NOTA DE EL URBANO:
El exorcista es una película de terror de 1973, dirigida por William Friedkin. Los cimientos de esa maravilla se encuentran, no obstante, en el libro que lleva el mismo nombre, escrito en 1971 por William Peter Blatty. El exorcista se estrenó en nuestro país en 1975.
Las imágenes que ustedes contemplan en este artículo corresponden a la casa en la que se practica ese exorcismo y a las escaleras del final del film, que se hallan entre la calle Prospect y la calle M, todas en Georgetown (Washington, Estados Unidos).
Al hilo de una historia truculenta (el exorcismo de una joven de 12 años Regan MacNeil -interpretada por Linda Blair- a través de dos sacerdotes de la Iglesia católica: el padre Karras –Jason Miller- y el padre Merrin –Max von Sydow-), la película indaga en los espinosos límites entre ciencia y fe/religión, y aborda ese debate de manera profunda y absolutamente estremecedora, muy lejos por cierto del carrusel de efectos especiales de buena parte de la podredumbre cinematográfica del género. Yo la he visto 12 veces, créanme, y me sigue causando bastante desasosiego, aunque por varios motivos dejé de enfrentarme a ella hace mucho tiempo. El libro lo leí en una ocasión y me pareció tremendo, tal cual.
Cuando Enrique –mi hermano- me habló de su viaje a Washington, a ambos se nos ocurrió la idea de retratar todo aquello a través de dos de los iconos fundamentales del film, la casa y la escalera adyacente, como ya ven, transformados por descontado en una atracción turística de la propia ciudad. Estas imágenes (abril de 2023) son un regalo de él para ustedes, además de un acto de determinación. No podían faltar en este blog. De ninguna de las maneras.
Prospect St.

La casa (Prospect St.)







Las escaleras (entre Prospect St. y M St.)






«El exorcista» es una película marcadamente católica sobre el tema de la fe y la razón. En algún momento, creo yo, al padre Karras le alivia vérselas con Satanás, porque la prueba de su existencia conlleva la confirmación de la fe perdida. Hay Satanás, ergo hay Dios; hay mal, ergo hay bien. En este sentido es un drama calderoniano o un cuento de terror unamuniano. Y que da un miedo que para qué. ¡Mira que irse a fotografiar la casa! ¡No había otra cosa que hacer!
Me habéis dado mucha envidia.
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