Comentario muy urbano sobre la novela Impasse, anónima canción triste (2021), de Fernando Castillo (el escritor también firma sus cosas como Fructuoso Bartol, Lord Pascualín y Naniná).
“A mí me duele el paso del tiempo” (p. 78).
Un encabezamiento algo extraño y particular construye los cimientos de esta novela corta de autor (vallecano), que pide a gritos la deconstrucción (y que viva la calle y la madre que la parió).
En el plano narrativo, Fernando Castillo –Fernando- nos cuenta historias absolutamente normales en medio de una proverbial austeridad contextual, de la que sin embargo se pueden (y deben) extraer profundas y jugosas ideas, que van de la mano de las que él ha decido incluir en este muy singular texto. El autor ha implementado una interesantísima técnica del bucle, no sólo compositivo (todos los capítulos son abordados a través de una misma estructura), sino también conceptual, y ha creado un marco muy consistente en el que se suceden las conquistas amorosas y la destrucción progresiva del propio personaje, cuyo nombre ha permanecido en el anonimato por deseo expreso del propio escritor.
A través de un lenguaje asequible y a la vez contundente, Fernando ha creado una constelación de descripciones descarnadas, a ritmo de una inquietante cadencia, con apabullante rigor expositivo y buenas dosis de incorrección política -a mí particularmente me encanta el aforismo “lo hice entre trago y trago de calimocho” (p. 101)-. Adoro a los que se atreven a escribir estas cosas (y salen ilesos de ello).
Hay muchas tribulaciones de un viejo zorro roto y resabiado. Y también cierto egoísmo/egocentrismo en ese protagonista a mi modo de ver (su actitud y sus procedimientos que a más de uno/una le pueden sacar de quicio, me recuerdan mucho al soniquete de la canción The chase is better than the catch de mis queridos Motörhead). Y por supuesto, no podían faltar excelsas referencias al rock por parte del autor (por ejemplo, en el caso de sus idolatrados Kiss).
Mediante ese bucle mencionado se ha desarrollado asimismo una rutina de la frustración. Y ese proceder que en principio parece un tanto repetitivo, se hace después necesario en la explicación/justificación de los ligues o cortejos (fúnebres), un círculo vicioso planteado, como digo, mediante una inteligente técnica discursiva, que no es otra que la que ornamenta Impasse. “Siempre me ha resultado extraña la palabra <<impasse>>, me atrae y me da rabia a partes iguales” (p. 30), afirma el protagonista, que es el narrador en primera persona.
Cada cual tiene su forma de rellenar el vacío, y el personaje realiza intentos calculados y a la vez desesperados en aras de colmar ese cubo (no voy a hacer spoilers), aunque de ello pueda resultar una deliciosa paradoja. En el plano trascendental, Fernando celebra la onomástica de esa vacante (“qué enorme es”, se dice en la página 9) y deja a entender, hasta donde yo llego, un concepto de soledad en virtud de un antagónico ancestral. En la obra parece que el sujeto necesita de los objetos que hay a su alrededor para sentir y padecer la más absoluta misantropía.
Hay acidez, sarcasmo y un fino humor entre la umbría (a veces no he podido evitar dar alguna carcajada con las ocurrencias de Fernando). Y por supuesto, el libro es un auténtico recital de fenomenología urbana a través siempre de algunas calles y algunos edificios de Madrid (una excepcional simbiosis entre lo que se ve, lo que se intuye, lo que se huele y la mierda que nos contamina en nuestro entorno, una especie de perspectiva aérea en medio del éter de su ciudad, de la nuestra).
En este sentido, se hace necesario ese análisis morfosintáctico de las personas y de las cosas y por ese motivo el autor ha hecho arte de la banalidad en un ecosistema de garito (he llegado a contar 18, entre bares, pubs y restaurantes), de asfalto y de domicilios particulares (en los que se han implementado esas historias de sexo y, sobre todo, de incomprensión, de angustia y de desazón).
El planteamiento es muy orteguiano si entendemos al personaje X como el conjunto de él y de sus circunstancias, que no es baladí, siempre en las avenidas de Madrid o en las afueras. Hay un cierto culto asimismo a la teoría de los no lugares de Marc Augé (1992). X no sólo explora sus propios límites, sino también los de los demás y los de lo demás, un agujero negro despiadado y perverso que no hace sino llevarle indefectiblemente al no lugar por excelencia, a su propia y desoladora soledad (habiendo chapoteado en el éxtasis que le produce a ese tipo el descubrimiento de lo puramente desconocido).
La vida es presentada en la obra como un automatismo, como una suma de imposturas y de recatos impostados. Así, resulta tentador establecer una posible/presunta analogía de ese X con el Fernando Castillo que algunos conocemos (bien). Es hasta inevitable (incluso terapéutica) hacer referencia a una castillización de ese personaje tan atribulado (Fernando Castillo indaga en Fernando Castillo era el otro título que tenía pensado para esta reseña). Si escribo And I sure know something, sure know something, seguro que el escritor me entenderá perfectamente (1) y felicidades, de verdad, por ese “exceso de encía” que sale como un alien de la tripa en la página 60 del libro.
Impasse es impropia de cualquier círculo mediático y ni falta que le hace. Los Reyes me la trajeron el 4 de enero. Debo de haber sido bueno o haberme portado un poco bastante bien en definitiva.
NOTA:
(1) Sure know something es un tema de Dynasty (álbum de Kiss de 1979).
Compañero, hay ocasiones en las que la reseña de un libro superan a la propia obra y abruman al autor. Este es el caso.
Gracias.
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Una reseña exuberante, rica en escenarios y dispersa en ideales. Gracias. Felicidades. Desde la hermosa ciudad colonial de Antigua Guatemala, un saludo cordial. Buscaré la manera de leer la obra.
SCAL2022
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