San Antón, que se exhibió en 2011 en una exposición colectiva del alumnado del Ciclo de Fotografía Artística en la Escuela de Arte de Cuenca. Según el autor, “Fue tomada en el mirador de Mangana” mediante una “larga exposición con movimiento de cámara”. El contraste de luces ha sido creado por el “tendido eléctrico diferente que tiene San Antón y el barrio colindante”.

Profundidad topológica y tipificación de espacios públicos
Chinchilla escribe un interesante libro titulado La ciudad de los cuidados (Catarata, 2020), en el que trata sobre las ideas de correlación y de porosidad urbanas. La escritora describe la experiencia individual (llena de recuerdos infantiles) como un “mecanismo cognitivo innato” esencial, que permite desarrollar filiaciones de carácter muy intenso. En opinión de Chinchilla, los edificios son elementos permeables “estructuradores de la percepción” y “garantes de la convivencia”. Tomando como referencia los trabajos de la profesora Akkelies van Nes (2008), la arquitecta ha llegado a la conclusión de que habría que tener en muy cuenta su “profundidad topológica” (participación de la vida pública en lo de dentro), “el grado de intervisibilidad de entradas y ventanas, el grado de constitución, la forma de la calle” y también, “la densidad de entradas conectadas al exterior” (pp. 46-49).
A propósito de la ciudad de Cuenca, en la que las nociones de publicidad, privacidad y anonimato se diluyen por culpa de una extraña norma no escrita y nada prosaica, existe una deliciosa opción de currarse la habilidad para dejarse sorprender. A este respecto, me decía el pintor y catedrático José María Albareda, que posee de igual forma la facultad de laminar la (ir)realidad lírica, que “lo que se encuentra es a veces más impactante que lo que se busca” y me parece que se trata de un aforismo muy brillante. En referencia a la tipología propuesta por Zygmunt Bauman en su libro La modernidad líquida (1999), Albareda ha sabido interpretar a la perfección los espacios denominados “fágicos”, que serían propios en este caso del casco antiguo de Cuenca (espacios saneados, purificados de amenazas, compartidos, igualados) así como los llamados “émicos” (inhóspitos, que expulsan), “no lugares” (irrelevantes, anónimos) y “vacíos” (áreas que ni siquiera aparecen en nuestros mapas mentales).

Las Doscientas: otro caso singular
Me decía Pilar Gómez Couso (maestra, licenciada, doctora en Filología Hispánica y amante de la tradición oral, en especial de los cuentos) que sus recuerdos se remontaban “a hace justamente 60 años […]. Nos entregaron las llaves a cada una de las familias (200 en concreto, de ahí el nombre tan numérico él) en el año 1960”.
Las Doscientas no gozan de una bibliografía profusa y del arraigo consecuente en los textos urbanísticos sobre la parte baja de la ciudad. En su atractivo retrato relatado, Gómez Couso radiografía la estructura y comenta que “había tres bloques: El 1º daba a la Plaza de toros y, teóricamente, era el mejor porque estaba en la carretera, el 2º, no tenía ningún atractivo especial, estaba justo en medio y las vistas erar bastante poco interesantes; y el nuestro, que era el más pequeño y para mí el más atractivo porque la cocina, el cuarto de baño y mi habitación tenían unas vistas extraordinarias a El Vivero Central”. En cualquier caso, el área pasó a formar parte de estas dinastías de edificios (Doscientas, Trescientas de Tarancón, Quinientas, etc.), que engrosaron el acervo urbano de la Cuenca provincial actual.
El blanco añade un punto cromático entrañable y definitorio, que sin duda desmitifica el hecho urbano. Juan Núñez decía que “el blanco es en general un color al que concedemos poca relevancia ya que, en las preferencias de la mayoría de las personas, casi nadie lo menciona como su color favorito, ni tampoco como su color más odiado. Al igual que sucede con el negro, al blanco también le acompaña la duda de si es o no es un color”. En los entresijos de una hipotética política de “ver sin ser vistos”, la circunscripción impone un respeto matemático. Y de acuerdo a ese gravamen, esas unidades blancas, a pesar de su aspecto saneado y singular, son un tanto refractarias. “Ante todo hay que comprobar que los dos términos, fuera y dentro, plantean en antropología metafísica problemas que no son simétricos. Hacer concreto lo de dentro y vasto lo de fuera son, parece ser, las tareas iniciales, los primeros problemas de una antropología de la imaginación. Entre lo concreto y lo vasto, la oposición no es franca. Al menor toque, aparece la disimetría. Y así sucede siempre: lo de dentro y lo de fuera no reciben de igual manera los calificativos, esos calificativos que no son la medida de nuestra adhesión a las cosas”, afirma con mucha clarividencia el filósofo francés Gastón Bachelard. Herminio Lebrero, profesor e historiador, me hablaba también de esa relativa amplitud de hogares muy luminosos y de edificios que por estética guardaban cierta distancia con el colmenismo franquista.

Vivir después de la muerte (del espacio público de Cuenca)
Si damos otro pasito más en la consecución de esa idea de interdependencia espacial que Albareda sugiere poéticamente y que Fernández Santos ha sido capaz de programar y diseñar (cuanto más interpenetrados esos lugares, menos sexuados quizás), encontramos sin apenas buscar las apreciaciones de Pablo Pérez Rubio sobre el cartel de la magistral película que fue –y sigue siendo- Peppermint Frappé. Sobre estas tipologías esgrimidas y acondicionadas por Cruz Novillo, Pérez Rubio afirmaba que “no son una mera ilustración […], sino una interpretación o lectura gráfica del sentido de las mismas. Desde la imagen primigenia de Peppermint Frappé, Cruz Novillo reinterpreta personalmente el texto fílmico y lo concreta en una imagen-idea, generalmente de tipo alegórico”.
Si tomamos en consideración este sugestivo punto de partida, el concepto copa/licor condensa y resume las propias tribulaciones de una capital de provincias, en este caso la de Cuenca, cuya dialéctica ha venido consensuada por las protagonistas del propio film, en una casa que se halla algo más arriba de la Audiencia Provincial. El irritante desparpajo de Elena (la visitante podría representar la parte de arriba) y el desmedido recato de Ana, la enfermera (que vendría a formalizar la parte de debajo de la ciudad), otorgan un formidable peso específico a una película que explora magistralmente los propios límites entre la ficción y lo real. La alegoría que define Pérez Rubio es sobradamente atemporal. En consecuencia, esa actitud más que contemplativa de los (no) lugares de la ciudad de Cuenca nos ayuda a interiorizar la vida y la muerte- el orden da igual- desde otra perspectiva.

Román Gubern afirmaba que en nuestra cultura la muerte se ocultaba de forma púdica detrás de “las paredes de hospitales y clínicas” y que su muestra en público era percibida “como una obscenidad”. “La imagen de la muerte [decía] nos repele, pero también nos atrae” (Akal, p. 127). Así, en las antípodas de todo aquello que nos pueda llevar a lamentar la defunción de la ciudad baja de Cuenca, en contra de una falatidad que parece haber sido asumida dentro de sus propios muros, Albareda asigna los mismos derechos (y deberes) para un arco de medio punto que para una parada de autobús porque los barrios de Cuenca se hallan en permanente retropolución sistémica. A fin de cuentas, el pintor muestra varios senderos hacia esa comprensión axonométrica y ética ulterior o hacia ese derecho a vivirla como uno le dé la gana.
BIBLIOGRAFÍA:
AUGÉ, Marc (2017): Los no lugares. Gedisa. Barcelona.
BACHELARD, Gastón (2018): La poética del espacio. Madrid. Fondo de Cultura Económica de España, S. L..
CHINCHILLA, Izaskun (2021, segunda ed.): La ciudad de los cuidados. Ed. Catarata. Madrid.
FERNÁNDEZ MALLO, Agustín (2009): Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma. Barcelona. Anagrama.
FERNÁNDEZ MALLO, Agustín (2018): Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Barcelona. Galaxia Gutenberg.
GABRIEL, Markus (2015): Por qué el mundo no existe. Ediciones Pasado & Presente S.L. Barcelona.
GUBERN, Román (1989): La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas. Akal. Torrejón de Ardoz, Madrid.
MUÑOZ, José Luis; JUNCO, Manuel Á. y PÉREZ RUBIO, Pablo (2018): Cruz Novillo. Cine de arte y diseño. JOSÉ ALFARO (coord.). Cuenca. Cineclub Chaplin.
FERNÁNDEZ PORTA, Eloy (2008): Homo sampler. Barcelona. Anagrama.
PRECIADO, Paul B. (2019): Un apartamento en Urano: crónicas del cruce. Barcelona. Anagrama.
WOLFE, Roger: Días perdidos en los transportes públicos y hablando de pintura con un ciego. Edición crítica de Juan Miguel López. Universidad Popular José Hierro. Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes.
“La música atonal puede producir más placer del que creemos”. El obrero. El valor del trabajo. Arantza Almoguera. 19 de abril del 2021. Arantza Almoguera Martón, Profesora Ayudante Doctora en Didáctica de la Expresión Musical, Universidad Pública de Navarra.
Psicología de los colores. El color blanco. Juan Núñez. 2014. En https://aprendizajeyvida.com/2014/03/17/el-color-blanco/#:~:text=El%20color%20blanco%20representa%20el,simboliza%20paz%2C%20humildad%20y%20amor.
El color blanco y su lenguaje arquitectónico (…). Redacción. Diariodesign. 2017. En https://diariodesign.com/2017/11/el-blanco-en-la-arquitectura/
Herminio Lebrero es profesor de Geografía e Historia del I.E.S. Fernando Zóbel (Cuenca), historiador y colaborador de elurbano.org. Ha publicado, entre otros, El pueblo, las subsistencias y el Máuser. El motín de Tarancón (Tarancón, 2019) y Lugares de Memoria Institucionalizada en Cuenca (1877-2017). La Historia que perdura (Cuenca, 2018).
La era del populismo pedante que vende gominolas como si fuese caviar. El confidencial. 27 de marzo de 2022. Héctor García Barnés.

