EL PREDESTINADO. ALBERTO GONZÁLEZ

A Rafael Sánchez Ferlosio

(¿Leyenda urbana, mito, ficción, realidad, “verosimilitud”? Uno ha escuchado a lo largo de los años y a través de bocas de muy diversa laya que un buitre despistado se adentró una vez en la ciudad y se plantó en Cuatro Caminos. El animal, asustado pero tenaz, optó por la solución lógica: encontrar acomodo en lo que más protección le ofreciera. De modo que, ni corto ni perezoso, se metió, acaso por ser lo que más se parece a una buitrera, en el edificio que antaño albergase los cines Xúcar y hogaño la tienda Mango, creando el lógico caos entre clientes, dependientes, conductores y transeúntes. Dicen que a pesar de que el bicho estuvo muy formal, hecho un hombrecito, fue desalojado con celeridad por parte de los probos funcionarios municipales.)

Batió las alas en un decidido empeño de ganar la altura precisa para no quebrarse contra las copas de los últimos álamos. Tenía ante sí, creciendo por momentos frente al espolón de su pico, la mítica ciudad, desafiante sobre roquedales y brumas. Por fin la ciudad anunciada, ya amanecida y con la cara fresca. Un rayo de sol se hizo camino entre dos sedas vaporosas y fue a tocar su nuca, a modo de bendición, antes de perderse en el fondo de la hoz, junto a la ribera. Todo quedaba justificado en ese instante: la llamada que le había obligado a apartarse de la tribu, quedando malogrado y proscrito a ojos y garras de quienes no quisieron comprender. Todo quedaba explicado: había sido ungido. Iba, naturalmente, a encontrarse con su Creador.

Siguió el curso del río, por encima de las garzas y los martinetes, hasta topar con el puente de piedra, no menos soñado. Sólo tuvo que virar el timón a la izquierda, fiel a un instinto de siglos, y dejarse planear por encima de los tejados hasta desentrañar en el enjambre de calles aquella que habría de guiarle hacia su último destino. Todo conspiraba para ello: plumas convertidas en deseo, músculos hechos voluntad, ojos preparados para la excelencia. Generaciones de picos y garras que se habían entrecruzado en una danza de guerra, sangre y muerte para que él, sólo él, pudiera escapar de tanta desolación. Todo entraba dentro del plan cósmico: había sido convocado a salvarse. Creador, aún no te he encontrado, pero ya puedo vislumbrarte cerca.

Y encontró lo que buscaba. Situado en una confluencia de calles se hallaba, compacta y desafiante, la cueva primigenia. Con un leve impulso de las plumas remeras, que sirvió tanto para detener su vuelo como para ayudarle a erguirse, se posó en la uniforme superficie del asfalto. Afrontó con serenidad la mole, estableciéndose al instante un mudo y solemne diálogo de majestades, pétrea la una, animal la otra, en el que ninguno quiso retirar la mirada. Allí moraba el Creador; allí habría de postrarse, viejo, sometido, terco aún, en pos del susurro que lo alentase hacia el vuelo definitivo, el gran salto. Acuciado por la necesidad de desasirse de una atmósfera que no era la suya y que comenzaba a privar de vida a sus pulmones, tomó aire por última vez y, sin mirar atrás, se dispuso a entrar en la gruta, nuevo y germinal, el buitre.

Alberto González, profesor del I.E.S. San José (ciudad de Cuenca). En Zamora, 1 de enero de 2021.

Imagen de portada: edificio en la confluencia de la calle Carretería y la calle José Luis Álvarez de Castro (Cuenca).

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