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Con ustedes, algunos de los sistemas del llamado “rock progresivo” para la exégesis de las cosas muertas. No es necesario alardear de ello. Sin embargo, tampoco es cuestión de defenestrar el complicado hábitat del lenguaje más o menos experimental sin hacer referencia a estos asuntos tan alambicados. En lo que a mí respecta, es mucho más que cierto que he bebido del manantial de las categorías indelebles y fundamentales de ese rock progresivo, de esa deconstructividad y de su potente substrato intelectual.
Me puedo referir en concreto a los excesivos acordes del Pink Floyd del desaparecido Syd Barrett (Interstellar overdrive en The piper at the gates of dawn, 1967), a la excéntrica liturgia de King Crimson, a los sofisticados y protoexperimentales Kraftwerk vistos desde ciertos prismas, a los alucinatorios y machacantes Hawkwind de mi añorado Ian Kilmister (Brainstorm, por ejemplo, apotegmas de un subgénero más espacial y visionario), y sobre todo a las complejas e irrepetibles desestructuras de los eternos Black Sabbath (en este caso hago referencia sensu stricto a su formación clásica: Ozzy Osbourne/voz, Bill Ward/batería, Geezer Butler/bajo, Tony Iommi/guitarra), originarios de Birmingham (Inglaterra, 1968), que han ejercido un poderosísimo influjo en mi forma de escribir y de entenderme a mí mismo y de comprender mis circunstancias. Y por fortuna, lo siguen haciendo. Son muy bien mandados. Nunca faltan a la cita. Son muchos los resabios, vaya. Hay más bandas y más temas, pero no quiero convertir tampoco este artículo en una sinopsis del rock progresivo, que no estaría ni tan mal por otra parte.
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En los entresijos de mi novela Tú me has preguntado y no te he dicho nada (2016), reseñada por el profesor e historiador Herminio Lebrero en EL URBANO y por el profesor y escritor Dativo Donate en el blog “Náufragos en tiempos ágrafos”, yo a veces contaba las cosas de forma desagradable e ininteligible, en ocasiones retrospectiva, siempre desigual, peor y mejor mientras tanto, de vez en cuando progresiva –digámoslo así, perdonen mi soberbia-, todo sobre unas movidas de un hombre un tanto gris y con algunas aristas llamado Enrique Ballesteros, profesor de Filosofía de un instituto del barrio del Pilar, de Madrid.
La novela se halla atiborrada de detritus y de idioteces. A pesar de ello, en uno de sus capítulos, yo me refería a la siguiente cuestión, nada baladí: “Enrique solía escuchar a los visionarios Black Sabbath (me refiero a los primigenios Ward, Osbourne, Iommi, Butler), una de sus bandas preferidas junto a Pink Floyd, Motörhead o Creedence Clearwater Revival. Sus riffs machacones, su sombría versatilidad, las composiciones atectónicas, el abuso de la irrealidad poliédrica, la deconstrucción gradual, los esquemas musicales confusos y la tendencia al concepto fueron estudiados en el trabajo de su doctorado, bajo la dictadura de las cuerdas de Butler [Geezer, el bajista de la banda]”.
Así, en un texto a medio camino de la ficción/fricción y de una extraña realidad que nunca acontece, la conceptualización de la música y del quehacer filosófico de estos ancestrales y necesarios Sabbath me resultó del todo correcta y por ese motivo tan simple la habríamos de extrapolar a los predios de un ensayo de esta enjundia. De esa banda se han dicho que son hard rock, doom metal, heavy metal y algunas estupideces de diverso calado, por otra parte, que ahora mismo no vienen a cuento. Con todo, nunca habría de abandonarse la ideología del substrato de lo progresivo, ebrios de lo teorético: no hay un permafrost que lo impida o que se lo fume.
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Los álbumes Black Sabbath (1970), Paranoid (1970), Master of Reality (1971) o Black Sabbath vol. 4 (1972) son un medio y un fin en cualquiera de los casos, y se constituyen desde mi punto de vista como una serie de arritmias extra sistólicas de referencia conceptual no sólo en el aspecto técnicamente musical, siempre bajo unos consistentes cimientos metafísicos, sino también como el producto de la creación, desarrollo y perfeccionamiento de una nueva retórica y una nueva cadencia de intervalos discursivos rítmicos y cadenciosos, a través de una aceleración gradual (o netamente improvisada asimismo).

El título de mi primer librito, Antología del otro lado (a su disposición en este blog, edición de 2022) no es casual. La segunda parte del encabezamiento de mi segunda obra “Prosopografía de Dante (detrás del muro del sueño, de 2013) es un homenaje a la canción Behind the wall of sleep, del primer directorio de la banda británica.
En la revista digital Mautorland/Webzine cultural para mentes inquietas, diseñada por Antonio Mautor “para la difusión del rock, metal, sonidos distorsionados y otras manifestaciones tanto musicales como culturales” según reza en la propia página web, el propio Mautor, crítico musical y cultural, y colaborador de Radio Nacional de España, comenta algunas cosas muy interesantes sobre el tema Behind the wall of sleep, al que ya se ha hecho alusión: “[Los miembros de Black Sabbath] crearon un tema oscuro, con una melodía inquietante y enigmática que se salía algo de las pautas marcadas por la banda”. Su referencia, comenta, fue un relato corto del escritor Howard Phillips Lovecraft, que tenía por título Beyond the wall of sleep (“Más allá del muro del sueño”), de 1919. La canción, escribe Mautor, nos describe los sentimientos y visiones del protagonista del relato, que mantiene un extraño vínculo “con seres alienígenas”. Al final de la canción, Slater, que es como se llama ese hombre, muere “y la entidad cósmica abandona su cuerpo”.
El extraño e indeleble mundo de lo lovecraftiano (de lo que escribe mucho y bien el filósofo Graham Harman, como hago constar también en nuestro blog), parece haberse aclimatado por suerte a los diáfanos propósitos de la banda británica, al menos en este tema tan esotérico y tan brillante, y por supuesto en otros tantos como pueden ser, por ejemplo, After forever, Sleeping Village (4 versos y 5 taumatúrgicos bloques de potente progresividad en algo menos de 4 minutos), Sabbath Bloody Sabbath, The Wizard, War Pigs o la gramática tan intuitiva de la mismísima Iron Man.
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Con ese el material definido con breves pinceladas y a través otros temas de profundidad y consistencia que no he querido citar, cabe la posibilidad sintética e incluso asimétrica de la inserción de un concepto a medio camino de otros tantos y resultado a la vez de todos los supuestos previstos: el escritor contemplante, el redactor descifrante o el cuentista clarividente. En consecuencia, puede hablarse de una geografía de la perturbación literaria en la confluencia de tres elementos no necesariamente subordinados ni dependientes muy propios de la imaginería sabbathiana: el mundo de lo físico, las afueras de lo psicológico y el espacio como continente, en el que pululan y se agitan los seres o personajes, como ese tal Slater, el mago, la muchacha que se le aparece a Butler en su habitación (el tema homónimo de la banda), el hombre de hierro o los niños de la tumba (Children of the grave), por citar algunos casos paradigmáticos.
Alrededor entonces de esta trama tan bien articulada, la habilidad visionaria y la capacidad de establecer contacto con otras entidades, ya sean físicas o intangibles −a ello me he referido con la excusa inexcusable de la canción Behind the wall of sleep−, se entienden como circunstancias propias de una adecentada inteligencia emocional en el momento en el que el individuo es competente para ver más allá del objeto, lo que no deja de ser una virtud o un antagonismo de clase. Me viene a la cabeza la amalgama de elementos humanos que, según el antropólogo Manuel Delgado, proliferan dentro de una ciudad: viandantes, adolescentes, vividores a la deriva, disimuladores de nacimiento, riadas de gente, turbas delirantes, banda sin oficio ni beneficio, “cadencias irregulares”. Un largo etcétera.
Black Sabbath capta en sus intervalos ultra cósmicos esa liquidez de las historias que cuenta, la desorientación y la deshumanización, que son un punto de partida muy sugestivo, que da cabida a su vez a cualquier atonalidad literaria. Como los de Delgado, todos ellos son intérpretes nihilizados, personajes de la anomia y de esa banalidad tan oscura: no son otra cosa que la experiencia trascendental de esa nada dibujada y desdibujada a su antojo por la banda de Birmingham, zona de sombras presuntamente esbozadas mediante unas sobrecogedoras equivalencias entre lo textual, lo musical y lo físico, una poética entre la vida y la muerte que nos acerca a lo que vemos y que no atinamos quizás a sujetar por el morro (hay por otra parte tanta música donde no ocurre nada, tanta letra de mierda y constreñida a la gilipollez y a la estulticia). La aparente inaccesibilidad de la música de estos ingleses es parte de su luz y de la consciencia de una especie de esencialismo para nada macabro.
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Son un escándalo. Nunca he visto tanta clarividencia, una cuestión que de facto impregna con innata y tácita frecuencia y a intervalos (ir)regulares el manifiesto programático de estos 4 hombres ungidos. Decía el poeta Osvaldo Bossi –Buenos Aires, 1960- que todos escuchan canciones y que eso es un problema para los poetas que escriben, y hablaba también de que “en la prosa poética, la eficacia rítmico-melódica de los campos sintácticos semánticos” no era la misma “que en el poema en prosa”. El escritor y crítico literario Patricio Pron, en el prólogo a La entreplanta (1988, Nicholson Baker), escribe que su autor (1957) “es considerado habitualmente un miniaturista” y que “esto es parcialmente cierto” porque su literatura, cree, “posee un alcance mayor”. Baker, explica, “apunta a la conformación de una antropología urbana y muy personal cuyo mensaje es que, por insignificantes que parezcan a simple vista”, la introducción de los pequeños detalles presuntamente triviales que describe hasta lo teóricamente obsesivo y perturbador “suponen cambios significativos en nuestra percepción y en la relación que establecemos con los objetos y, de forma más amplia, con el mundo”.
A esa pesadilla y a esas anomalías del ecosistema atmosférico de los Sabbath, a esa sintaxis del número primo, al desdoblamiento sujeto/objeto, se hacen referencia en la magnífica web de Jesús Gran, que tiene por nombre “Clásicos del rock”, absolutamente recomendable para los que nos gusta transitar por esos lugares tan conceptuales, tan intrincados, tan incorruptibles. Gran desglosa con la precisión de Baker toda la discografía del grupo inglés y al respecto de Behind the wall of sleep incide en “el marcado contraste en los cambios de ritmo”. De discos como Paranoid afirma que “son los que llaman la atención de cualquier persona ajena a este estilo y la cantidad de variaciones que posee permiten disfrutarlo de manera continuada, descubriendo detalles nuevos en cada escucha”. Literatura progresiva de extrema integridad, política de bloques a lo Cube, TAC con contraste.
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Tú me has preguntado y no te he dicho nada es –con mayor o menor éxito- el retrato de la insignificancia y de lo inconcluso, es un tratamiento a base de cucharadas de pociones de difícil digestión. Allí me rebozo en la otredad mundanal, desprovista de sus básicos y elementales, lóbrega desde los cimientos.
Sin embargo, a pesar de que mi libro no me gusta (casi) nada, insisto en la posibilidad de sondear en el significado de los Sabbath a través de las grietas de sus textos y de su música apabullante, al tiempo que exhiben un lirismo alucinatorio en el abismo y en las formas. Cómo me gustaría parecerme a ellos no sólo es una insensatez de bajos vuelos, sino también el resultado de mi eterno regreso ya de por sí funcionarial hacia el mito de esa realidad abrumadora, desoladora y siempre cambiante que me rodea. En definitiva, Black Sabbath no deja de ser el resumen de la vida misma, pero en deconstruido.
Se dice que Behind the wall of sleep es resultado asimismo de las cualidades visionarias y de los sueños premonitorios de Geezer Butler, así como de su concepción del tránsito hacia la misma muerte. En la exégesis de las cosas muertas, la banda de Inglaterra son luz al final de un túnel un tanto platónico. En el pecado llevaron la penitencia, sólo les quedó superarse a sí mismos en una extraña refundición de la plástica entre la vida y del propio más allá: “Now from darkness, there springs light/Wall of sleep is cool and bright/Wall of sleep is lying broken/Sun shines in, you are awoken”, es el final de esa insuperable canción.
Mi agradecimiento a El País (foto de la primera formación de Black Sabbath) y a Loudwire (foto de portada, álbum Black Sabbath).
Si usted desea escuchar Behind the wall of sleep, pinche en el siguiente enlace: https://youtu.be/M_WBVm5KC_w