OROPESA, CHIRBES, CIENCIA FICCIÓN. FERNANDO SÁNCHEZ EN COLABORACIÓN CON ANA GUTIÉRREZ

Todas las imágenes: Ana Gutiérrez y Fernando Sánchez. Imagen de portada: bloque de edificios entre Oropesa (Castellón) y la nada.

Crematorio

Nos dio el punto y tal, reos como es habitual de nuestros urbanismos cotidianos súper insertados, y nos dimos un garbeo por la otra costa del Azahar, que es al fin y al cabo otra forma muy adecuada de (no) hacer turismo. La Oropesa de todos los días de agosto es la leche. La Oropesa de hábitos cíclicos me recordó la lectura del libro/rasillón Crematorio, de Rafael Chirbes, además de que la asumimos como unos valientes a unos 35 grados de temperatura, lo cual es lo máximo ya.

Crematorio (Anagrama, 2007) es un libro difícil, farragoso, granítico, indigesto, siderúrgico, denso, engorroso, duro. Leerlo cuesta de cojones. Es bastante pesado. Te dan ganas de dejarlo 20 veces durante el tránsito intestinal. Apenas tiene espacios, puntos y aparte, avituallamientos, áreas de descanso. Pero cuando me puse debajo de aquellos bloques de edificios tan coreanos, me vino a la cabeza un soberbio trozo de ese texto, uno de los tantos que formalizan este Crematorio de los huevos, en ocasiones también un rollo, una pasta de difícil asimilación, una piedra entre los dientes, pero muy bueno (a lo mejor por eso es así la cosa).

Bloques de edificios a la salida de Oropesa (Castellón).

Crematorio (2)

Por esa circunstancia, Crematorio es un tratado complejo de metalenguaje porque no existía una forma tan adecuada de justificar la explotación de la maquinaria urbanística litoral, la devastación consecuente y los entresijos de la depravación humana, en una especie de relectura de la Metropolis grosziana, pero en costero y mediterráneo y levantino. Al final, resulta que Chirbes nos hizo un favor con las líneas maestras y útiles de su extravagante sinsentido cementoso.

Interior de Oropesa.

Antes de Mad Max y después de Crematorio

La cosa era que hicimos un extraño recorrido Benicàssim-Oropesa-Marina d’Or (lo que les estoy contando)-Torreblanca-Alcossebre por la carretera de la costa mediterránea y levantina, el culto extremadamente extremo a lo local (cuando en el ideario originario sólo aparecía Benicàssim, aún desconozco el porqué).

Crematorio (3)

“Comparó lo que se está haciendo en la comarca con la arquitectura que hizo Speer, el arquitecto de Hitler, no por su grandeza, sino por su función social. Cuando visitó el anfiteatro de Verona, Speer se dio cuenta de que, si en ese lugar se aglomerasen personas con opiniones diferentes, quedarán unificadas en una sola opinión, y que precisamente ese era el propósito del estadio. Conseguir que desapareciera el individuo. Convertirlo en masa […]” (p. 181). Ana toma fotos de unos viejos y clausurados cines de Oropesa (“la metáfora [dice] de la desviación cultural de nuestro país» y yo me pongo de rodillas y asiento a todo lo que ella dice).

Ojo al hombre de Brassens (Crematorio 4)

“Lo mismo puede decirse de toda esa arquitectura  de casas iguales de la costa. Han creado un personaje colectivo, que no sé si llamarlo el jubilado, o el eterno veraneante, como el que quería ser Brassens en la plata de Sète: un ser fantasmal, único y vacío, intrascendente, que no aspira a nada, ni espera nada que no sea retrasar la muerte lo más posible […] (p. 181).

Marina d’Or (Castellón).

Marina d’Or (hay spoiler)

Cuando entramos en aquél Leviatán, mi esposa me comenta “Marina d’Or, ciudad de vacaciones. No mienten”.

Marina d’Or.

Pyongyang (la divisoria)

Es una cuestión de sensibilidad. La foto de portada (“Pyongyang”, lo llama ella) es la piedra angular de este texto. Ana me dice que imagina que “vivirán felices en sus casas igual que tú”. Pues ya está. El concepto es maniqueísmo absoluto, explica el hastío, la divisoria entre un bloque faraónico, hermético, extraño y un erial de 3/4 kilómetros (tierras yermas, espacios abandonados, algunos cultivos, conjunto vacío) hasta abordar el megacomplejo urbanísitico del Azahar.

Foto de portada.

Más Mad Max después de Crematorio

Es un proceso alucinatorio al que cuesta sustraerse y que cuesta digerir, les recuerdo que como las cosas de Chirbes en Crematorio. Hacemos fotos de todo aquello a más de 30 grados por que nos apetece.

En la carretera hacia Torreblanca (Castellón).

Mad Max (la de 1979)

Existen atisbos de solemnidad. De Marina d’Or a Torreblanca, se siente la soledad al amparo de la epidermis, se percibe el vértigo de casitas de ostracismo de manual, de tanta proscripción hasta distópicas, permanecerán como herramientas de Dios mismo cuando ya no haya nadie a quien pedir una cerveza, cuando construyan la autovía del futuro. Tampoco habrá gente que pueda leer a Chirbes (o que sea capaz de hacerlo) en otro de sus arrebatos. Otra costa del Azahar es posible. Hay ciencia ficción debajo de la mesa camilla. Vaya que la hay.

Entrada a Torreblanca.

Otro artículo de Ana Gutiérrez y Fernando Sánchez en El urbano: https://elurbano.org/2021/11/29/el-viejo-san-juan-salinas-depeche-mode-y-la-sintaxis-de-perez-andujar-sistema-red-fernando-sanchez-en-colaboracion-con-ana-gutierrez/

Una respuesta a «»

  1. Oropesa, Benicassim, Marina D’or. El Torno, Las Peralosas, Los Cortijos. Son metaversos que percibo hermanados, conectados, casi identificados. Costa del Azahar, y no por azar, la «Cimmeria» manchega. Parajes desolados, indolentes, donde el tiempo es denso, y no pasa nada en siglos. Esa grisácea y estoica personalidad territorialidad, donde yace mal enterrado el cine Capitol, y se exhibe en la otra cara de la moneda, el sereno cerramiento del bar del Caraja, sin acritud, sin aspavientos, edificios desdentados, polvo y paja de graneros, antaño polinizados con los fluidos de parejas anónimas. Fueron lugares de esplendor ahora convertidos en páramos de Mad Max. Las carreteras donde se tumbaban los jóvenes, son pistas desdentadas y prejubiladas por el vigor de asfaltos diáfanos hasta el infinito. El viejo restaurante, como dijo Montaigne, fantasma de hambres pretéritas, se desdobla en el espacio/tiempo en una desvencijada fábrica de La Pitusa, cuánta burbuja proletaria.
    Speer no pudo imaginar unos escenarios más despreocupados por su reputación turística, con tanto desdén por los oropeles. El edificio y la nada; el sembrado y la nada; vecindarios de Azahar y cimmerianos donde las masas se genocidan con voluntariedad, y donde los forasteros no dejan reseña en google por no mancillar semejante hoja de servicios. Intachable.
    Fernando, Ana, los entomólogos sociales de lo extrasensorial. Dadnos más paraísos grisáceos, más bendita decrepitud «zen» . No cambiaría estos lugares de limbo, por todos los Benidorms ni Almagros del mundo.

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