¡Qué maravillosa invención son las palabras baúl que nos llevan y nos traen hacia derroteros vagos, abstractos y aparentemente inocuos (que no inicuos puesto que pueden ser equitativas en su generalidad)!

¡Qué curiosidad el observar desde la distancia elementos o grupúsculos inanimados que pululan por la vida normal convirtiendo su discurso en lo más vacío que podamos imaginar!
Esa cosa, la cosa, las cosas que lo mismo aluden a un percebe, a un zapato o a la crítica de la razón pura de Kant, se han instalado como algo habitual en nuestras costumbres, en nuestro presente. Intentan comerle el terreno a una forma de hablar o de conversar que debería reflejar la riqueza y los matices propios de la lengua o del idioma que es cultura, ya sean propios o ajenos adquiridos en distintas circunstancias.
Personajes esperpénticos como sacados de Luces de Bohemia. Don Max y Don Latino “el hispalense” se quedan cortos ante tal verborrea, cutrez espiritual y estrechez mental digna de un alguien estrafalario, pero sin estilo, porque lo estrafalario puede poseer una clase determinada o una estética underground o barroca. Pienso si la taberna inexistente de Picalagartos, el Puente de Segovia o la antigua DGS en la Puerta del Sol son cosas o ¿son cosas de la gente? o ¿son cosas normales de gente anormalmente normal? Estos juegos de palabras con un pretendido y artificial toque excéntricoparecen reflejar, sin embargo, la simpleza, la mediocridad y una estupidez malsana que no va a ningún lado. Orgullo y prejuicio no a lo Austen, por lo menos esas campiñas inglesas con Lizbeth y Darcy nos harían retozar de placer. Tampoco un “porque yo lo valgo” con cabelleras al viento. No, no es ese orgullo sino el que pregona: ¡A ver quién grita primero! ¡A ver quién impone su fuerza bruta y macarra para explicar qué me pasa, cómo es mi vida y qué ocurrirá si ni te pliegas a mis deseos!

Pero en esa aparente normalidad, la gente es una masa uniforme que igual son individuos, habitantes, ciudadanos, personas o un cruce de trucha y lobo. Ahí lector, te toca desentrañar ese misterio no exento de intertextualidad. ¡Ah! ¡Claro! ¡Es que no nos damos cuenta de que el individuo usuario de ese baúl prodigioso del léxico, de forma indirecta, está aludiendo a lo implícito o a la media neurona explícita haciendo turismo por un cerebro ¿hueco? ¿semivacío? según como se mire, este concepto se me antoja resbaladizo… Otros pueden retrotraerse al Surrealismo de las Vanguardias donde la escritura automática era un alarde de prodigio. Quizá no hemos reparado en que las ideas normales que se refieren a cosas o símbolos están adquiriendo una nueva dimensión estilística que superan o crean algo nuevo. Nada que ver, lector, con la simbología lorquiana o dantesca por citar algunos ejemplos: “un alfiler que bucea hasta encontrar las raicillas del grito / y el mar, el mar deja de moverse”, como la masa normal que se detiene sin vida propia. Silencio radical. Silencio que no evoca nada. Silencio que muere en décimas de segundo en el mismo momento de nacer. Cosas y más cosas que se repiten porque así es como se agolpan a modo de hijas caprichosas o demonios que quieren liberarse. Fantasmas como los Caprichos de Goya que puedo observar en la parada de un Metro de mi Madrid: “el sueño de la razón produce monstruos” aunque en distintos grados de exquisitez si se describen con las mágicas palabras de mi oda inicial.
Desfilan ante sus ojos sustantivos, adjetivos, verbos en formación, preposiciones y conjunciones que, cansadas de estar solas, toman en sus manos cual fusil, otras palabras para ser locuciones y dar más peso a la repetición del /y/, /porque/ y /pero/. Ya lo dijo Galdós: las palabras se conjuran porque están hartas de ser maltratadas. Sí, querido lector, hay vida más allá de estas palabras, geniales para algunos. Si escuchas este razonamiento, nadie te pide que seas Cervantes, jamás lo serás, como poco le llegaremos a la altura de sus gregüescos, de su afilada barba o como mucho introducirnos en la invención de su cabeza.
¡Somos las cosas, la gente y lo normal! ¡Nos rebelamos contra este abuso y queremos dejar de provocar grima y dolor ante quien nos lee y nos utiliza de forma aleatoria! ¡Queremos ser acompañados de sinónimos en su más amplio sentido! ¡Se acabó el pensar que los sustantivos y lo sustantivado debe tener solo su correspondiente paralelo!
¡Qué maravillosa invención son las palabras baúl, pero dentro de un baúl gigantea modo de contenedor y surcar los mares de las páginas! ¡Demostremos lo que valemos! ¡Abajo la simplificación tartamudeante y arriba la cordura! Recogiendo el origen semítico de esta palabra, finalizo. Amén.
