LA CENA DE LA PÁVEZ. FERNANDO SÁNCHEZ

El Retiro (Madrid), 13 de mayo de 2023.

La literatura marciana, cromática y exuberante de El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995) da cuando menos para echarse unas risas consigo mismo y aislarse de la intemperie, para recordar con gusto aquellos matices tan espléndidos, para sobresalir en el bar con una sevesita, para hablar de toda ella en el chat de los colegas (no en otro), para contársela al primero que pasa, pero nunca para especular. Lo del guion es para hacérselo ver a las generaciones venideras de cualquier escuela y pelaje ¡Y qué madrileña es la película, joder, alguien tenía que decirlo! En fin, digamos que parecen dogmatismos que vienen a cuento y ya está.

Todo ello me lo susurró al oído El ángel caído, un bronce de Ricardo Bellver, cuando pasábamos por allí, en dirección a la cuesta Moyano. Se trataba de una mañana fría, aunque muy soleada, de veranismos consistentes no obstante. La gente patinaba en El Retiro, caminaba, corría, paseaba, no hacía nada en particular, se echaba un sigarito. Sin embargo, los que éramos más raros, hacíamos cosas más extrañas al amparo de la estatua. Yo y pocos más, nada fuera de los fondos de lo recoleto y familiar. De esta forma, el ángel me hizo recordar esa soberbia escena final post apocalíptica del film.

En medio de una cosmogonía que se hace querer a medio camino del absurdo y de la injusticia poética, el embustero y atribuladísimo profesor Cavan (Armando de Razza) y el terquísimo y entrañable padre Berriatúa (Álex Angulo) a –dicen- 666 metros sobre el nivel del mar, hacían balance de la vida y de la muerte, después de haber sido cortejadas las dos por sendos personajes. Se maldecían. Y mientras tanto, Def Con Dos cantaban (en un garito, en la película) la canción homónima (El día de la bestia, 1995), un temazo verdaderamente potente, auténtico, etcétera: “Siguiendo el rastro del Ángel Caído/yendo tras los pasos de un macho cabrío/derribando el muro que encierra las tinieblas/hasta lograr el aliento de la Bestia/Sabiendo que el camino está lleno de trampas/para corromper las almas […]”. Nosotros seguíamos los indicios de la cuesta Moyano y, en efecto, caímos como babies en los compartimentos estanco de un camino hasta arriba de, eso, “de trampas”.

Las hienas del orbe y las tinieblas volvieron a asomar el hocico en el día más soleado del año, en El Retiro de los retiros, el de jubilaciones negras y procelosas, debajo de la estatua (la imagen de portada, cielo e infierno no es casual, he de decirlo), que representa al mismo Lucifer retorciéndose sobre sus miedos y sus dudas (“sabiendo que el camino está lleno de trampas”, por si quedaban algunas dudas sobre ello). Y después de la escucha del monólogo de aquel ejemplar, se me ocurrió escribir sobre todos estos asuntos entre ominosos y ocurrentes, a las puertas de la calle Alfonso XII (dura como piedras, como epitafio de un medio maratón, un trampal por antonomasia y como prólogo a la Moyano, es evidente, en la que adquirimos un ejemplar de Mickey Mouse en alemán, del año 1974. Total).

Desde allí, cruzamos el paseo del Prado y nos fuimos hacia la Estación del Arte -manía de no llamar a las cosas por su nombre, yo quería ir a Atocha, coño- y allí me puse a meditar otra vez más y las que hagan falta sobre (doña) Terele Pávez en el papel de Rosario, la racial, hormigonada, poderosa, desconfiada, resabiada, incorrecta, socarrona, extrema, cojonuda, responsable, disciplinada, entrañable y guapísima Terele Pávez en la inolvidable escena de la cocina del hostal.

El interrogatorio del coronel nazi Hans Landa (Christoph Waltz), que tiene lugar al comienzo de Malditos Bastardos (Quentin Tarantino, 2009) y la cena/bronca de Rosario son dos de las interpretaciones más inapelables que he podido degustar en cine. En esta última coyuntura, en presencia de su criada Mina (Nathalie Seseña), que es recriminada por unas movidas, la propia mujer trocea la carne de un conejo y espeta el apodíctico “¡Putas, negros, drogadictos, asesinos… qué asco!” (hoy en día, tirando a lo impensable en cualquier trama), al compás del sonido de un hacha, que percute a intervalos regulares sobre la tabla en la que yace el desafortunado animal.

O lo que queda de él. El conjunto “cena/broncón” atraviesa el film de forma transversal, como fraccionándolo también. Es pura musicalidad. Podría decirse de igual forma que el fantasmagórico y sugestivo compás viene acompañado de una frase de tal enjundia y que Rosario se despachó y se quedó tan a gusto: el movimiento/aspaviento/balanceo/no sé de su cabeza mientras la charla a la desdichada Mina es digno asimismo de recordar antes de ir a dormir todos los días.

En definitiva, El Ángel Caído pareció aterrizar a las bravas en las haciendas de aquella película, entre el humor, el ingenio, la ironía, el terror y la jodienda, más allá de clasificaciones genéricas y gilipollescas. A mí me gusta meditar sobre los navajazos sintácticos y semánticos de la Rosario (que incluyen los hachazos musicales ya descritos), la racial, extrema, etcétera (señora) Pávez. He leído que la propia Nathalie flipó con su compañera de reparto mientras el troceo del herbívoro. Un martillo pilón envuelto en papel de Navidad, todo para Seseña, muy metida en su magnífico papel de atribulada asistenta.

“Demencia ungida en sangre de doncella/y otra vez conejo en Nochebuena” son, entre otros, versos propios de la canción de Def Con Dos. Y El Retiro, como palimpsesto lleno de resabios. Y después, los aprendices de patinaje, un coche de la Policía Municipal, los runners (antes, nos llamaban atletas o corredores), las gallinas ciegas del Goya anterior a las trampas de sus pinturas de la Quinta. El Retiro de los personajes de un tal Montero Glez en su tremendísimo Besos de fogueo (2008), que retrata sin mácula –o con muchas de ellas- ese Madrid tan canallesco, tan extraño, tan burlesco, tan suyo. Un Madrid que en ocasiones provoca orgasmos, aunque en otras te quita hasta el aliento. Madrid es trampantojo de cuitas y de ambiciones, es combinatoria caprichosa de atochas y estaciones del arte.

Según tengo entendido, la ciudad es uno de los escasos lugares que albergan una estatua del Ángel Caído y en medio además de un jardín histórico y de referencia internacional, pero Madrid es Madrid, es truculencia y comicidad, conceptos unidos en la misma paradoja de Rosario/la Pávez de manera sempiterna y del todo indisoluble.

Terele Pávez nació en Bilbao en 1939 y falleció en Madrid en 2017.

Si usted desea ver el momento broncón/troceado del conejo en el hostal, pinche en el siguiente enlace (“Clip cocina hostal”): https://www.youtube.com/watch?v=ul_DZnQe9IY

Si usted desea escuchar la canción El día de la bestia, pinche en el siguiente enlace (videoclip oficial): https://www.youtube.com/watch?v=N716sUPULPA

2 respuestas a «LA CENA DE LA PÁVEZ. FERNANDO SÁNCHEZ»

  1. Excelente.
    Si usted en su andar aquella tarde hubiese desplazado su cuerpo (y el de sus seres queridos) hasta un bar cercano de nombre Tronco, el artículo incluso hubiera dado para más (que ya es mucho decir).

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  2. Qué espléndido deambular por aquellas joyas raras y ciertas, y qué generosidad de estilo, entre ese azar del darse un voltio callejero y el garbo del paseíllo de matador. Qué cocido tan bien trabado. Me quito el cráneo, don Fernando.

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